Malas
noticias para el gremio: (¡extra, extra!) el sufrimiento excita los elevados
instintos
de la
Academia, solo ella garantiza el éxito. El Arte es un decreto de servicios
mínimos negociado por la eternidad,
una
mañana de resaca flotando en el murmullo del espacio
(o un
manifiesto firmado por el gato con botas).
Jordan
–artista– no ha sufrido, ignora por igual espanto y buen humor; aquí
todo
está robotizado, las rimas agotan su estilo perpendicular al ritmo de la
historia, construyen
mosaicos
vegetales, arcos de organdí, figuras
estables.
Ella esboza un poema ridículo sobre un tipo ridículo de amor y se siente
patética (no padece),
vestida
con ese artículo indeterminado (pero blanco)
que
desata milagros cada noche cuando se apaga la luz.
El amor
consiste en un beso arrojado al océano observable dentro de una botella de
ginebra. No tiene pérdida.
El amor
es el eco del amor. Jordan amaba a un pajarillo;
no era
un ángel, aunque su rostro, sus manos tejidas de tallos invisibles,
aquel rostro
sin voz… El pájaro cantor oscurecía el estro de las estrellas cercanas, oh, en
la lejanía,
brillaba
con el fulgor del dragón del paraíso, la armonía de los cisnes.
Ha escrito
un cuadro –el poeta. Asombroso, ha pormenorizado de varias pinceladas un retrato
retro,
hasta pasado por agua; puede que haya plasmado el fenotipo del vértigo después
de haberse vaciado. Pues reconoce
el
campo más conforme, falsado en genuinas prácticas
universales.
Paseando por el último reducto de la naturaleza (ahora que, por fin, todo es
naturaleza),
analizando
la penúltima fase de la problemática, sin verla (a ella:
siempre
ausente de sí), ha descubierto un carpediem
resuelto como un sudoku para principiantes.
Cuando
esboza un poema de amor, Jordan retoca la línea de sus cejas,
enarbola
un casto ejemplo como una piña retorcida, una aguja trucada, un hecho
formal,
y las abejas revolotean
ajenas
a su espalda mientras el río corre entre cuatro paredes y el cielo. Su amor no
merece compasión –harto
de
belleza– , ¡qué deformidad de sus facciones!, qué gusto exquisito (hacia el
final de la obra). El mundo es
acotable,
su límite responde al tacto de las nubes. Sabe
que el
amor le deja la boca seca y que nadie la ama como el viento que grita contra el
remoto silencio de su corazón.
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