jueves, 11 de octubre de 2018

¡siga a ese coche!


Profundidad de campo, una vuelta a los orígenes de la catástrofe, la génesis del cataclismo; por ahí,
una vida resiste, se incomoda, se aburre de tanta respiración asistida, de tanto
cielo compungido, tantas ventanas regadas de azul.

Un taxista para en la Avenida y gesticula, su mano elige una dirección; la radio
domina el trayecto con su cháchara monumental, su música de andar de arriba abajo por la misma calle olvidada de siempre.
Existe el misterio de una noche, el alegre neón de las celebraciones, el púrpura fresco de la acera, la verdad
de aquel vaso volando por los aires, otros extraños pájaros, cierta solemnidad de la nostalgia, cierta clase de melancolía
derivada del fondo del espejo; hay un color de piel que se recuerda también como una aclaración a la belleza
sobreactuada en la inacción del Ángel.

             ¡Siga a ese coche! Y el coche no es el crucero de Big Bopper, ni el icono del KRIT (que son los únicos
remotamente organizados); podría ser el auto de los estudios de grabación, el autobús de Hollywood con su tronío
eléctrico y su anatomía maderable, podría encarnar el desplazamiento, la animación de las colinas, la mala entonación
de un bulevar cosido a la tormenta.

Jordan nunca ha visto a un policía (lo más cerca que ha estado de la ley fue cuando un ángel de la guarda la atosigó en la ciudad);
sin duda está fuera de la ley, es una mostwanted seleccionada por el enésimo placebo de los dioses,
formada en el callejón de las contrariedades, criada en el ensanche descampado y monótono, dentro del perímetro
superficial del Parque, donde las autoridades no saben qué hacer con su plúmbea autoridad.

Las chicas han violado varios códigos de vestimenta, han traspasado la frontera tenue de lo ilegal, pero no se rinden,
luchan por un futuro edificante, por una página sin humo; más al sur, el campo
recupera posiciones, amaga y crea una fisura, dibuja una falla tremenda a lo largo de la realidad,
coloniza el pensamiento general con un puñado de estudiantes de segundo de poesía puestos en fila a pensar
(los de tercero hacen prácticas de silencio).

El viento no deja vivir. Jordan escucha sus cedés clásicos de todos los tiempos mientras lee
sus clásicos de la literatura de todos los tiempos. Luego escribe en su diario una especie de recordatorio de sucesos:
un libro de familia basado en Spoon River, con prólogo tolstoiano. Pues su familia es un corro de vacío,
abejas y recados de aliento, el hipo en medio del bostezo ideal; su familia se sueña,
y cabe toda ella en una caja de pino.


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