Fuimos felices
viendo la televisión, canales y retorno, frecuencia de actualización,
metros de cable y, cada día, Laura
prodigando sus dones, desplegando su magia cada nuevo partido, una
sublevación de la anatomía
(y la altura). Retornamos
al desierto donde la materia se esconde, la arena
es plato único, es el brunch.
fúnebres, la necesidad de una extremidad entre dos vagas líneas de
pensamiento,
después, el aturdimiento que sigue a la palabra
escrita, la fundición de un estado emocional que no es amor pero se le
parece un rato.
cerca). Basta la palabra hawaiana para designar el terreno que se salva
del beso ardiente
de la lava. El barrio es un espacio
protegido por las estribaciones del Parque, las bandas
arrojan un resultado excelente cuando se trata de servir
y proteger (kipuka!).
ese encantamiento poderoso y felibre que guiaba nuestra pluma
hacia el misterio de la felicidad los días de partido. La genialidad de
un deporte de contacto, una exhibición
bukowskiana en toda regla.
(que lleva un siglo sin abrir); la hierba ha consumido su porción del
pastel
existencial pero quiere más, es insaciable, la hierba. Nosotros nos
fumamos el recibo y la factura
de la luz, nos fundimos el arte que transita su viciosa soledad como un
frontispicio o una selva,
besos humeantes parten de nuestros labios
siempre en dirección al norte
tan jodidamente oscuro
y feliz.
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