Dentro del verso, donde cubre
y las palabras no dejan ver el orden de la poesía. El precipicio al que
nadie se asoma porque
rompe con la sobriedad del pensamiento. Los poetas hacen sus
mariscadas, profesan un conjunto, forman una forma
horizontal, una gratuidad de las conciencias; su colectivo atonta,
atruena,
frena asombrosas intenciones, pone fin a cualquier finalidad improductiva.
El verso es un cotarro nada romántico, una farsa endomingada que, sin
embargo, polariza la miseria,
populariza el tedio. Entonces viene el parque con una extensión de
matorrales bíblicos,
un jaquemate natural, con sus parquímetros only for the KRIT, su
diccionario de calumnias y alfileres.
Seguidores y buscones, besucones, besuconas,
validos y mártires estajanovistas; el gran poema –el que se conmemora–
evita las veredas retorcidas y los colmillos
rígidos del entusiasmo animal, desconfía de la veracidad de las
apariciones,
es tan acaparador que condiciona cada gesto autónomo, cada microcosmos
lírico
y sus concatenaciones, y encadena profecías causadas a destiempo,
reconduce las situaciones
vertidas por la incertidumbre.
Abrid el libro por la página 1.336. Empapaos de la
miltrescientostreintaysiete, comentad el apoyo mínimo oscilante,
la variedad caótica y la intromisión volteriana de cada figura, la
moralidad intercambiable
condensada en el eco. Faced vuestra crítica. Mil páginas suponen un
clásico producto interior bruto,
entrañan una inmisericorde introspección a bulto, dan cuenta del genio
de la lámpara,
demuestran un feeling sobrehumano y una condición humana
demasiado real.
Los reales comparecen entre los candidatos al milagro, sujetos óptimos
de la milagrería y la prodigiosidad. La mejor de todos
es la dueña del cadillac, gafas de sol, sombrilla y un artista en el
asiento de atrás (y el arte hace por fin
su entrada triunfal). Vestigios de color entretejen el Armagedón de
bolsillo que sudan las editoriales. Sumad,
pues, hasta alcanzar (a ojo) la página 1.350 y obtendréis la obra más ligera,
que obrarse pudo. Ved cuántos obreros se necesitan para culminar una
opción semejante, para calibrar tal alud operativo.
Dentro del verso el poema se muere, vaga inconcluso y se deshace como
un copo de nieve,
rodilla en tierra, como Kaepernick, es consciente de la banalidad de su
resultado, exige otra justicia inapelable
distinta de los sueños: alza su Babilonia con el resto candente de un
infinito número de almas.
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