Jordan
amanece en cada página. El poeta reproduce un seísmo cultural,
ha
conseguido un mundo que le cabe en la cabeza. Un mundo subastado, perfecto y
económico. Es literal esa economía
descriptiva
que se le ha comido la lengua el gato. En los márgenes es donde se escriben
los
mejores conciertos, las escenas más apremiantes. Al pie de cada página,
un
vegetal indica su procedencia umbrosa y casi ártica. El mundo se empieza por
los pies del hemisferio,
acaba hecho
un flan.
Motores
que se confunden. En el cuarto piso la ventana permanece abierta
a la
desilusión general, el caos ocupante. Nada de balcones, macetas a punto de
caer, pinos altos para bajar
la
basura sin salir de casa. Por la ventana siempre sale humo: fumata negra. Los
chicos tiran
piedrecitas,
ensayan serenatas como si hubiese un río por ahí.
En casa
del poeta cunde la desesperación: la música en el aire. El aire tiene planes
para la
noche, para la cena, ha quedado para cenar en un callejón oscuro. Es una
convicción que aturde, desequilibra,
hace
pensar en un goteo de fármacos, un gotero enchufado y la morfina
difundiendo
su poema triste –alma en ristre, sin rencor. La morfina pretende ser heroica,
se contradice
y
descansa, charla y se acuesta, yace
en el
diván de la fábrica, anticipándose a las evidencias.
A todo
esto, Jordan ha leído un poema inicial bastante ansible. Algo del amor
universal por el género humano,
sus
pasiones; la sordidez puesta en solfa de mala manera, sin un tropo de entusiasmo,
en un intento grosero pero no sórdido,
ajeno a
la elegancia astrosa del primer peregrino del día.
Se
suceden personajes a todo volumen. Es como tener una misión artística y ser
incapaz
de
considerar las apariencias, de mostrarse unívoco a través del canal. La red ha
dejado de hamacar los sueños,
ahora
funde cristales y no perdona una revelación. Lo que se sabe es que existe un
campo
elástico
que incluye diferentes fases, estratos reales donde:
en uno
se fumiga, en otro llueven las rocas del baile.
Esta es
la balada. Un parque sin sentido que no aparece en el mundo, solo en el poema,
he aquí la
siguiente confesión del chico descarriado; es como estarse en un desierto sin
matices, volviendo al polvo
y con
los zapatos manchados de necesidad.
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