Ella no
quiere ser poeta. No quiere ser princesa. Su corazón es un arco iris.
Viaja,
colecciona madrugadas, auroras que no saben su nombre. Pertenece a una sociedad
secreta
que se
expresa en el idioma de la soledad.
Ella no
quiere ser artista. El arte es una lágrima esquivando la lluvia.
La
tierra tiene manos, alas para volar el mundo, tiene
raza y
su color es otro diferente. Los filósofos dicen que la oscuridad no existe,
hablan
desde la luz, como profetas. Entre las estrellas, bulle la vida en forma de
vacío existencial, pero
el
pensamiento de la materia se extiende por los campos generales,
disfruta
de su eterna juventud.
Por no
contribuir a la gloria del arte, por no ser artista, ella modeló un alma con un
kilo de barro,
amasó la
suciedad del lodo con sus dedos capaces
hasta
que surgió la brizna de libertad imprescindible y la llama se dibujó sobre la
serena frente del silencio.
Oh, y
planeó sobre la multitud describiendo una mística elipse. De tal
éxtasis,
surgió
una palabra talmúdica equiparable a los diez mandamientos y a las órdenes de
Isaac,
escrita
en las tablas de la ley, desobedecida y condenada al escarnio
público
del pueblo indiferente. Esta oscura alma no suponía creación ninguna, no
respondía
a ningún
ansia de creación ni encajaba con el extremismo de los creadores.
Luego
pintó un cuadro con los dedos también, sin pincel ni angustia
y su
obra fue saludada por la crítica impura y por la pureza de la crítica encarnada
en el claustro del museo
ferial,
repleto de doctores y magos. La crítica fue demoledora, en el buen sentido, porque
el cuadro era
hiperactivo
y ofrecía además un temple ejemplar y catódico.
Así, el
alma fue retransmitida en directo por la cadena de mayor audiencia, enfocada
como si de un alien se tratase, el único
contacto
extraterrestre, ¡vida al fin y al cabo! Pronto se le exigió una prueba de
control y se preparó la ordalía
perfecta.
Los medios incurrieron en herejías diversas, cometieron casi todos los pecados
mortales
y finalmente conectaron con un ángel semidesnudo y medio borracho,
un ángel
demediado para juzgar el trámite.
La muchacha
compareció con el alma de la mano y reescribió una historia bíblica cualquiera
a las primeras de cambio
desorientando
al juez, se excusó con un verso adocenado e inició la retirada
sin
haber perdido un solo diente. La plebe descubrió que el ángel era en realidad
un somormujo
y
abandonó el palacio murmurando una plegaria inversa, es decir, al revés, como
si fuera una canción de los Stones.
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