En Jordan finaliza el Arte. Dicho así, con esa rotunda aproximación a
la tragedia. Todo el Arte, dicho así. Ah, Jordan
ha pinchado el globito de Koons, se ha reído de Orozco, ha terminado
con la última
lata de sopa Campbell’s del mercado, sorbiéndola con delectación. Ahora
solo
Basquiat es capaz de seguirla el ritmo, solo él le aguanta la mirada,
le sostiene el pulso.
Todo tiene que ver con el racismo. También el Arte y sus macondos, sus
relamidas manutenciones,
sus estereotipos petrefactos (y sus petrodólares). Incluso la raza.
Ayer,
una muchacha negra –hermosa como una princesa (por si fuese necesaria
la aclaración)– fue confundida por la policía
con un tipo negro y alto, calvo y con perilla, detenida, agredida y
esposada, reducida y acusada de resistencia a la autoridad,
su nombre era Tatyana, y pudo contarlo. Disculpen la interrupción.
El parque ya rebosa de arte urbano, es una alcantarilla mayestática.
Los chicos hacen
deporte detrás de algunos animales (¿comestibles?) y los autos racanean
oxígeno por las alturas. Mucha hierba
y pintadas con acrónimos: A.C.A.B.; el rostro del poeta Ho Chi Minh,
icónico y feliz, adornando
la fachada del rudo Ayuntamiento.
Poetas, lo que se dice, solo uno. Con su ritmo y su desgana,
desgañitándose desde la copa, con su sombrero de copa y, en la mano,
una copa de vino portugués; el poema
se lo escriben: las nubes voladoras, los pájaros ausentes,
las letras del letrero luminoso de la esquina, la autobiografía del capocannoniere.
También Warhol y su poderosa inacción,
su verbigracia y su extremo. Cualquiera hoy es capaz. Se cree en
posesión del secreto de la insignificancia, cualquiera se llama
bárbaro hoy en día y escribe un verso, al parecer.
Al parecer, en Jordan finaliza el Arte; se asiste al ocaso de la representación
moderna y colegial. Cuántos retardados hundieron el mercadillo
voluminoso de las colecciones. Ellos
sacralizaron y conventizaron el panorama autónomo, deshumanizaron la
entradilla del museo; cómo anhelaban
un museo en cada pueblo, la exposición permanente de su nulidad
geométrica, la volubilidad global de sus invenciones.
Pero la fiesta ha hecho kaput, se ha poblado de eunucos artísticos
cuya impotencia misteriosa ha desembocado en un sumidero de artificios
y puertas desconchadas. Ahora van,
recua de zombis, por la avenida, comitiva de artistas degenerados
culpable de la angustia del planeta como del menoscabo
de la ciencia. Y, por debajo (y por siempre), un estrecho comité de
personajes reales
–ángeles destinados a la lucha–
disputándole el cetro de la verdad al mismísimo Demiurgo, tan
excéntrico.
Jordan por el aire: así se apura un joint, así se da qué hablar en los
cenáculos más comprometidos. Pues lleva un foulard
acanalado y sus dispersos vértices señalan cuatro puntos diminutos, la
luz del sol incide en su barbilla con milimétrica
ensoñación. El cuadro ya está en la galería cuando Basquiat lo observa
de reojo en la sala de espera del dentista.
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