Neruda pasea por Praga
después de la masacre. Juegan los
niños, después de todo.
La casa, la celda, la habitación
enorme donde uno no puede esconderse
de la suerte. La sala está bien
iluminada, entra el sol.
Quién puede esconderse de la luz.
Nadie se extrañe de Europa,
llore por ella,
ruegue a qué dioses ni vacile en su fallo:
este mal es el odio.
Odio a la luz de los niños que juegan
junto a los muros de la casa donde los
héroes fueron torturados.
El odio se sumerge, pero sale a flote.
Es una baba de odio que llega
hasta el desierto y se propaga
por todo el mundo fatigoso y cruel.
Cruces en llamas iluminan la costa
donde se estrellan los barcos cargados
de almas. Dios no ha creado hombres,
solo bestias.
¡Seguid alerta! La vida continúa antes
de nacer: una reminiscencia.
Tampoco el Partido trajo la salvación.
El milagro ha surgido
del pequeño corazón de una chica despierta,
pero apenas ha alcanzado a revelarse:
no ha sido retransmitido ni ha captado
la atención
de los juristas.
Ahora nadie pasea por Praga. La
memoria consiste en olvidar;
el odio cansa menos que el amor
y es más amable.
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