miércoles, 15 de agosto de 2018

ni pizca de luz


Tenía un interés en ser como Nas, indestructible; Nas
ha caído del cielo, su lírica iba sonriendo por los aires.

             Atentos: el monte es la profanación,
el despilfarro de la altura, contiene una prodigalidad de especies, un prodigio de prestidigitación
evolutiva verdaderamente envidiable.

Novedades y aforismos cómodos, poesía
japonesa para salir del caso, costosas eucaristías, niños procesionarios,
camiones oruga y alteraciones catastrales. La castración de una comunidad de propietarios, la hecatombe
municipalizada, a domicilio; un grifo en cada hogar, una caldera en cada hogar,
un infierno.

La lluvia siempre trama
algo sobre la tierra, algún espectáculo sin rima, un trino percuciente,
persuasivo, inocuo. La lluvia es el mar, y el mar, la oscuridad, pues, ¿qué volumen oceánico
opresivo e ingente, repleto de vida no absorbe un solo cántaro de luz? El poema
difiere al tocar el suelo basto, intolerable y continental, se decanta
por el drama, sin escrúpulos.

             Normalmente, Nas suena a pastel de nata y leche de almendras,
             nada de huacamole, ni de niños pequeños arrimándose al altavoz
             principal con los ojos en blanco y las manitas muertas a lo largo
             de las invertebradas costillas colegiales.

En la puerta –¿de dónde viene todo ese humo? Las chicas admiran, al azar, un cuadro de Magritte,
cualquier encapsulamiento, el mundo encapuchado. Pero hay cosas que no cambian,
poseen ápices inconcebibles. El verso se dulcifica,
ya no se escuchan tiroteos ni intensas discusiones filosóficas. El ruido de fondo es de una morfología aeroespacial,
se escucha un manso abracadabra trucado de sosiego.

Ella quería ser como Dr. Dre, tan peligrosa y tan rotunda,
dueña de esa solidez epidérmica y facial, ese ritmo batiente y musculoso, como de patria chica (#straightouttaparadise!),
como si ondease una bandera negra contra la sombra turbia de un nuevo ángel descarriado.



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