Nadie se encuentra con
nadie los viernes de los Nesselrode*,
se ha perdido la
paciencia. Destiny ha formalizado su apoderamiento,
su aspecto controvertido
y tan irreal (terrenal). La música sigue
condicionando la percepción, el estilo,
sigue funcionando como
un catalizador de interiores, una aspiradora
de conciencias que pertenece
a la clase obrera de la realidad.
El Parque ¡es tan atroz!;
y eso sin ley, sin profetas ni trenes empotrados,
sin prison break ni
auténticas montañas. Tampoco hay una bestia parecida a la bestia, ni un demonio
del arte de los malos
tiempos. Solo está
el Ángel con sus
dimensiones y su temperamento, su mística coloquial y su verso asignado,
acorazado sensible.
Rascacielos no quedan,
ni performers, el espectáculo ha caído en desuso,
hasta el poema se recita
solo en los muros repintados de blue. En una época de brevedad,
los árboles conspiran en
silencio –como nunca–, los pájaros tiritan como nunca, el aire obstaculiza la
mirada,
rinde un plano tributo
al horizonte. El libro se comporta,
no se esconde en el
ropero; y el poema es en puridad una torre de haikus, una congregación, el
monasterio (Noravank) lleno de insinuaciones y preceptos apáticos.
Hay una escuela de
soledad en medio de la noche
donde no cabe ni una
sola primavera (más), ni un mísero rectángulo de hierba,
es como ir de fiesta a un
jueves de los Obolenski y no cruzarse a nadie, como acelerar en una sólida
avenida sanantoniana con
un efecto doppler a la espalda.
El verso da lo mismo
porque es un verso roto y remachado, siempre el mismo retablo de (harta) vida,
el mismo gótico
carpintero dejado y verificable, un estado
común de la materia
sujeto a la entropía efervescente del entorno, esa extraordinaria paridad.
Destiny ha vomitado su
parte del pastel, tan humana
y sincera, tan parecida
a la bestia que no es. Su rostro ha enamorado a varias
generaciones de
espíritus en ruina. Dice que el arte es aquello que nos sale, que es algo
sin trascendencia, rutinario
y febril. Luego entorna los ojos y hace muecas,
y es tan bella que todo
lo reforma
y lo trasciende.
* los viernes de los Nesselrode y los jueves de los
Obolenski están sacados de la novela de Vasili Aksiónov ‘Isla Crimea’.
No hay comentarios:
Publicar un comentario