Quién no sabe odiar. Pero no atina.
Las chicas saben,
odian al KRIT y aborrecen su cdllc
brillante (y a Mara también), odian el Parque (aunque no exista), ellas odian
bastante. Pero Jordan, ¿a quién va a
odiar?, ¿a Gris, que nunca?, ¿a qué Ángel?, (no, al Ángel, no ¡ni que fuera
dios!).
El odio es la suma de las necesidades,
es un batido de nada y fresa, como lo que se esconde en el altillo; en el
altillo del cielo
se esconde dios (se le conoce por las
uñas largas, y luego por la sombra de su amor).
Ni siquiera tiene una escopeta de
caza, si ni siquiera tiene una mira telescópica, ¿acaso hay una mirilla en la
puerta de su casa?,
pues no. Ella no va de caza con la
cabeza baja y el dedo en el gatillo,
ni erige cadalsos en el barro, no se
ha bañado en sangre todavía.
Odiar a un Ángel sale a cuenta, solo
hay que mirar para arriba y divisarlo, encontrar su estela
revolucionaria, su alijo contrabandista;
en el Parque abundan las apariciones, los fantasmas encarnados,
diminutos fantasmas de sí mismos,
hologramas fantásticos y demás insinuaciones de la realidad. Aparece el KRIT
en su descapotable amarillo a una
velocidad mejor que la velocidad, más rápida que un salto de repente,
más auténtica que el miedo al infinito:
alguien le saca una fotografía.
Jordan
ha preferido el amor, se ha decantado por su espíritu, la mística
cariñosa y decisiva; ha abrazado un
árbol abarcable y ha sentido el correoso ímpetu de la vida
retribuyéndose, agigantándose en un
gajo de felicidades, un ramo de paciencia. El árbol, que ha hablado como la
hierba,
con el sagrado verbo de los seres ingrávidos
que recorren el mundo en un plano secuencia interminable.
La mecánica del desamor impone un entramado
indiferente, es entretenimiento
negativo, desenlace y (primera) parte;
y así se corta un nudo gordiano por la mitad del personaje, se separan los
mares,
se nutren los colores de ideología y
descargo.
Odiar, lícito error de estilo, igual
que cometer una falta personal, dar un traspié, tropezar con otro muro
transparente. Vas por la carretera y
el odio se traga los kilómetros, el amor
despliega su distancia aproximada al horizonte
que escupe dinamita. El humo redime como un artefacto
religioso, hace historia y la cancela.
Pero Jordan siempre elige el camino más largo:
¿a quién quieren que odie, si se ha quedado sola en este verso?
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