Obstáculos
de linaje universal contra el único oficio de la naturaleza,
el
vagabundeo lírico despojado de toda ambición de estilo, de toda conmoción por
el paisaje y el éxtasis.
Golpearse
entonces con un canto rodado en la punta del pie, sentir el dolor,
dañarse
y sentir el dolor como un cantante de reggae, como un espejismo, una escena de
El Resplandor,
crema
del rojo Kubrick y maldita/divina
quemazón.
El alma
se ha quebrado en cuanto la escena ha recogido la mesa
con sus
vasos llenos de vergüenza; y el pie seguía doliendo con una especie de
resignación ante la sólida
estructura,
la dureza vigorosa, vigilante de la roca (casi) inmortal.
No
hablar del tigre cuando el tigre es un reclamo metafísico, un arte en sí mismo
que decae en medio del llanto
popular,
que se tambalea en el tono y en la imagen, solo brilla en el verso su pelaje
hambriento. Por no hablar del tigre,
el
poema se desvela, sufre convulsiones hasta que agoniza como todos los poemas.
Hay que
detallar que el pie es el pie de Jordan y sus manos se alzan al cielo sin
plegaria que valga,
sin
sentido; hay que precisar que Gris no es un ser uniforme: ni sus rayas son las
propias del metal pesado,
ni
permanece envuelto en el humo de las lamentaciones. El Parque ha parido una
torre
inversa
con su escalera de caracol, una torre eiffel con su estatua de la libertad
incorporada.
No es que el KRIT haya fundado una corporación tras las siglas de algún motor
impresionante; sin embargo,
las
ofensas siempre se lavan conforme al modelo ejecutivo.
Oh,
poetas presos en su gnosis y su encanto superficial.
La poesía gnóstica de Jordan choca porque no existe, choca
con el
matemático instinto del poeta, el ridículo trapicheo intelectual de su papada
artística, su posibilismo atroz. Está el árbol,
otros
árboles, la valla, el muro, está también el balcón que es necesario describir
(en cualquier instante).
Están
los árbitros de la belleza, con los ojos como platos, sujetos al lugar común de
su competencia.
Jordan
ha perseguido al tigre de TWD con los ojos abrasados, casi rojos como de rojo
kubrick, casi contagiados
del
humo denso que supura el cadillac rival. Acaba de nacer el día y ya se amolda a
la realidad
oscura
de la creación; hoy no les crecen alas a los libros, los santos reflejan un
protocolo de hierba o un montículo
pelado,
la próxima sesión de acupuntura de la montaña oficial. Una batería
de
ritmos aligera el ambiente, el aire avanza desposeído de respiraciones (y
abejas golosas). Nada se mueve
sin que
el poema lo copie en su coraza de plumas, sin que el poema lo vuele como una
bomba
lógica
de fecundidad. Suena redundante, y es el verbo que pisotea un símbolo sagrado,
y el
dolor es tan real que se amorata el cielo,
arde
con un modesto escalofrío.
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