lunes, 17 de junio de 2019

la realidad es una familia numerosa


La culpa es del lenguaje,
que todo lo estropea. Pues las cosas coexisten pacíficamente unas con otras,
cada una con sus coordenadas, pero el lenguaje las retasa y certifica,
es categórico, entra en pormenores, airea los detalles, es el peor enemigo de la realidad,
¡todo lo desidealiza!

             Entonces el poeta sugiere una puesta de sol, y alguien lee y asiente y prefiere también
esa puesta de sol, el sentimiento neto y mejor expresado del poeta al suyo propio, y se identifica
y destroza el sentimiento al suplantarlo.

Apenas se utiliza el culto impersonal, el tratamiento
cuidadoso de las emociones –que no han de protegerse, ni han de sublimarse, ni deben ser ejemplarizantes–
ni se escoge el vago clímax de la descripción modesta. Ah, vale la distopía calculada, la edulcorada
sensación del vacío existencial.

El Parque es un pedazo de entelequia para arribistas del arte,
críticos espontáneos, archiduques de la miseria conceptual y el desconocimiento
influyente; es como un soplo para el tamaño del pop, como una bicicleta de Koons, un palíndromo seco,
una extensión procaz de aquella infancia congelada.

Y el poema es la farsa detrás de la tragedia de la sensibilidad, la comedia de la creación, el crimen ortopédico
Nadie debería sentirse atraído por la poesía salvo los niños,
las colegialas modernas con sus faldas japonesas, los chicos del barrio acorralados contra el burladero de la noche,
las chicas del barrio acorraladas
por la mano del sol.

Pero el lenguaje todo lo estropea, su taxonomía
barata, su limpieza técnica de materiales y espejos, su retina mayestática. Hasta la gente,
en su mudez, es posible, positiva, resulta natural y respetable, hasta los ángeles mojan su lengua de fuego,
rozan el verbo solo para negar su fortaleza,
príncipes del silencio, poetas laureados, hijos únicos de dios.




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