martes, 15 de septiembre de 2020

cuánto cielo

 

Hoy ha vuelto a estallar el universo. Casi sin publicidad, sin trucaje ni efectos espaciales.
A veces se despide con un beso.
Dicen que a veces se despide con un ¡bang! que enrarece el aire y deja en el aire un olor a chamusquina.
Cabe interrogarse por el último
poema, por el último paso de ballet. Entonces: ¿se tuvo en pie su última novela?, ¿hubo
más de un ladrillo, qué paredes, cuántas manos de pintura?,
¡¿cuántas manos?!
 
Destiny® detecta
proyectiles como tiros de gracia, misiles paradójicos de alcance
relativo. Capta en su radar cualquier operación paranormal,
cualquier insomnio salido de madre, cualquiera de los muchos pasatiempos inocentes de las almas,
toda la esperanza, la eterna suma de ambiciones y despojos.
 
¿Tenemos, acaso, noticia del sufrimiento? Es preciso preguntarse por el cielo
desaparecido, hecho prisionero por la noche, por las nubes condenadas y ocultas, perdidas
en cada íntima masacre, cada holocausto interior.
 
Ay, venimos a este mundo sin instrucciones, sin tutorial ni mira telescópica, y nos vamos
como se cierra un elemento emergente. Contraemos
virus naturales que nos hacen más fuertes, abrasamos el césped, lo cortamos, nos cortamos las venas,
abrazamos el absurdo de la oscuridad con dedos retorcidos,
silbamos al paso de la historia.
 
Hoy estamos con Emily bajo su altar
de picas, su as de sombras, ejecutamos una trampa inútil, tentamos a la suerte, barajamos despacio. Nuestro
verso es el epítome de un recuerdo fallido, es más un lagrimeo
espeso, hastiado del burdo destello de la renunciación. Oh, la vida es un remanso
de origen imprevisto, una forma de hacerse notar en la galaxia. ¿Qué sabrás tú de dios,
Destiny®, si provienes del arte, si has nacido en los párpados del fuego?


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