El futuro siempre es hoy, siempre mañana,
siempre fue ayer, es un paso atrás a cámara lenta, una rodaja de
eternidad separada del tiempo. El oráculo
miente, miente el periódico del día siguiente, miente la voz de dios
que se escucha en la oscuridad de la tarde,
mienten las sombras frente al entusiasmo escénico del sol.
Miente el futuro porque pasará, será el puro momento, será una gota en
el océano. El parque se prepara
para la desintegración. Los ángeles se deprimen, su pasividad es
alarmante: es mejor que armen jaleo en la puerta del bar.
Jordan ha corroborado alguna pausa, ha gestionado algún invento
omnipotente, tal vez ha quitado el seguro de su arma,
tal vez haya cerrado los puños
relamiéndose.
El poeta se ofusca mapeando el panorama, su perspectiva limita con el
mismo
cielo que oprime la membrana de los corazones. El humo ha penetrado en
su misterio,
clarificando. Jordan destaca por el verso vuelto, por la corrección de
su espíritu, deseosa de agradar al ligero gorrión
y a la libélula, orgullosa del sueño amargo de las mariposas.
Gente sin oficio metafórico, atrapada en una reminiscencia o en una
ráfaga de malos
pensamientos, que se deja la vida en pos de una milagrosa aparición o
de un regalo, un libro. Hay maravillas
que empiezan a pesar desde el principio, saltan a la vista. Un día los
libros fueron
moneda de cambio, fueron tan explícitos como secretos, eran ejércitos
comandados por un caballero postizo, un príncipe
fugaz. Ahora, la reina hace rodar las cabezas de la corte con un
gracioso gesto de su doble de manos.
Actúa el arte en una representación indiscriminada, persistente, con
toda una panoplia de realidades
mohosas que, sin embargo, palidecen. Rumian su venganza. El pincel se
desquita,
la pluma orea sus sábanas mojadas, el buril remodela su angustia. Todo
se desertiza,
y el presente se muestra tan poroso como una magdalena agusanada.
Jordan vendrá, está aquí mirándose en el espejo retrovisor, en silencio
porque no alcanza a discernir
su máxima estatura, ni sus piernas siguen en el sitio ni la sonrisa
vuelca su deleite en el encaje del fuego. Se hace llamar
Snow porque ha leído una novela, se hace llamar Janelle porque ha
escuchado una canción;
pero las chicas de ayer han aprendido su nombre y lo repiten a voces: ¡Jordan!
y ella sonríe, y se recoge el pelo en un moño al estilo de Los Ángeles.
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