Escribimos sin querer,
aupados en la sangre, escribimos
sin parar. Tenemos
una máquina de escribir,
una estantería y una genealogía ad hoc. Tenemos una estantería
plagada de títulos que no
nos representan.
Nos representan iconos
del hip-hop que abundan en comparaciones,
en sustituciones, en
atentados líricos y deflagraciones del lenguaje.
Ahora suena Big KRIT, el
sonido del espacio, la caligrafía del espacio, algo
intraducible, su
vehículo es tan
vehicular, tan
ventricular, sale del corazón, corre por las venas, es la heroína que corre por
las venas del futuro.
Entre tantos árboles es
complicado hallar un bosque
semejante, oportuno, en
movimiento. Como hormigas, se mueven
las personas, los
personajes de la simulación realizan un simulacro de incendio
civilizado: el humo no contamina
el río de las almas.
La sangre no llega al
río, se queda en el papel, no representa la herida, sino el golpe; hay una
posibilidad
llana y simple de
resultar útil, pero los consejos siempre están de más; la poesía
de la experiencia es un
fraude.
Entra el Ángel, lleva
una pluma en la mano, pero no de sus alas,
es una pluma
estilográfica.
Estamos sin dinero y
escribimos sin parar, el bosque no nos deja ver;
por nuestras venas se
desliza un espejismo versal, nuestra fraseología, algo hueco y sin entorno,
así es la poesía que entendemos:
fotogénica
y universal.
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