Esta civilización conserva su maquinaria de obrar realidades, pero
desmejorada,
ocluida, su desarrollo enfermo como un dolor de estómago a las tres de
la mañana. Por las grietas del amor
se han ido deslizando urbanizaciones completas, ríos de tinta se han
vertido hasta saciar la sed de los ególatras. Qué pura
metamorfosis; burdeles y comisarías, farmacias y tiendas de
ultramarinos,
las mismas calles de la infancia dobladas como en un origami politécnico,
esa papiroflexia montada de los universos
posibles, tantas concavidades y toroides, dimensiones extra
como bolas extra en la máquina del bar de la esquina. Prostitutas
puestas ahí por la naturaleza
para negocio de aristócratas con ansias de rutina; brotes de felicidad
caleidoscópica, el epicentro de la melancolía
dando vueltas en su ruleta afortunada. Una vida
puesta del revés, inhalada a través de una pipa de crack, expelida como
el humo que llena
de esperanza las chimeneas del barrio.
Y el parque unificado en el plano de la ciudad, hecho ciudad a
martillazos, volcado en avenidas sin nombre,
esclavizado por la vegetación y su diccionario salvaje, dominado por la
noche hasta que Ella
alcanza la superficie. Y sale el sol. Ahora, Jordan sale del metro, emerge
muy despacio, con un movimiento mecánico del alma
se rinde a la soltura ausente de las horas, a la transfiguración
climática, el cero absoluto de las emociones.
Everything is basic: la fotografía, las matemáticas,
la gente. Con un documento básico puedes acceder
al clímax o conseguir dos porteadores magníficos. La civilización ha
caído, pero eso no significa. La gran literatura
ha caído, lo que quiere decir. Se desploman las temperaturas en el
ártico y el nivel del mar desciende
dejando a la vista rascacielos por toda la costa. El portero de la
finca ha reaccionado y espera su propina,
si no se la das echa mano al revólver,
sicario reciclado en factótum habitual.
Los cementerios han crecido como hongos misteriosos, las cruces faltan
a la verdad, humean como montañas
oscuras, muchas han sido arrancadas por los ángeles. Por la hierba hay
que andarse con cuidado,
con tiento, como si fueras a entrar en una catedral, una cartuja
póstuma, esos reinos sinuosos típicos de la cordura.
Hasta los perros conocen varias lenguas europeas, se expresan con
claridad,
son parisinos comme il faut, latinos de andar por casa. El globo
ha hecho ¡plop!, la burbuja del arte ha colapsado
creativamente y de modo objetivo, la música se ha destilado en multitud
de acertijos clásicos sin respuesta aparente,
la escultura ha comenzado a desmenuzarse a tiempo, los libros brincan
solos,
se suicidan en secreto y sus páginas blancas contienen pesadillas sin
cuento. En el reservado al final de la escalera
los orgasmos preceden a otros crímenes de honor. Jordan vigila desde su
balcón
debajo del puente; el mundo entero respira debajo del puente, el mundo
que no existe jadea conectado a una bombona
de oxígeno: veintiún gramos exactos de necesidad (y el espíritu de la
época,
el Zeitgeist proteico y salvador, haciendo de las suyas con los
huérfanos
de la guerra que viene).
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