jueves, 18 de enero de 2018

el ángulo esquizo de la soledad


Jordan vuelve, vuela; algún día es de verla por la plaza vacía
llevando a una niña de la mano, sola o con
Gris. La niña que lleva de la mano tiene trisomía 21. Los pájaros codifican su mensaje, predican en una pesadilla
deshabitada, una habitación gigante como excavada en la roca
viva. Es tan fácil perderse cuando el espacio entero es un interrogante y los caminos se entrecruzan
en una respuesta general.

Ah, su belleza ha permanecido intacta
tras el apocalipsis y su renuncia escénica, la transformación de la ciudad en reino vegetal, una copa verdinosa,
fresca cartuja tallada en el dorso de la mano: esta quiromancia
sorda de las apariciones; sin espejos a la vista ni romance que valga.

El amor ha tocado fondo en la retina de la música, al final de la estocada
hay un coágulo de sangre que rima con el tiempo y no con el olvido. El ángel siempre vigila,
pero desde lo alto, firma un ángulo paranoico.

Porque el poeta (se) explica: tenemos un hábito en común, el lazo que nos separa cuántos grados. Y Jordan
asiente cabizbaja, protesta con las cejas enarcadas, las uñas devoradas de grisú; porque el poema 
es la espina que concibe el terremoto,
replica con un temblor que se transmite en cápsulas de ritmo.

Y el parque ha vuelto, cejijunto, endomingado hasta cierto malestar, como buscando una escalera
solo por pedir. A veces las chicas dan de limosna un beso, hacen como si el humo (…)
encerrase una bajeza más sólida aún, más insoportable todavía. Su fortuna por un tarro
de miel; la vida es un estreno, y cada día manda sus legiones hambrientas contra el fuego de los ojos, su temporal de sombras
contra la palabra deseada.

Hoy es domingo todo el año, y mañana también. Habrá que situarse,
vestirse de blanco y recuperar un lugar al sol, habrá que conseguir una rosa para el pelo, un verso
para las mejillas que suspiran, una estrella para quien no merece sino el fulgor pausado de la pura verdad.


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