Empujas
la puerta del Parque, que es donde no hay,
que está
en cualquier parte y parece una puerta acolchada y parece de color rojo,
de
color blanco y parece que hayas entrado en el Cotton Club por la puerta del
árbol. La música es el jazz de un estornino
robador
de ritmos, el clima es tan
ingenuamente perfecto/perverso, la hierba
encripta
un torbellino de signos enjaulados.
La
novela está por escribirse, está escrita en el cielo
mullido
o en el cielo pulido del estanque, porque los ojos se reflejan, los ojos se
pierden… El KRIT está
esperando,
la gente del Parque no está sacada del infierno. Por ejemplo:
la
novela contiene un pasaje estremecedor que visto desde una distancia
prudencial
no desata un perdurable estallido. Digamos que el pasaje es un evento distópico-desagregador,
o representa
un
drama agrario condensador como el big-crunch, severo Armagedón, azaroso destino
de las
burbujas de vacío descritas en el Vademécum
(del campo) Escalar. Y nada ocurre, ni siquiera es precisa la
devastación de la mirada,
ni
siquiera carga el lector con el peso sucio de la desintegración y el jaque:
he ahí
la aseidad de la literatura.
Porque
no hay demonios en el Parque, solo ángeles descocados, áreas de hip-hop, chicas
finas, hermosas como lunares,
rápidas
como carros de papel. Mara y el KRIT pasan en un cadillac
virtual,
despacio hacia la proximidad del horizonte:¡próxima parada, El Horizonte! La
música se ha manifestado,
ha
cobrado vida de jilguero con cuerpo de mujer. Entre la vegetación
resaltan
varios sofás de piel helada, barras con camareros vestidos de frac, escenarios
vociferantes
con ojos de latón. Los botones dorados de la noche apestan a coñac barato
y
certidumbre.
Jordan
aparece sin duda ni aparato eléctrico, no desea disparar a ningún ángel, solo
quiere
beber y
que la dejen, solo quiere un espejo que no sepa su nombre, que no diga su
nombre como quien reza una oración
antes
de tiempo. La pesca ha sido mala, la fruta está podrida y las manzanas
retan a
la luz; hay que multiplicar los panes otra vez, hay que mirar afuera,
a las
colinas que rompen la frialdad de la línea de fuego. El verso es gélido, no
dice nada,
se
supone una deflagración libresca y decidida, un ensalmo narrativo; al ángel se
le gana por la mano,
con un
póquer de seises y una buena historia,
no con
un póquer de ases y una historia de amor.
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