Cada poema, un yo
confieso
descripción de las vacilaciones, nadie espera un memorial
de agravios, ni un ajuste
(fino) de cuentas con la naturaleza, con el estado civil,
con la memoria: solo la mentira
tiene valor.
le encanta). Ese arte confesional tan poético y falaz en
su verdadera agrimensión, tan poco milagroso,
tan rotundamente rupestre, plano y miserable. Ah, vidas a
propósito,
universales, magníficas vidas generales, generalmente
aplicables a una pléyade de situaciones unánimes.
Aprendemos, así,
a comportarnos.
escondemos nuestra acrobática angustia real
en el armario enorme de la literatura y desde ahí
espiamos a las tiernas colegialas, a las parejas de hecho,
¡a las lesbianas! Es nuestra vocación
novelesco-detectivesca, nuestro espionaje vocacional; nos
vamos de vacaciones
con una novela gorda y aspiramos a la felicidad de los
golpes de pecho.
sin miedo a exponer ante el mundo su esmirriada
personalidad, su raquítica
fisonomía intelectual.
en forma de título nobiliario (galardón literario), una
habitación con vistas al paraíso editorial, una salida
digna a la vorágine caudalosa de las buenas intenciones.
piadosa, el cachete en la mejilla, la colleja vitalicia,
el esperpento en varios tomos de lívida
gramática sin lamentaciones, volúmenes compactos como
bloques de hormigón. Nada de religión,
nada de poesía. Nada.
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