domingo, 1 de diciembre de 2019

estrellas emergentes


Fuimos al cine a ver si daban algo; en la película
salía el odio antiguo vestido de sociedad, vestido de autoridad, la banda
sonora contenía un sample del último interrogatorio, el grito unánime del comité central.

Era un sueño de butacas húmedas,
cómodas como nidos encharcados, como guaridas nocturnas. En el cortometraje, a mitad de película,
un Ángel de nombre impredecible, a su lado, el Negro Matapacos, sentados en la fila siete
cien estudiantes tuertos con gafas de realidad aumentada.

La gente escapaba por las ventanas. En la primera meda hora,
una violencia estratificada, mesiánica, un artificio antipolítico ajusticiado en su propia intuición
materialista, su re(li)gión sin bandera aparente. (Spoiler: Ángel que sintiera los colores,
flotara en la ligereza, alígero como Aquiles, diverso como un asesino en serie
diagnosticado por un estrado de individuos enganchados al riesgo.)

             Ahora el diagnóstico es el arte, el agnóstico es él
(y todo ocurre nuevamente). El poeta bajaba de tres en tres las escaleras de la buhardilla
del Bowery, enfrascado en la lectura, clásico entre los plásticos, licenciado
en incendios, modificándose como un comentario de fb a través de los siglos,
henchido de furiosa actualidad.

La ignorancia es un formidable the-end, acaba con el conocimiento,
concluye en una anemia generalizada del conocimiento, en un cerebro desvitalizado; la poesía
termina de comer, se acaba el plato y lo estrella contra la pared:
estrellas, como siempre.

Salía bien, el Ángel, tan favorecido, Destiny®,
indescifrable, lejos de cualquier estereotipo; en un abrir y cerrar de ojos,
tan famosa y requerida, líder del papel cuché y las elucubraciones, practicada en la tinta severa del tatuaje,
eterno claroscuro para el séptimo arte.



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