Hay
belleza, pero no es la belleza. Hay amor, pero no es el amor. ¿Dónde están los
hombres?
Si la
risa ha subido a los cielos por una escalera de lágrimas. Si no hay dios.
Un pie
detrás de otro y se abre
espacio;
se cumple la tarea. Los árboles dialogan en otra realidad menos cortante. Entre
los coches y las almas
la
visión es de un verde fugaz, como fundarse una misión entre la hierba.
Esta es
la soledad de la mala fortuna, el epicentro del baile. Se conservan las
columnas de humo y el hedor,
decaen
los sentimientos; existe un atavismo antiguo que reclama
sangre
poderosa, su infame tributo. La hermosura pasa de largo ante los ojos del
hambre,
la
misericordia exige un noble pensamiento.
En el
vientre del futuro, ella fuma y sonríe, apoyada la espalda en la pared. Las
nubes no la dejan
ver el
bosque de pétalos que se extiende, anómalo, en todas direcciones. Persiste la
niebla
como una
sinrazón de la naturaleza. Jordan dice: ahora,
vamos a ver este amor. Veamos este amor cuánto ha besado,
adormecido
sobre un colchón de desmemoria, recién inscrito en un libro permanente.
Ciertas
esperanzas requieren firmes desencuentros, turbias apariciones. El amor ha ofrecido
su
protección hasta la mecha del cambio. Cuando empezó a llover y luego la nieve
trenzó su alegría en los tejados
y no
cejaba en su estridencia. Más que el frío, fue la luna que se empeñaba en un
triste desatino,
esa
blancura cauterizada, también estoica, esa procacidad de las mareas.
Fuera,
en el parque, la vida sigue reanimándose. Lo que se traduce en una elíptica
descendente o un subterráneo
emocional.
Calles, en su sitio, dirigidas; números clavados como herejes,
viejos ascensores,
neutros hijos de la NASA. Estrellas hubo que aceptaron mal la reprimenda.
Ángeles hubo
que adquirieron
sus armas de Jedi en unos grandes almacenes
y
cayeron de bruces en la prosa.
Jordan
hace llover como un dron bien afinado. Su poema sepulta
confidencias,
abre la casa de los espejos. Qué voz innecesaria si no existe el aire puro
sino en
los pasos secos del recuerdo. La violencia del aire y el eco de un dolor impenitente.
Dicen que ha vuelto el fuego,
pero no
de la luz.
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