En nuestra mano no descansa
el gorjeo del mirlo, ni el furtivo fraseo del ruiseñor distante nos
compensa, apenas
ennoblece nuestra airosa postura la fortaleza
de un silencio atrevido.
natural de la historia; nuestra providencia arriba como un bajel
invencible a la tierra del fracaso, el solar intacto del desorden y la
falta de ingenio para la confianza.
elocuente que anima el contexto de las horas perdidas y se desdobla
de continuo en un alarde fatigoso y cruel; la contradicción es la madre
que muerde las sombras en el sueño
interrumpido de nuestra ignorancia.
crónicos de una escuela furiosa; qué varapalos, qué indolencia nos
procura el incienso
místico de la iniciación, el poltergeist de esta maravillosa
esgrima de difuntos.
(curiosamente). La música corrompe la autoridad del programa completo
―del exilio al vacío estructural. Es mejor la pura
ausencia de sonido: mariscal que dirige su ejército hacia el mudo portal
del horizonte.
imaginaria, siquiera increada por
aguda, aupada en una prosa decadente. Qué pena de estilo,
cumplida en el mismo corazón de la palabra, qué asedio de mañanas
estridentes
larvadas en el hondo zafiro de la bruma
sedienta. Decid, poetas, ¿a qué velocidad mueren los hombres?¿En qué mano
descansa
el luto de los Ángeles?¿Qué compás ha derribado la escalofriante estatua
de la fe?
Mark Power / Magnum Photos |
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