domingo, 23 de mayo de 2021

el grave desenlace de una mañana de mayo

 

Sorprende el invierno, su ráfaga ardiente, lengua de fuego y Sol. El rayo
consiente a la velocidad del Arte, se arremolina como una voz pasiva en torno al horizonte. Hay líneas
paralelas donde escribir un nombre familiar. El nombre del Sol es una información sin fundamento (habría
que acercarse demasiado).
 
Se derriten los campos con suma fragilidad ―qué intransigencia―, suma
perversidad. A uno se le mojan los zapatos, los calcetines blancos, la piel. El campo es un espacio
elocuente que pre-dice la verdad, lleva puestos los trenes (y los zuecos), lleva puesta
la noche más larga, el  conjuro
y la nieve.
 
Ha nevado con furia y tristeza
infinitas sobre un verdor incomestible, casi doméstico. Casi superfluo. La nieve
arroja destellos de ferocidad, trazas de Luna.
 
Qué blancor desinfectante, deshojado,
despojado de tardes de domingo, desahuciado del tiempo. Ayer era domingo
por la tarde y los trenes llegaban sin descanso, uno tras otro, deliberadamente. Por los resquicios del mundo
asomaban las rosas, los tímidos grumos de la sangre.
 
Cuanto más al Norte, más duele. Hasta que el dolor inunda las articulaciones
del aire y el puro vuelo de los pájaros, carcome la inocencia de los árboles. Ah, digerimos la hierba y nos vamos
conservando, mantenemos el pulso, la energía de la frustración.
 
En el Museo, Laura comparece a través de un lienzo
antiguo: idénticos hoyuelos, el mismo anonimato (L.A. Confidencial). Pasamos de sala en sala, recorremos
pasillos, conectamos con la autoría y la representación, nos aburren los rostros
diferentes al suyo, cualquier idolatría nos distrae de lo urgente; pues su mirada
es un hábito y afuera la nieve responde al desenlace
de una  mañana de mayo. 



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