Es un día radiante. La sangre repica como un cóctel de
champán.
Los objetos: hay una drusa de cristal mojado, un
escalafón
por el que se demora una catarata de milagros,
un campo empeñado en recoger la sal del mundo.
La muchacha ha surgido de una mente incesante,
acaudilla un espacio sin límites, sus labios curvan el
mensaje del silencio.
El tiempo se repliega, retrocede hasta el centro de la
noche.
Un jilguero que trina, que de pronto es un alfil en el
tablero del aire.
Conmovedor: la muchacha traslada una mano sin forma a
través de los años,
su voz se idealiza e inunda los portales, su voz es una
tromba de agua en pleno rostro.
Ha devuelto al futuro su entereza, y la hierba recuerda
su fortuna de madre, los árboles
acogen otra sombra, el horizonte es un ave ensimismada.
Es un día radiante, la gente acude a las plazas cargada
de promesas,
divide su fuerza entre el paisaje y el sueño, se muestra
encantadora.
La muchacha aparece, una pistola en la mano izquierda, se
lleva la derecha al corazón,
el olor de la pólvora crece entre las almas, es una llama
más alta que el cielo;
tras ella, un reguero de sombras liberadas, un escuadrón
de ángeles,
a cual más bello, todos armados de luz, todos tan negros
como la belleza,
todos azules como un mar de fondo.
Dios ha forjado una tecnología indestructible que puede
con él,
abre brecha en la Historia. La oscuridad es un rótulo
pesado que se adueña de la fantasía,
no hay música más pura ni verdad más dulce, solo un río
de fuego,
una corriente de oro bajo el dominio de la realidad.
Hace un día admirable. La sangre salpica como en una
comunión,
una asamblea de vecinos o una fiesta. La quietud le ha
ganado la partida
al negocio del vértigo.
Meshes Of The Afternoon. 1943, Maya Deren. |
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