Este
fácil arrebato de la felicidad artística, éxtasis y ella
enamorada
de la sonoridad, el eco primordial que se reduce a una parte de dios. Ella no
cree
en
tantas ilusiones, no precisa milagros para llorar
con la
tristeza intacta de los elegidos. Su mala fortuna es efecto natural,
no
designio. La felicidad es un instante fuera de foco. ¡Ahora! Es el arrebato de
la forma plasmado en un instante
repetido
un millón de veces. La única voz resonando entre paredes distintas,
cuadros
épicos, mentes deformadas por la realidad: ¡intrascendente!
Ella está
en casa comunicándose en ese idioma transversal que no es posible descifrar del
todo, ese esperanto adormecido,
insano
como un arma, dardo envenenado. La inestabilidad
produce
monstruos insolentes, se pierde el equilibrio y el amor parece una fosa común
donde
mecerse después de la batalla; oh, descansar bajo una protección de ramas,
bastiones vegetales, hojas puras
como
palmas de las manos, tan húmedas.
La
canción que se escuchaba era el preludio, interregno entre dos monotonías; un
plato
de sopa
caliente y salir como un perro asilvestrado al césped inaudible, subirse por
los árboles;
penetrar
en las zarzas es pasar por un arco inmaterial, algo que debe padecerse. Los
estigmas, tarde o temprano,
aparecen,
llagas en el corazón. Hay que sublevarse contra la milagrería no
revolucionaria,
la que
no siente su pobreza, la indigencia moral del menos miserable entre los
hombres. El milagro es un asco
para el monje
que persevera en su autodestrucción, no lo quiere cerca,
detesta
el esfuerzo de la naturaleza, el sucio trabajo de la fe.
Cuando
se ilumina el canto y las palomas conducen su energía hacia la salvación del
vuelo, que se generaliza
para
todas las figuras del alma,
ha
terminado el espectáculo. Y ella vuelve a caer. Se rinde ante la gracia congelada
del tiempo, pasa
como un
ramo de flores delante de la puerta, sale al balcón y grita durante un minuto
de espanto. La felicidad está
dedicada
al odio, esta es la lección que resulta del hambre. O del amor.
Puede
vérsela así, pequeña revanchista, fuente diabólica de materia gris, la materia
de los sueños
descuartizada
en un anhelo cruel: el prodigio desnudo. Menospreciada y sin respiración, más
aceptable
a todas
luces para los desertores que identifican la verdad en un solo de piano sin
retorno,
traidores
a su propia esencia, dejados de la mano del ángel, cuervos cegados
en su
perseverancia.
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