Sepultada o no, la Avenida serpentea y
se bifurca, o no. Bajo el Parque (o no),
simultáneamente, una ciudad palpita
ensimismada, se desarrolla, muere como todas las ciudades cada vez que un niño
cierra los ojos
y sueña. La ciudad con sus bibliotecas
y su cielo azul ceniza, sus gomosos parques
infantiles, su cadavérica
multicultural (su cara de cadáver culto y bicho raro).
Cada
vez que Jordan va a la biblioteca
encuentra a Destiny sentada en la
escalinata del pórtico
(fumando lo que fumen los ángeles), y
cada vez que entra en la biblioteca encuentra a Destiny leyendo
lo que sea que atesoren los ángeles (anteayer:
‘Amor, ira y locura’, Marie Vieux-Chauvet, un clásico del calvario).
La ciudad construye una férrea avenida
(tiene un plan), pero la Avenida es más antigua que el espacio; recorre
viejos lodazales, antiguas tierras
indias, páramos inútiles, desiertos con la cara
clavada de amarillo, secuelas de una
inundación histórica. La pauta es la ruina del sentimiento, por ejemplo: ahora
se escucha la voz de un bohemio estilo
arquitectónico, que recibe el nombre –sórdido– de Montell Jordan, al que las
chicas
calificarían de sexy; es que los altavoces funcionan en consistente random nuclear
(aunque no pinchen nunca a Tote King).
La ciudad de los ángeles enarbola su
bandera negra recién lavada, se entrega a la piratería del esfuerzo,
roba cientos de corazones por segundo,
contiene una buena población de varios millones de seres capaces de destrozar
un poema cualquiera con la mano en la
entrepierna, seguros de su himno y su tolerancia cero,
obreros de la religión y el asma;
contiene millones de versos maliciosos como virus informáticos, copias
resistentes a la penicilina
sintáctica, agentes maduros de la literatura paranoica que se mueve por los
escaparates
como un feo ratón en una rueda
hamsteriana.
Jordan
le ha preguntado a Destiny –por supuesto– que por dónde se va: es preciso
pulsar el criterio arribista de la
burguesía, hay que tener amigos hasta en el paraíso. Los edificios dejan paso
a la inmunda extensión de césped
violento, golfista, fofo y trasegado. Los árboles no tienen casitas en el
árbol,
las mesas huyen del banquete converso,
las cuevas se dejan ver la ropa puesta a secar, los niños perdidos.
De vuelta a la Avenida, se disfruta.
De un milagro al día;
una cuerda de reclusos (descrita en la
guía de supervivencia) tras un cadillac genuinamente americano. Amor, ira y… Señoras
y señores,
con todos ustedes, ¡la forma de la
nube! En la biblioteca hay un libro distinto para cada sangre,
una recomendación editorial de los
servicios de salud pasada por el filtro del realismo estúpido (y sus
necesidades),
pero Jordan rescata su propia
cantinela: suena mucho mejor.
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