martes, 24 de agosto de 2021

rachel y el amor

 

A menudo en las películas americanas:
               
                amas de casa
                veteranos de Vietnam
                gánsteres
                muchachos y muchachas de cualquier edad
 
dialogan como filósofos o profesoras universitarias (qué agudeza punzante,
qué facilidad de palabra),
se expresan en un idioma extranjero, es decir.
Favorecidas por la inextricable espontaneidad de su cháchara pueden
actuar en el cine o en la vida con la seguridad que les proporciona el imaginario social que representan.
 
Sobran los milagros, las certezas todo lo inundan; apresamos
el milagro del fomento artístico en sus inicios, el germen de la intervención
musical, la célula que inspira el momento crítico de la crítica (pero, ¡que sabrá un crítico
si no ha seguido con el dedo la infame singladura de la Avenida South Presa
ni siquiera en Gmaps!).
 
                Emily y su lengua desnuda, de(con)struida, su hoja
                perenne (su hoja de servicios), su anfibología decimal. En su honor ahuyentamos espectros
                coloquiales, tratamos de parecernos a gente de otra dimensión.
 
En esta película americana Olivia Cooke se ha rapado el pelo al cero para dar vida a una chica de instituto
enferma de leucemia; ah, pulsa la fibra sensible, incluso
impulsa la fuerza motriz del poema (que nunca dice lo que quiere decir), su estrategia
política (el corte de pelo no es lo importante).
 
A veces en las películas americanas
una chica de Manchester te invita al mudo sueño de la creación.



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