miércoles, 30 de septiembre de 2015

¡escuchad!


En la mínima silueta del gorrión,
su terciopelo,
el rango de sus proporciones; física natural que no es del hambre,
aunque a veces se alimente de su vuelo, se adueñe de su estampa.

Elegancia y dorso. En el pico fornido, su cándido despiste. La perfección es una minucia
al alcance de cualquiera, cualquier ojo. Esa mano que pinta
y describe un círculo tortuoso. Mas el pájaro resuelve su geometría con prudencia;
es el maestro que explica la norma y ejecución del arte: ¡hacedle caso!, ¡escuchadle!

El gorrión olvida su milagro, sus hermanos
-¡tantos!-, todos a cual más agrio de carácter, a cual más extraordinario,
excéntricos como genios de la música, quietos a pinceladas, muertos a pinceladas, con ese dinamismo
que late en el mural del pensamiento y no alcanza sino a perfilar un color ausente, una dimensión
errática (y un color).

Hay un tiovivo en el poema. Es para el ángel. La muchacha lo rodea, se propone una canción,
recita un espacio abierto como el cielo que late a su espalda
y se conmueve. Los caballitos relinchan de puro estancamiento mientras los niños aguardan otra epifanía.
Ella es la diva del momento; ha dibujado un árbol y ha grabado sobre el papel
un corazón con su navaja: la sangre tiene que salir de alguna parte.

Se registra una suerte de indeterminación formal y la bandada
surca sin destino un cuadro histérico. La provincia se ha quedado pequeña para tantas alas.
El mar aguza su oído, el viento se atribula; a dos metros
bajo tierra las campanillas doblan su aliento, pero el duende está sordo desde la última contienda.

Reclamad la comisión del arte, finas aves, y no dejéis ni las migajas
del guiso. Cada poeta os debe una ración de plata, un arco de oro. El diamante
que silba en el relámpago es vuestro, pues nadie ha revelado su designio ni el ángel lo ha soñado todavía.

Vibra el verso con la levedad del desarrollo, la pirueta
elástica de un esqueleto firme.
El vértigo ha tomado nombre, la luz se ha rasurado el hueso y ha lacado el timón de la belleza.




sábado, 26 de septiembre de 2015

notas sobre el procedimiento


Hay un término para designar algo que ocurre. No es exacto.
La crítica lo critica, no describe. Digamos un azul como en un cuadro de
Matisse, con sus matices. Se deben ocultar todos los procedimientos, la génesis del arte
es una conmoción, cosas de débiles, cosas débiles
que no rompen contra la realidad, no acaban de romperse como un pobre corazón, no se laminan
ni se lamen las heridas. La broma es obra
de un comediante suelto, sin raíces. La risa es obra de una diosa diletante, portátil o iconoclasta.

Vayamos con el plagio. El plagio siempre dice la verdad, regla primera. Las chicas del poema siempre están en otra parte,
adulándose entre sí, caramelizándose; una de ellas lleva una falda pre-cio-sa,
silabean y paladean al unísono. Saben poner las comas en su sitio, no como un poeta de saldo.

El precio de una obra de arte es impresionante, causa estupor su dilatado número de ceros,
vale tanto que aterra; la crítica ha tasado su valor intrínseco a través de miles de líneas, palabras cortas, sordas,
palabras largas de más de cuatro sílabas, como aporístico, que encarna la máxima dificultad,
el súmmum de las alucinaciones semánticas, la semiótica aguda, esa enfermedad rara.

Hace un corral de invierno y los poetas se arremolinan (por decir algo), se arrean, eso sí,
con fatal dedicación, robustos como suelen, pegan al de las gafas -¡cuatro-ojos!- y siempre alguna artista
sale en defensa de la competencia literaria y se comporta
entonces con gran autoridad. El cielo resulta que se lo ha hecho encima, literalmente, se ha llovido de cuajo esta mañana
sin pararse a pensar en los metros cuadrados -y tan poco sutiles- anegados de espanto.

¡Ah, pero si inspira! Es una inspiración el agua fuerte que gotea y perfora manchando
el mar azul de otro azorado y casi verde, por si las musas. La realidad no es exacta, depende. El forajido Watson
fue acribillado en varias posiciones, de varias formas, por diferentes verdugos. La guerra la inició un pobre diablo
condecorado hasta el techo. La revolución fue idea de un don nadie, realmente.

Todos prueban el drama, que es democrático.
Quieren probar las soluciones fáciles, la sencillez y ecuanimidad de la gente de la comarca, su juicio profundo y cómico,
su autenticidad contrastada. El nacionalista debe dejar de amar a su novia
extranjera, que le gusta, pero no le conviene.

¡Quién puede afirmar nada? Las chicas extraterrestres fuman planetas, se drogan como aquí,
a pesar de su inteligencia artificial. Buscan matar el tiempo igual que los amigos que quedan a las cuatro de la tarde
y empiezan a comprender el carácter secreto de la ausencia. Así se hacen los poetas, a fuerza de poemas sin estilo,
gafas rotas y sangre en los portales.




jueves, 24 de septiembre de 2015

germanía para la distancia


Frecuentar los extensos dominios de la nada,
saludar a sus príncipes
y no maravillarse.

