Vencer la soledad de un grano de arena, su perfil absoluto,
el extraordinario parecido de una cara de lluvia. Fragilidad
sostiene el paisaje, es una nota
continua en el bloc de las adivinanzas, el color que se
agita
frente a la ceguera, el tono del vuelo de la mariposa, asimétrico
y grave.
ajena como el arte. Naturaleza se esfuerza, construye
versos con las hojas marchitas
que alargan el terreno, abona un encendido canto entre
los árboles, un rito, cierta manera
de fortalecerse.
más allá del horizonte, de la victoria y el ruido. Y las
playas rebosan insignificancia,
alojan una multitud de amaneceres, un síncope de pasos
rotos, resisten la acometida del silencio, su feroz
tributo. El océano tiene nombre de calma intermitente,
alma de río y cuerpo de ciudad.
la comodidad de su estatura. Tenemos un contrato con la
hierba,
rubricado ante un manantial de estrellas. Oh, nos admira
su frecuencia, su meticulosa
condición de campo, fuente de palidez.
como una profecía, deja un claro rastro de inexactitud,
su huella en el futuro. Surca un cielo
redondo –misil y diente de león–, es la canción que
necesita la noche para
alocarse. Se dice que la luna cumple todos los presagios,
mas carece
de sensibilidad: el poema lo sabe
y, encarnizadamente, la defiende.
Paul Klee |
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