En el
espacio está la llave. Menos es más. El vacío es un ente acogedor, invencible
vacío. Caminar por la calle
desolada
y sentir el asfalto, la mirada del aire; irrumpir en la plaza
como en
una sorda esfera y comunicarse, representar
el
extravío, irse de la soledad a buen paso: hacia el comienzo.
Estaba
sola en la plaza –Jordan– en su mundo a su estilo; fumaba con languidez elemental,
que es
lo mismo que decir con delicioso aspaviento, elevación. Los pájaros miedosos se
posaban
sobre su
corazón de alondra y un arco iris flotaba en la rendija de sus labios. ¡Qué
humo de profesión!
¡Qué
frase! Lanzaba por la boca un verso anónimo:
El Arca vacío su entraña nebulosa
descargó sus mensajes en la playa
violeta
la tierra acoge la felicidad del
trabajo
se cubre con un lento regocijo de
faisanes
Mientras,
en el teatro, oscilaban las luces entre la fantasía y el éxodo. La bailarina
sudaba
su talento; cuánta angustia prendida de su acabado giro, de cada pirueta, cada
verbo. Acústica furiosa,
la
cúpula anhelaba el escrutinio de unas alas capaces.
Los
ángeles deben arbitrar un estado litúrgico, literario en el peor sentido, han
de inclinarse
ante la
risa del pueblo.
Jordan
era feliz cada domingo. Jordan –que era feliz hasta el domingo–
sabía
que todo alcanza su abrupto final. La imperfección condiciona el ánimo, se
arregla y reclama su forma. Cualquier
clase de
sueño conduce a la desesperación. Altamente recomendable es la impavidez
que
conserva su encanto disponible incluso en el sabbath. Cuando se entromete el
cuerpo impuro en la revelación
y el
amor discurre la manera de desinventarse, de desaparecer dentro de un globo de
salvaje colorido.
Ha
reclamado el arte su presencia y ella no puede negarse a renovar
la
sombra fugaz del exorcismo. Hay un experimento en marcha que pretende lograr la
transmutación sin una gota de sangre;
su
nombre en letras de oro, hexágonos dorados. Aquella marchita poesía que
recitara el maestro
era otro
símbolo y señalaba claramente la senda del fracaso.
Llegado
el día, la belleza concitará su tornado glorioso.
No hay
duda. Y tintinearán las alhajas de entonces con estrépito de estrellas
como si
fuera el cielo a desgajarse de la noche y el arrullo del tiempo estuviera
repleto de locura.
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