Es la mano sin tacto del anciano, el
aroma
carnal de la vejez. Aquella soledad
conmovedora. Es el cromo que falta en
la colección privada; es el tomo que falta
para el arte.
Conmovedor el artículo cuarto de la
ley,
la letra del himno nacional, el
espacio entre dos revelaciones. Conmovedora la suerte del ahorcado;
conmovedor el miedo a desaparecer de
golpe, el principio
geométrico del aire.
El arte que viene tiene las manos
rotas, supone una vuelta al mundo; pues ahora…
Ahora el mundo gira por afuera, late y
no concuerda con la vida. Nada nos conmueve tanto como la rara
estimación, el adelanto, la previsión
meteorológica, la lógica de la naturaleza puesta al servicio de la superstición
original.
Espíritus habrá (como hubo espíritus
de manos sucias) en contacto con la tierra,
antepasados (re)sueltos. La tierra
sucumbe a cada nuevo derramamiento, cada nuevo
aspaviento de la especie. El poeta
sigue entonces en relación estrecha con la pedagogía del arado,
la tormenta creada desde abajo.
Ángeles de brazos incurables, dolorosa
mirada, alas químicas
(también). Conmovedores. Seres
inasibles despedidos en todas direcciones, holgazanes del cielo,
víctimas de la resurrección.
El anciano se mueve, es la fuerza de
la sed, la sed y el hombre, el desperfecto
constante que le mueve, erradicándose
en una lágrima, disfrutando el poder de la memoria
perdida. No hay artista, no habrá mano
prodigiosa capaz de recolectar las perlas de sudor, el nervio
disecado y culpable, la prótesis
categórica, el contagioso
brillo de unos ojos azules como almas,
blancos como la noche de los ciegos.
La rosa que vendrá: conmovedora.
La parsimonia de la melancolía. La
primera página del cuento, el primer verso derribado en silencio, ese tacto
desnudo de la máquina, que no se
desencaja
a pesar del amor.
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