Un relámpago es un trámite más alto, simplemente. Será que en la llanura
han crecido los cielos hasta
algún otro mar (algo salvaje). El cielo se ha comprado una bandera
hecha jirones. Hay que sofocar el polvo que se enmaraña al paso de la hierba, fructifica como un cereal
sediento de fragancia. Ruega la lluvia un nuevo atardecer soñado,
el peso de la roca sobre el alma, tan natural.

Todavía se siente la penumbra; ella la siente pero no le importa creer en menos luz. Es eficaz
ese pronunciamiento, y necesario. La luz está sobreestimada entre
los ojos. Secuencial, el blanco y negro no oprime tanto, presta
alejamiento y perspectiva, surte una cascada de presencias espectrales que parecen llagas,
y lo son (en última instancia). ¡Ah!, cuánto misticismo en una palabra,
un récord en francés, dicho así, a toda prisa, masticando el sonido hasta que duela y se comprometa.

Que sea comprensible, como el francés: mon dieu.
El verano quiere ser aprehendido en toda su viabilidad, procura ser visible más allá de septiembre.
Esta naturaleza cobarde pretende escapar de sus jardines, ¡oh, Babilonia en ciernes!, ilesa
aún. Nadie ha olvidado el nombre de los árboles, es una falacia, un tropo;
también las niñas lo cantan
e incluso el viento coordina su salto con las flechas lejanas y los nidos recién abandonados. 

Será que ella ha paseado su luz por más ciudades,
ha burlado la Historia
para renacer al filo de la madrugada en un lugar prohibido, mítico su pelo negro, blancas sus manos de artista,
oscuras manos de princesa efímera dotada para el arco iris
o el Amor. Una copa de vino turbia como el azul del infinito, un par de besos suyos
sobre aquel terciopelo del silencio.




lunes, 21 de septiembre de 2015

sans terre


Un rapto de pureza inconcebible diseñado en la mina más profunda del barrio obrero,
donde apenas interviene la cirugía de la luz. Pasear y no detenerse
contra la última farola abierta, el último bar agnóstico de la avenida.
Hay un bosque al pie de la letra entre las calles múltiples, bocanadas de aire comercial que ascienden al terreno
ordinario de las respiraciones, tanto da un conejillo de indias que una princesa rubia oxigenada.
Los árboles rezuman sensatez y un egoísmo sereno, exhuman un repertorio de aconteceres silenciosos,
extreman las precauciones, ya no batallan ni temen el mordisco bipolar de la sierra, su ronroneo
fúnebre, ni clama venganza la caída de su imperio.

Caminar como un hombre sin tierra, con un objetivo
san(t)o, épico como inflexible, una meta en el futuro. Pisar las hojas secas de la acera, patear castañas
acorazadas como puercoespines, manejar el humo omnipresente de los autos
y creer en un ser superior que pone en marcha motores supersónicos sobre las ideas de la muchedumbre. Es la hora
punta en un cruce de semáforos de Tokio, hora nona, la excesiva hora
de comer en cualquier pizzería de Santiago. Pasear por South Presa en San Antonio y encontrarse de pronto
con que ella es el milagro, por sí misma y en su corte, descalza como una parisina,
firme y tan bella como un megáfono en la plaza.

Acostumbrados a la muchacha que ríe, a la muchacha que silba. Los gritos encumbran el paisaje,
hacen la caminata más amena que un ligero alto para leer la prensa diaria,
los ávidos presagios, las aniquilaciones propias de la jornada anterior, la previsión del día: cuánta sangre.
Va a hacer una mañana esplendorosa y las gaviotas dejan de lado el mar para adentrarse,
ríen o cometen hurtos demasiado fáciles, riñen a las palomas. La ciudad es un rompecabezas
sin senderos de gloria. Se trata, por supuesto, de un jardín en el que proliferan melodías corrientes; el arpa ha sostenido
el mundo sobre sus hombros cordiales y ahora descansa
por otra eternidad. Ella comparte una magdalena con el mejor gorrión de la enramada, su picoteo es agrario, sagrado
también hasta que un aura redondea el abismo succionando la acción, tan holográfica.

El desayuno ha sido un éxito. Entonces toca pasear de la mano de alguien que no está presente pero arrastra,
toca desaprender los zarpazos del viento, su acusación molesta y plegarse
al encanto cubista de los arrabales, crecerse al arrullo de las bajas chimeneas, su calor punzante y su escasez
de marca, ese frío rotundo que clava mariposas en los cristales raídos
e inspira variaciones formales al eco de la urgencia. Están las ambulancias y los taxis, una de dos.
La chica recuerda que andar es rehacerse, huir de la necesidad,
y aguarda inadvertida sin espacio para amar entre sus ojos negros, sin pista para el baile
entre sus brazos tímidos, entre sus manos que abrochan la esperanza y tejen con dulzura un sinfín de voluntades.




