La soledad es un espacio abierto,
cabe el amor y la nostalgia cabe,
no necesitas llave:
nadie le pone puertas al desierto.
La soledad conoce lo que ignoras,
todo lo sabe, incluso
dónde olvidaste el verso que en tu camino puso
como una oscura trampa para cazar auroras.
Estás sola en la tierra;
en un cuarto de estar de tu castillo,
escribes con el alma en cabestrillo,
herida sin haber ido a la guerra.
Estás sola en el mundo y no estás sola,
detrás de un muro estático de hierba,
la Primavera observa
la luz que te aureola.
Herido el corazón –la casa en ruinas
que fue casa encantada–,
¡oh, casa desolada
en la que libremente te confinas!
Sola como la forma antes del verso,
sola como el deseo en su panel amargo,
sola como una sombra y, sin embargo,
compañera de toda la luz del universo.
Qué soledad ajena, independiente,
penúltima y vacía, última y clara,
tu soledad, que va dando la cara
sin ocultar lo sola que se siente.
La luz del universo llega a tu piel ascética,
tras su vertiginoso viaje helado,
fundiendo con tu sangre su pasado,
¡breve suma poética!
Estás sola en el cielo, frágil claro de Luna,
inclinada tu mística silueta
hacia la eternidad que te completa
y la pálida muerte que te acuna.
Tu soledad, rendida y misteriosa
como un espacio abierto a lo desconocido,
secreta como un nido
donde la luz se posa.
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