El paisaje
se mueve, es el bosque de Birnam; el poema es un distanciamiento, ni es inmenso
ni
abarca: foto fija que arranca un segmento de color sufrido. Ni representa.
Su
representación es tan parcial, pacata, escasa. Al dictado se escribe mejor. La
mente es el dictador;
la mente
que es totalitaria y ordena a su lacayo. Toda mente es fascista, todo pueblo es
estúpido también. El paisaje
se
reinventa sobre esas certezas con innata precisión.
Ah, pero
están las mentes revolucionarias: Gombrowicz, Sarrazin o Henry Roth; otros
tantos
encéfalos ardientes, relatos escogidos, historias de ciudades incontables.
Doscientos grandes escritores
escriben
sin parar sobre NY: se muestran encantados de ofrecer sus versiones,
se
versionan a sí mismos en diferentes egolatrías, la playa, la ciudad, los
muelles o el parque,
menudo
parque. Un rastro de violencia que se va dejando por la acera
para que
lo siga la chica del milagro.
New York
es un clásico, destaca entre los grandes temas, los cuatro o cinco temas
acuciantes.
Danilo
K. no hablaba de NY, tal vez no estuvo ahí, ni pateó las avenidas
luminosas como cruces encendidas
a la
puerta de la iglesia. Es posible que Danilo jamás abandonase la perrera (puede ser).
La prosa
debe modernizarse, sin embargo. El paisaje necesita una remodelación, alguna
esquirla
o algo
permanente; voluntad de permanencia en la retina del espectador: eso es. El
cerebro integrista del lector
enseguida
quiere mandar en el poema, lo relee y lo interpreta, se lo come
con buen
apetito, se bebe la última estrofa hasta los posos del café, eructa sin control
una
crítica adversa. Porque está en crisis.
Las
mentes revolucionarias disfrutan del paisaje conformista y lo calcan, lo
recalcan, sobreimprimen su mensaje
de
alerta en mitad del lago (del parque central). Ahora todas las ciudades caben
en NY,
la calle
donde ha nacido el poeta cabe en un renglón del Bronx. La verdad es que hay que
matarse por un minuto de fama.
Hablar
de libros. Los libros pergeñados a escondidas de la mente, revelados por un
dios
ascético
y militarizado.
Resulta
que el poema es judío y afroamericano, un taxista de origen desconocido.
Su
idioma revoluciona el paisaje, desmonta montes, fabrica árboles sin patria,
hasta una nube gris.
Todas
las heroínas recorren la escena; sus cabelleras negras oscurecen el mundo, pero
brillan. Azealia hace mutis por el foro.
Janelle
baila. El poeta se ha vuelto loco para encontrarse la voz.
Ha
oteado las avenidas desde un globo sonda imaginario.
Es el
paisaje que salta a la vista, tan lejos como una galaxia siamesa, hermoso como
un desfile de ataúdes.
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