domingo, 9 de mayo de 2010

la muerte se pasea por mis ojos

La muerte se pasea por mis ojos
velando su materia luminosa,
una dote de larvas, un estruendo
de guadañas hundiéndose en las sombras.
Desciende a mi garganta
por una cuerda lenta, lenta soga
trenzada con los huesos y los sables
de las perpetuas hordas.

Un alto en el camino
para darse al descanso de las fosas
y, buscando la voz,
un salto como un vuelo de palomas,
un revuelo de sangre, incontenible,
ganando la batalla de la forma,
usurpando la esencia de los ojos
y el cielo de la boca.

Me desdeña la vida
con tal intensidad que se me agota,
que se agotan mis días, y mis noches
son noches de cristales y farolas,
del todo interminables
y escritas en un fárrago de idiomas
-la muerte con sus alas blanquinegras,
la vida más allá de su victoria-.

Desolado me cuento
las heridas del pecho, no son pocas;
la muerte me las cuenta,
deduce su dolor y lo redobla.
¡Qué contabilidades
de sangre y luz llevamos las personas!
¡Más llagas que palabras
disparan los rosarios de la aurora!

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