viernes, 18 de septiembre de 2015

carisma


Es un poco de sangre entre los ojos,
como una mancha alegre, una marcha que suena y se retiene en la mirada, un rastro
de pureza hilando despedidas. ¡Cómo reconforta! Ancha memoria
deshojando cadenas. Si traspasa la piel, un cráter luminoso,
una parte entre mil. La música que toma de la mano a la palabra y la conduce a un lugar retirado, a un destierro
que parece el lago que se sueña y es
tal como se sueña una partida, un tren acercándose despacio, una distancia que no entiende de gritos
ni perfumes ni hojas. Ni de ojos secos.
La frase y el recuerdo atónito de una felicidad sin arrumacos, apátrida. Los hechos
quedan fuera del vacío con sus obras, fuera del oasis que se desvanece en el verso y luce
solo en carne viva. Esta bendita humedad de los rayos solares,
el lloriqueo animal que sufre devastado, se enseñorea de las manos, del pecho; un odio
tradicional y casto, reducto de saberes extinguidos, un sentimiento que no se contamina
y no puede afectar al transcurso de la vida, que no se aparta cuando pasan los años,
su corta estela. Es un poco de sangre con su amor. Amor que se respira en todo el aire, por todo el aire llama
a las palomas, que no cesan y bruscamente mueren lejos de la ciudad dormida. Ser un pájaro, el gorrión
que atina con el cielo mejor que cualquier alma, mejor que un santo padre, que una oración;
su vuelo hasta el centro del poema,
hasta el núcleo secreto de la poesía, donde el genio aborta su talento innato y las monedas no sirven,
los pies renquean y se trastabillan, surgen de alguna caverna ignota las iluminaciones
o hay un mar, espejo del arte, reflejo de la niebla.
Sombra que atrapa
besos con sus dedos largos, meridianos, rectos. La sombra es un fulgor para los besos,
¡cómo ceden así de enamorados! Abraza y es un calor oscuro su mensaje, una aproximación a las estrellas,
astros de papel ceniza, lunes que no comienzan todavía
ni encuentran acomodo en la pared del hambre, su mural
después de la tormenta. Aquellas manos blancas de la lluvia, blancas como la nieve que retumba en el silencio
y acaso fragua una separación demasiado perfecta de su origen,
roza la perfección de los metales, la maraña del tiempo, su montaña desnuda bajo la luz más honda y el más profundo,
extraño desaliento. Es un poco de amor, tan rojo como el alma, rojo como una maravilla,
torres, labios, auroras.
Viene el amanecer y ya está muerto, detrás de su carisma, sobre el cuerpo presente de la noche.




martes, 15 de septiembre de 2015

dogma


Donde hubiera un ángel, un soplo de Angel Haze
(era el estímulo). Todas las veleidades del infierno, prácticamente todas las costumbres
y ese regusto a ceniza cruda, clásica. Angel venía para quedarse
al otro lado: otra misión geopolítica. Y su milagro era, frente al espejo,
nada más que una impresión facial; la fatiga cotidiana que finge serenarse cuando escucha
la vocecilla del tiempo.

Es el tanteo del rap que ensancha los vericuetos del alma, se subleva
ante la fatalidad de los ríos hirvientes, las colinas que otean el espanto desde su tribuna. Poca electricidad
para tanta aparición; es preciso un enjambre de luz, un recado de luz,
un semestre de claridad infinita. Esta es la urgencia de los pobres, la mera aproximación a la revuelta. Existe
dentro un odio militar por la pobreza, la disciplina que malinterpreta cualquier
necesidad, cualquier trato injusto.

Hubo en la tierra un aparato de justicia, la balanza y el códice. Se hallaba ese cuchillo
redentor de los malos artistas, la navaja suiza con sus múltiples aliados, sus probabilidades.
Belleza, no. El ángel no contestaba a la belleza de los cielos,
ni arrojaba -aún- al aire su prolífico silencio, apenas desmontaba la estructura
nívea de los amaneceres o trasladaba rombos de penumbra hacia la línea audaz del horizonte.
Sus ojos alienados de fantasía y trance, un percance divino en cada mácula, la soberbia
típica de los creadores, esa miseria dialógica natural entre los hombres libres y sus dioses.

Una punción solar orbitando hacia la dura rampa del rayo y su equipaje
de alas. Luz en acción, como si fuera
posible detener el ritmo, el nivel constante de la forma en llamas, la energía que excede la palabra escrita,
cada letra montada en su significado, alardeando. Un poco de Angel Haze en un lugar oblicuo por desierto,
cuesta abajo, la traza visible, la franja luminosa que destaca entre los mitos
y sus contradicciones. Es lo contario de una mariposa, lo diferente a la efigie, lo que carece de imagen y contorno,
humo superficial oculto a la textualidad del espacio.

Como la inocencia fue servida por una manada de lobos. Las estrellas hurtaban sus centros a la sombra
y un tamaño de esencia y fulgor se mantenía aparte; cerca de los mansos abedules
florecían etapas de futuro, arcas que portaban secretos en sus vientres de arce. