martes, 1 de diciembre de 2015

metáfora siguiente


Era tal la envolvente captura de su arte. Tal su encierro. Era una clausura, enclaustramiento,
un terreno por los cuatro costados. Y por la suave piel de las estrellas.
Este sentimiento cúbico, perimetral, continuo, este amor por las maravillas de la naturaleza: una guitarra, un beso.

Termina la canción, el eco resplandece
en un charco del túnel, se duerme en el tejado, vuela para dar envidia a las palomas. Su eco traza un fabuloso salto,
desplaza un formidable volumen de necesidad. Ah, su encanto forma
burbujas en la noche, copos de nieve que retienen la luz. Hay metáfora en su tierna memoria,
hay duelo, hay aliento en su mirada. En su dulce mirada, los recuerdos
verifican un claro de luna: ella, siempre un segundo por delante de la realidad.

Hay una obsesión por lo real que no viene en el poema, lo suplanta, lo excede y lo exagera, lo bendice acaso
con las manos llenas, a manos llenas de bondad y gesto humanitario; pero el poema
necesita sacudirse su propio cuerpo y salir del río; es un espejismo dentro del espejo, una fase
sin número, un secreto tan mal guardado que se escapa por los ojos.

Era tal su coraza, su palabra huérfana; inútil buscar signo alguno de elocuencia
ni desesperadamente. Ni a sorbos de una estrofa, de una línea, letra a letra, a sorbos de una nota
al margen, una piedra subrayada en el túmulo. Su vestido llamaba a la oración en sábado,
condensaba los labios rojos del sol.

Multitudes seguían la huella de una exclamación en el vacío, el arco iris del canto. Es en la ignorancia
del jilguero donde el mundo se juega la partida, en la doctrina del hierro donde pierde el arte su modesta ganancia;
decir su nombre es
tremendo atrevimiento, es como hacerle trampas al destino, como marcar los bordes de una baraja usada.
Su nombre es el comienzo de la vida, se halla en el corte inicial, invulnerable plano de duración
exacta. Y ahí funciona, frunce el espacio, frena su ímpetu porque ha nacido, se desmorona
sobre la arena poblada de huesos, henchida de cadáveres.

En las crónicas del aire se tumban ciegas presunciones, engorrosos ejemplos. El aire
conoce el aire, es factor de pureza en las representaciones ideales, no se deja sorprender por la hermosura
ni aparta la vista ante el aciago signo de los tiempos. En ese limbo, vientre,
en la maternidad lineal de los sucesos y su círculo, su campo grave, su grave campo de margaritas despojadas,
creado a la medida de las novias, el sonido se rompe en órbitas eternas, la dulzura existe
como un viento querido y el velado puerto de la poesía
recibe su balcón de invierno para que el cielo se asome a la promesa de la claridad.




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