El aire está manchado de inocencia,
muestra la marca del perfecto estilo;
sopla un viento leal a la conciencia;
hace un día de perros, vamos, dilo.
nulo festivo desmentido en rojo,
pasan horas de todos los tamaños,
segundos que unen almas a su antojo.
Las palabras se burlan de su sombra,
el eco diluido en la distancia,
y suenan al silencio que las nombra
en esa lengua muerta de la infancia.
El día va rayando en lo absoluto,
es un día real, de carne y hueso,
cuando llega la noche, da su fruto
en forma de pretérito inconfeso.
Pero tus ojos son una montaña,
el desdeñoso muro que interpones
entre tu luz, pestaña por pestaña,
y nuestros lacerados corazones.
Tu luz, que mira al cielo desde arriba
como la sombra fría de una estrella,
materia que no sabe que está viva,
aunque cueste vivir lejos de ella.
El aire aloja el imponente coro
de las hijas de Zeus, tus rivales;
tu voz convierte su silencio en oro
y su armonía en versos inmortales.
Hoy el día sortea su destino,
surca la cara oculta de la Luna,
esconde algo fugaz, algo interino,
algo de todos que en su luz se aúna.
Sucio de tierra sucia, herrumbre y barro,
como un metro cuadrado de terreno,
muestra el cielo su alma de guijarro,
su desalmado corazón de trueno.
Pero tus ojos son dos ciegas olas,
dos ríos sin hogar, sin afluentes,
una montaña henchida de amapolas
entre lo que no ves y lo que sientes.
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