domingo, 9 de mayo de 2021

mejor que amar

 

Mejor no pensar, mejor amar.
 
Estamos en familia, cómo se siente; el dolor de una madre, el sentimentalismo
accidental de una persona empedernida, pulsaciones
integradas en la vida familiar.
 
El poeta se acuerda
y se acoda, aglutina una sensibilidad decorativa: rey de conmociones.
Poetas: saben lo que es sufrir en primera,
segunda y tercera personas del singular. Sienten el surtido
completo, ofrecen una perspectiva multilateral, diseminada y fecunda.
 
Pero luego son alegres, y luego se divierten,
bipolares, trilingües, exactamente delineados por un lápiz de carpintero.
 
Van por la Avenida eminentes y quietos como estatuas o péndulos, inmóviles
ante la tormenta, qué tribunal supremo de la angustia. Pisan la red
cúbica del Parque y palidecen, qué estremecedores
sus nombres alineados en mitad de lo oscuro, estrellas tumefactas, luceros suplentes.
 
Mejor amar.
 
El verso corroe como un ácido en la punta de la lengua. El eco
familiar recorre el espinazo desintegrando placeres antiguos, asiduos. Todos procreamos
pensamientos impuros, pero algunos irrumpen en los salones de la literatura,
dignifican la degeneración.
 
Soñamos una revuelta independiente, un espacio no representativo, nuestro
trance fomenta la imaginación de los ángeles ―calificada con un rombo―, la indignación de los ángeles.
 
Somos familia. Nada del otro mundo. Primeras
personas saqueadas por el tiempo, corpus christi, coreamos himnos
deplorables, hemos lanzado al viento la bandera más inaccesible, hacemos cola para ver. Tenemos
la belleza entre ceja y ceja, a vueltas con la realidad, pero luego
nos mata una palabra certera,
un silencio capaz.




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