Corre la brisa bajo el árbol triste,
espaciosa, elástica, la frescura tiene que ver con el peso remoto de las realidades,
con el tránsito.
Emily distraída, olvidándose de algo (las llaves no, alguien habrá en casa). En ese momento,
el poema surge tan desconcertante como un nervio que se agota. En el campo, el campo de Higgs se da un respiro,
la realidad pesa lo suyo menos un par de pensamientos
libres.
En la azotea, la corriente comulga con un vaso de agua de lluvia, con un insecto
feliz; para las fábricas aún rige una distancia
temporal, un gap romántico, solo traviesas al sol intrascendente, caminos inasibles, sendas sin senda,
horizontes sin tregua; la historia, que nunca se repite.
Fortalecidos por el milagro del lenguaje, la cristalina
ausencia (esencia) de un mensaje completo, la fecundidad de las desilusiones. Términos
aseados en su brillo, automáticos como una salva de aplausos, peligrosos
como una sentada frente a comisaría (o una estrofa de Keats).
Pero las almas soslayan la ecuación, eluden el paisaje,
que deviene ilusivo, intrusivo, cortante. Las almas realizan sus trabajos
forzosos, viven en los barracones, son personas desplazadas al servicio de Flick.
El viento ha llegado a ser un individuo corporativo con derechos y deberes;
se levanta por la mañana y sopla, se acuesta cuando
tocan las campanas. Su tarea es inspiradora, respirable, abstracta.
Tú, Emily, has comprobado, ya en el futuro, la ecuanimidad de la protesta, has echado mano del aire,
ese artefacto dominado por la imaginación y el compromiso: pasamos lista y siempre
nos falta el Arte, que se ha quedado dormido, guarda silencio
dormido en el espejo roto de tu corazón.
No hay comentarios:
Publicar un comentario