viernes, 28 de mayo de 2010

ciprés

CIPRÉS


Sólo el ciprés abunda en la materia y se erige en piloto de los días febriles,
timonel de las ansias, torre de espinas. Por el ciprés ascienden
las hormigas ingenuas con un saco de polen a la espalda,
mínimas procesionarias al margen de la cruel celebración del éxodo.

Sólo el ciprés es fuente de raíz, y hasta la fuente se llegan las acequias,
los surcos elaborados y férreos que dividen el valle en zonas fértiles,
y se acercan las ninfas al círculo elegante de su tronco
acompañadas por príncipes ariscos, cultos pero excéntricos,
herederos cobardes de una nación podrida en su corona.

Merecía el ciprés un cementerio en grande y a lo antiguo,
un camposanto bélico inundado de cruces, mausoleos y aristas
inducidas al mármol de las lápidas nuevas;
merecía un espacio consonante para su nieve abstracta,
un severo sitial para su franca lealtad y su extrema pobreza.
...

El gesto navideño del ciprés recuerda al del león acorralado
que vocifera garras y rugidos y es efigie terrible,
pero añora la mágica fortuna del relámpago homicida;
el gesto es como un ala de cuervo moteando la aurora,
como una propiedad indescriptible, una temperatura,
horno estelar, gélida tumba y caja de huesos tímidos
que son ramas arcanas de una ciencia perpetua.

El ciprés en la cúspide, en el eje,
en la curva monástica que describen los nimbos,
alejado del ruido que ahoga las ciudades a pleno rendimiento,
poseído por un claro dinamismo de inmóviles aspas,
ligero entre las plumas que reflejan distancias invencibles

(ciprés en el hogar: zapatillas de hierba, calcetines de cáñamo,
exhortando a los pájaros humildes y a los cuervos;
que fantasea púas de granito, aromáticas piñas y pinares extensos
cortados en senderos animales, horadados o vírgenes...
Ciprés en el salón de su cuarto de estar, en zapatillas,
calcetines de piedra, bata de estar por casa hasta las tantas;
arbolito casero y padre de familia numerosa. Incrédulo,
porque los cipreses no creen en el dios de la tormenta).
...



ENTREVISTA AL CIPRÉS


¿Duerme?

¿Duerme la sombra? Allá estuve dormido con las nubes dinámicas,
aquí duermo con todos los apóstoles.

¿Tiene nombre un ciprés?

Nombre de soledad; no tengo nombre.

¿Qué edad tiene?

Es en la edad del género que me vacío ahora de penumbra.

... ¿perdón...?

Soy un género humano y poseo la edad solemne de las Eras.

Ah..., y ¿cómo ve el mundo?

Hay un camino entero de pisadas que conduce al arroyo,
en el aire un aroma de cielo que agoniza, almas a ras de tierra,
vegetación, y viudas silenciosas dotadas de una especie de alegría selecta;
el mundo es un pretexto para indagar en la máxima estructura del tiempo,
es un palacio griego donde lo más honesto es observar la viga.
Continúe.

¿Qué clase de sentimientos alberga hacia los hombres?,

Formo parte de un clan que afirma la belleza. No tengo pulso.

... ¿Y hacia los demás árboles, qué piensa de ellos?

Los árboles no existen.

Bien... ¿Desea añadir algo más, tiene algún otro mensaje que ofrecernos?

Sí. El mensaje es el otro, el que se escucha al lado de la fuente.
Dice que no tengáis piedad de vuestro instinto.
...



Sólo el ciprés abunda en la materia y se erige en piloto de los días febriles.
Ciprés armado de literatura, al borde de la mítica madera
de las empalizadas, de los buques corsarios
fondeados en las costas escarpadas de Tortuga,
envueltos en la bruma de los diarios de ficticia camaradería.

El niño siente el peso de los siglos en el vientre: es el miedo;
un miedo al esqueleto, invertebrado, y a los fantasmas
que arrastran sus cadenas oxidadas por atajos sombríos,
un miedo polifacético, vegetal, y victorioso.

Las mujeres y los hombres corretean al declinar del sol;
fingen su poesía de medianos artistas, pero huyen, incómodos,
escapan hacia el leño de la cueva, bailan esbeltos sobre la sopa lúgubre,
enamorados del calor. Se comportan como niños,
niños que siempre se comportan como adultos horribles
y temen a los monstruos y tiemblan de pavor frente a las bestias
que no consiguen abatir en su mecánica masacre

(los insectos son más inteligentes, más ortodoxos.
Se asean en las perlas de rocío y burlan la vigilancia de los buitres.
Tienen un método, y un fin, y no se dejan impresionar por el atrezzo.
Los insectos son más en fila india, o más a flor de piel indestructible,
más ajenos de veras, o más serios).
...

El ciprés prevalece, con su silueta gótica y su perfil ya netamente humano;
es lienzo y escultura, arcilla que remonta su apellido de agua,
punta de flecha destinada a romper corazones de candidez perfecta;
el músico que arranca los aplausos del viento,
la firma que rubrica los libros escritos en silencio,
el número diabólico del hombre de negocios,
el tres catorce dieciséis del arte.
Atenta contra el plan vertiginoso del cielo con su quietud libérrima,
es minuciosa lanza hincada en la conciencia del paisaje,
legendaria techumbre que defiende el gorjeo de los mirlos.

Vedlo desmoronarse sobre los cuerpos en un escorzo gráfico,
notad su vena lírica latiendo en los responsos,
infectando las oraciones con el virus del egoísmo campesino,
miradlo como lo mira el policía, con esa inquisitiva displicencia,
como lo mira el río que trasciende la ribera del sueño.
Apartaos de él. Que su risa perenne no hiera vuestros oídos,
ni penetre desnuda en vuestra entraña.

Amad a otro ciprés, pero no al mío.

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