Y la noche aterriza en un solar vacío ―y nos hace el
vacío― y ya tenemos
un nudo de soledad deshecho en la pizarra, la teoría
inter-universal, el todo, el prístino
corazón del corazón*.
mineras, chimeneas gigantes, hangares y máquinas, infatigables
máquinas
bizarras. Consumar el hecho contaminante, debilitar el
músculo de la ecología, inocular un virus
mutante en cada brizna de hierba.
perfecto que se subdivide en pompas y burbujas, invade
los arroyos,
desciende como un ángel granizado. El mar nos da la
espalda, nos evita, mira en dirección a nuestra ausencia,
absorbe nuestra dignidad culpable, se marea
de tanto volver la vista atrás.
su pelo recogido. Vamos escalando nostalgia, deambulamos
por los restos de la felicidad
entre hierros y neumáticos, espadañas y humo de barril.
infinita de los números con un pequeño cielo por delante,
un paraíso circular. Bajo sus alas,
el Báltico y su memoria, el frío y sus estratagemas.
Rememorando el terrible herbazal de las tierras altas, la vis
selvática de esta frágil naturaleza.
últimas de la física con una sonrisa casi real, ahora la
singularidad
engulle la materia de los sueños y todo está vacío, tan
solo queda un rostro suspendido en la nube del ocaso
y una rosa que aprueba nuestra historia.
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