domingo, 9 de mayo de 2010

un salto de tu voz en el vacío y otros sonetos

Una avalancha de la voz que eres,
un salto de tu voz en el vacío,
me llena de un silencio que no es mío,
sino tuyo y de todas las mujeres.

Porque el mío me dice que me quieres
y el tuyo pasa sin decir ni pío,
me deja el alma con el cuerpo frío
y el cuerpo como el día que te mueres.

De tanto no decir y no quererme,
haces que pierda la razón, enferme
y tenga accesos de febril recuerdo.

Tu silencio no miente, pero engaña,
parece hablar en una lengua extraña
y habla sólo en la lengua que me muerdo.

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Hecha un ovillo del marfil más blanco,
me gusta verte cuando estás contenta,
cuando tus ojos son un piso franco
para estos míos de tan baja renta.

Me gusta verte cuando vas al banco
y pones tus acciones a la venta:
la mirada furtiva que te arranco
y la sonrisa que tan bien te sienta.

Adoro contemplar tu fina estampa,
la fiera lucha entre la ley y el hampa
que se dirime a pecho descubierto,

por descifrar la fórmula salvaje
de esa risa con fondo de oleaje
y esos ojos color de mar abierto.

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1939


Era un gélido invierno bajo un sol de justicia,
un paisaje cautivo, una cárcel sin rejas,
una tierra arrasada con divina pericia,
patrullada por lobos en feroces parejas.

Bendecida por cuervos de probada malicia,
derrotada al final por cien mil comadrejas,
era un valle de lágrimas, una patria ficticia,
alimento de buitres y forraje de ovejas.

Exiliada en el orbe, dirigida al abismo,
tinta en vino y en sangre fieramente entregada,
era un coto de caza, un solar infecundo.

Bajo el palio homicida del grosero fascismo
y la sombra inclemente de la cruz y la espada,
era invierno en España y era otoño en el mundo.

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El poeta es un preso de conciencia,
aunque sólo parezca un inconsciente
impasible ante el juez que lo sentencia
a vivir prisionero eternamente.

Juez y parte, pecado y penitencia,
la poesía acusa al inocente,
testifica en su contra y, en presencia
de las sagradas escrituras, miente.

Enclaustrado, encriptado, descompuesto,
languidece el poeta bajo arresto
y se muere sin ver la luz del día.

La causa general, la buena causa,
prospera inalterable, con la pausa
que exige la mejor caligrafía.

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Poemas y poemas y poemas,
mayúsculos, minúsculos, informes,
al mar Mediterráneo, ¡al río Tormes!,
o al agua que salpica cuando remas.

Baladas que parecen teoremas,
odas vivas a espíritus enormes,
cuartetos cuatrillizos y deformes,
sonetos de terror y de otros temas.

En la cabeza hueca se contiene
un vacío que hierve de materia
capaz de urdir un plan vertiginoso.

¡Poemas que no cuidan de su higiene!
¡Estrofas cómicas de cara seria
con rimas condenadas por acoso!

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Bright Star


En un balcón con vistas al calvario,
la rosa se desdice de su aroma,
marchita como un árbol centenario
mermado por la edad y la carcoma.

El velo del crepúsculo incendiario
sobre el azul celeste se desploma.
Keats ha vuelto a morir -no en solitario-
en una calle mínima de Roma.

Arropado por voces extranjeras,
nacido a tanta luz y tan a oscuras,
abocado al instinto de las fieras

y al pensamiento de las mentes puras,
hoy ha vuelto a morir, de mil maneras,
un poeta sin nombre ni ataduras.

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La tierra seca del profano estío
y aquellas verticales amapolas,
mar interior de ensangrentadas olas,
ardiendo con su tenue fuego frío.

El cielo rebosante de vacío
y aquella soledad de mil corolas,
de mil raíces tercamente solas
y mil secretas gotas de rocío.

Aquellas amapolas verticales
y aquella soledad terrateniente,
aquella sed de lluvias torrenciales

ahogándose en un vaso de aguardiente,
aquel cielo sin puntos cardinales
y aquellas rosas tercas, solamente.






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