La lejanía es un efecto óptico. Y con un telescopio prodigioso se podría
atisbar aquella sombra armónica
levantándose sobre la pequeña ciudad al norte de París, su Parque
engalanado,
entarimado, su plancha de hojas secas, tal vez su voz
girando entre los árboles.
rectas y su fecundidad alarmante, su estrategia calculada. Preferimos la
ambigüedad y el empobrecimiento
abstracto ―solo amenazante―, la decadencia
de la física y su probabilismo atroz.
destaca en esa labor inapreciable: como constructora de realidades y
sombras metafísicas,
de contradicciones públicas (y por su manejo del espacio).
condición de la poesía, su verdadera inspiración.
por alto su mano
alzada, su cabellera y la región inobservable de su pensamiento. Pasamos
por encima de su
ceguera y su estampa
cotidiana (y de su
selfie).
trucada por los dioses, está el ángulo feliz del paralaje, la idea que
nos acerca a la luz. Por último,
ella, sentada en un banco del Parque, un lugar sin nombre en la
trayectoria del deseo,
tan vulnerable como un poema inacabado,
un poema imperfecto, palpitante, como el latido de la pureza sobre
la falsa apariencia del vacío.
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