martes, 3 de noviembre de 2015

antipoética


Ella no quiere ser poeta. No quiere ser princesa. Su corazón es un arco iris.
Viaja, colecciona madrugadas, auroras que no saben su nombre. Pertenece a una sociedad secreta
que se expresa en el idioma de la soledad.

Ella no quiere ser artista. El arte es una lágrima esquivando la lluvia.
La tierra tiene manos, alas para volar el mundo, tiene
raza y su color es otro diferente. Los filósofos dicen que la oscuridad no existe,
hablan desde la luz, como profetas. Entre las estrellas, bulle la vida en forma de vacío existencial, pero
el pensamiento de la materia se extiende por los campos generales,
disfruta de su eterna juventud.

Por no contribuir a la gloria del arte, por no ser artista, ella modeló un alma con un kilo de barro,
amasó la suciedad del lodo con sus dedos capaces
hasta que surgió la brizna de libertad imprescindible y la llama se dibujó sobre la serena frente del silencio.
Oh, y planeó sobre la multitud describiendo una mística elipse. De tal éxtasis,
surgió una palabra talmúdica equiparable a los diez mandamientos y a las órdenes de Isaac,
escrita en las tablas de la ley, desobedecida y condenada al escarnio
público del pueblo indiferente. Esta oscura alma no suponía creación ninguna, no respondía
a ningún ansia de creación ni encajaba con el extremismo de los creadores.

Luego pintó un cuadro con los dedos también, sin pincel ni angustia
y su obra fue saludada por la crítica impura y por la pureza de la crítica encarnada en el claustro del museo
ferial, repleto de doctores y magos. La crítica fue demoledora, en el buen sentido, porque el cuadro era
hiperactivo y ofrecía además un temple ejemplar y catódico.

Así, el alma fue retransmitida en directo por la cadena de mayor audiencia, enfocada como si de un alien se tratase, el único
contacto extraterrestre, ¡vida al fin y al cabo! Pronto se le exigió una prueba de control y se preparó la ordalía
perfecta. Los medios incurrieron en herejías diversas, cometieron casi todos los pecados
mortales y finalmente conectaron con un ángel semidesnudo y medio borracho,
un ángel demediado para juzgar el trámite.

La muchacha compareció con el alma de la mano y reescribió una historia bíblica cualquiera a las primeras de cambio
desorientando al juez, se excusó con un verso adocenado e inició la retirada
sin haber perdido un solo diente. La plebe descubrió que el ángel era en realidad un somormujo
y abandonó el palacio murmurando una plegaria inversa, es decir, al revés, como si fuera una canción de los Stones.





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