Buscaba inspiración en su alma; usaba
unos prácticos prismáticos mentales
y veía el algodón, la boca dulce y carnosa
que se abría en pantallas emergentes
para decir: partes del Génesis, pero vas a morir como
mueren los hombres.
El espacio donde nunca la encontraba
era la sombra de esta sombra. Su carta era un jirón de abecedario,
su voz, un estado ideal. A veces
gritaba el alma y se volvía gris. Decía (la fiebre):
rama
frágil del éxodo...
Tales palabras robadas.
Todo seguido el arte. La inspiración rentaba;
se vendían mil libros, completísimas obras,
tomos parciales, estancos, que ostentaban
sus cuádriceps molares, su masa muscular y su mass media. Notas tomadas
al calor de la revuelta entre los
nómadas revolucionarios y sus vespas de colores. El poema fardaba de noticia,
enfocaba su autoría -metafórico ardor-
hacia las calles coloradas en llamas, vaticinaba un poltergeist
en la habitación del pánico, ¡manco
profeta!
¡Este
poema es basura como su padre!, voceaba el alma,
pues
jamás erraba una recomendación ni flojeaba
en las costuras de la melancolía, en la reyerta demostraba su ánimo. Hubo
una flor bastante mágica, grande como
un girasol granate, aumentativa. Se bastaba la flor
para la épica, su melodía cautivadora.
Había nacido el verso continuo, distinto
de la poesía por inspirado en la realidad.
Estropeado Estro, ¡oh, pátina felibre!
Su diagnóstico secreto: funcionaba como un LP, a 33 RPM
y sin perder la calma. El aire le
sentaba bien, se iba a tomar viento por las obras completas de Juan Ramón
fascinado por la jota poetriz. Pero la
solución no pasaba por el aro de la ortografía y su plástica insurgente,
antes era algo orográfico, geográfico
en el sentido de mayor relieve,
un comportamiento montañoso.
Dibujaba dioses el alma sin levantar
el lápiz de la sábana,
de un trazo componía un monasterio con
su eco, un perro ladrador, un arco voltaico al natural.
Mentía de memoria: pero vas a morir como nacen los hombres.
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