Nas ha sacado disco. Ya, para ti no es
relevante, Destiny®, no estás afiliada al gang. Aquí, el caso es que suena
metalúrgico, suena acusativo, al flautista de Hamelín o a discurso de James Baldwin,
rasca la espalda como un rascador, raya como un rayador,
aluniza en el escaparate del concesionario, aterriza en un bloque
con el ascensor estropeado.
La flota aparece de pronto por una esquina del Parque que no se reconoce,
una curva cerrada de la Avenida, pasa bajo el arco
detector de asteroides, las luces de navidad del año pasado. La música oscurece todas las soledades,
cada una de ellas, las estrangula poco a poco como a George Floyd,
hace que desaparezcan como Sandra Bland; ah, es un truco
extraordinario, la magia del cop, el desvanecimiento espontáneo de la realidad, la fantasía de Kafka.
Extraños países sin bandera y sin himno nacional se han organizado,
han decidido tomar el control de su propia basura, han invertido un dineral en un camión
de la basura. Ahora lo vemos pasar bajo del arco del triunfo, bajo
tierra también, a metro y medio, dos metros, como el metro, pero sin respiración asistida.
Hay que comprarlo como sea (Nas), hay que escucharlo. Situarlo en la cima
del hit parade, hay que darle un disco de platino antes de tiempo, antes de que empiece el tiroteo y la luz
deslumbre y los tímpanos padezcan el estallido del aire. Seremos
reales durante un espacio informativo, nuestra fuerza es como la de un perro de raza potencialmente
peligrosa, reportamos colmillos y pistolas.
El disco se vende y se trafica, el MP3 escala
antenas parabólicas con la experiencia de un teleoperador habitual; qué colaboraciones:
Joe Biden, Kamala Harris y todos los demás (pero falta AOC). Ahora resulta que faltan
todos los demás, falta Sandra, falta James, falta el Poeta
(y su parafernalia, su atrezo en el exilio, su perro abandonado): al fin irán llegando. Don`t worry,
al fin seremos uno “en el espíritu del pueblo”,
ya lo verás, Destiny®.
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