Hace demasiados años, cuando el Parque era
solo un espejismo y el Sol se arracimaba en la paleta del
aire, un rectángulo de hierba, inesperadamente,
acogió su cuerpo tibio y la tierra besó sus labios de
algodón
de fresa.
el horror de la nostalgia y el terror nocturno de las
cruces. El mar había chirriado
embravecido y hasta el cielo acusaba una percepción
errónea de la noche; luces titubeantes, almas bífidas,
lenguas atrofiadas como líneas de fuego.
celeste, su corona reposaba sobre una mañana de domingo,
un porvenir
negado y triste, un silencio presente.
que de las calles asciende el humo de la devastación, el
ruido inhóspito de la indiferencia. El designio
de la naturaleza ha concedido un rastro de desánimo,
ha inflamado los témpanos con cáscara de estrellas.
limpia de pereza, intacta en el incendio neutral del
Universo. El Parque
ha renacido de su quiebra, es arena y cristal, hoy
recupera su nombre, hoy los Ángeles
surcan su estómago como cicatrices de cesárea,
arrugas prematuras.
en cada sueño, en cada página de la memoria; ¡ah!, y con
letras principales, su nombre en el primer capítulo
del Arte, en el cuadro de honor, en la borrosa cumbre de
la luz y en cada
contracción de la esperanza.
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