miércoles, 26 de agosto de 2020

un punto de luz

 

Asomarse a la barandilla de su mente, ese clúster
antológico, acodarse en la barra libre de su mente –tan cerca de la vida–,
y regocijarse en la tormenta.
 
Esta vida insoportable
no tiene nada que ver; solo la poesía es contingente, importa. Solo la belleza. (Pues) un poeta
participa en el certamen de poesía erótica (y ni siquiera se contradice), presenta
un objeto de mal gusto que inmediatamente es llamado
poema y, sin embargo, es bello.
 
Emily existe en el ángulo frágil del universo observable, se expande como un punto de luz,
gatea entre las sábanas. Su palabra se difunde
entera, sílaba a sílaba, se acentúa en el recuerdo.
 
Oh, la soledad en mente. El alma. Ahora, su alma levita,
vuela por encima del cuerpo, es un cuerpo astral que transita emergente, remonta ciertos laberintos
materiales incluso vedados a su indagación, incluso poco meditados. Su belleza
es un incendio tras otro (así aparece), ofrece una inusual
concentración de predicados salvajes, el núcleo absorto de la suavidad.
 
Con esa idea dentro, esa sospecha, aquel silencio
represado y propicio. Acodados en la barra americana de la poesía tratando de traducir el epitafio
adecuado, de introducir un panegírico obsceno, procurando situar el verso en la tierra de nadie del desafío
carnal, a muchos dólares de distancia del éxito.
 
Recitar la inconstancia y su protagonismo, y su mera cuestión de actualidad, su error
de estilo. Asomados a la barandilla del miedo con un vaso en la mano y una cruz en la frente,
solos frente a la tempestad y el orden. ¡Qué degradación!
 
             El motor de la noche
             ha partido en dos el mundo: cielo y tierra
             son dos llamas oscuras de idéntica medida.
 



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