Tenía un interés en ser como Nas,
indestructible; Nas
ha caído del cielo, su lírica iba
sonriendo por los aires.
Atentos:
el monte es la profanación,
el despilfarro de la altura, contiene
una prodigalidad de especies, un prodigio de prestidigitación
evolutiva verdaderamente envidiable.
Novedades y aforismos cómodos, poesía
japonesa para salir del caso, costosas
eucaristías, niños procesionarios,
camiones oruga y alteraciones
catastrales. La castración de una comunidad de propietarios, la hecatombe
municipalizada, a domicilio; un grifo
en cada hogar, una caldera en cada hogar,
un infierno.
La lluvia siempre trama
algo sobre la tierra, algún
espectáculo sin rima, un trino percuciente,
persuasivo, inocuo. La lluvia es el
mar, y el mar, la oscuridad, pues, ¿qué volumen oceánico
opresivo e ingente, repleto de vida no
absorbe un solo cántaro de luz? El poema
difiere al tocar el suelo basto,
intolerable y continental, se decanta
por el drama, sin escrúpulos.
Normalmente,
Nas suena a pastel de nata y leche de almendras,
nada
de huacamole, ni de niños pequeños arrimándose al altavoz
principal
con los ojos en blanco y las manitas muertas a lo largo
de
las invertebradas costillas colegiales.
En la puerta –¿de dónde viene todo ese
humo? Las chicas admiran, al azar, un cuadro de Magritte,
cualquier encapsulamiento, el mundo
encapuchado. Pero hay cosas que no cambian,
poseen ápices inconcebibles. El verso
se dulcifica,
ya no se escuchan tiroteos ni intensas
discusiones filosóficas. El ruido de fondo es de una morfología aeroespacial,
se escucha un manso abracadabra trucado
de sosiego.
Ella quería ser como Dr. Dre, tan
peligrosa y tan rotunda,
dueña de esa solidez epidérmica y facial,
ese ritmo batiente y musculoso, como de patria chica (#straightouttaparadise!),
como si ondease una bandera negra
contra la sombra turbia de un nuevo ángel descarriado.
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