Aquí no
se envejece.
Esto es
una mente. Todo ocurre dentro del orden natural del pensamiento,
es
decir, fuera de la naturaleza.
Y el
lenguaje es tan ajeno como un espejo de agua, como una televisión americana,
como un programa
de
reconocimiento de voz. El arte reconoce la voz del Rap, lo esconde
caritativamente
entre
sus brazos floridos.
Los
poetas abjuran del KRIT o es que lo desconocen, prefieren no darse por
enterados,
ni ver
el cliché del pandillero, su cadillac intermitente, ni ver a Mara reventando
las etiquetas del soul. Pues esto
sucede
en otro continente donde solo la literatura
prevalece
y ondea su bandera exánime.
Aquí no
se envejece, el tiempo recorre un circuito eléctrico de drásticas similitudes y
efímeras variables, efectúa
su
recuento de acontecimientos, organiza la totalidad en base a una concisión
matemática y un espíritu
asociado
al estilo y la grandeza de la premonición. Aquí el aire no se respira,
ni el
cuerpo reacciona con malicioso destello hacia el discurso vital. Hay un rotundo
respeto
por la Historia y sus aceleraciones, la cultura
y su
aclarado académico, hay un respeto por la enfermedad.
Es que
el tiempo no existe, o no existe el cuerpo, o no existe el árbol del ahorcado,
o no hay
soga alguna, cuerda ni teoría de cuerdas, proximidad o caos. Por ahora, el
runrún del motor, la simetría
horizontal
de las imágenes reales, aquello que conforma (y corrompe) un ambiente
cortante
e inseguro como el espacio detrás del Paraíso.
Aquí hay
un Ángel para cada protagonista, un cuento
para
cada flor. Las palabras se muerden la lengua y los silencios pertenecen a la
carne. Y el mundo no se acaba
nunca: basta
con pensar en el futuro.
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