Extraños,
tan extraños que apenas hablan ni despiden
centellas
por los ojos. Extraños en el fondo, demasiado seguros de sí mismos, demasiado
tenaces,
hechos a semejanza de una pequeña parte del tiempo, huérfanos
de
carácter. Autorizados a divulgar una épica de largo
alcance,
una óptica universal.
Todo se
reduce. A una música exquisita (o su aniquilación), demasiado segura de sí
misma,
agraciada
en limitadas dosis de realismo salvaje, digámosle JAZZ. Hagamos una base sobre
la que surfear
rítmicamente
sin limitaciones, como si dijéramos una ley que permitiese
portar un
AK-47. Un incendio (siempre) en la lejanía.
Estamos
en que arden los océanos y los bosques se aclimatan al nervio de la oscuridad,
la
hierba atardece en las postales, la hierba es una enredadera que sube por el
cielo: ahí estamos. Ahora,
conmovidos,
asistimos a la derrota de la humanidad –producida por 9th Wonder (no
confundir).
Había
que hablar del Parque en esta estrofa (por imperativo legal). Los Ángeles
sobrevuelan la ciudad de LA
y
también asuelan otros muchos lugares alrededor de la gran urbe, por el mundo
entero
reinventan
una diplomacia arcaica pero funcional, un estrago permanente.
Concretando:
el Ángel llamada D, replicante y distópica, orgullosa de su procedencia y de su
raza,
oh, su
energía que parece amor, su amor que parece un arma semiautomática abriendo
fuego contra la naturaleza,
su
mirada incrustada en el futuro, cogida con pinzas de tender el alma,
dominada
por mareas elementales. Su mirada es un proceso del que uno no puede
arrepentirse,
un carrusel calibrado en secreto por un maestro Zen
dedicado
a la contaminación del infinito.
El
tiempo se ha puesto de parte de aquel tiempo –algo imposible. El pasado
conspira
contra sí, el Arte conspira para sí. Tanta memoria como si fuera una suerte de
publicidad gratuita, tantos recuerdos
asfixiantes,
sogas que colgasen de cualquier viga cerebral. El pensamiento aturde
con su semántica
pesada; pero ellos no lo piensan, ni han hablado todavía, será porque el futuro
les pertenece.
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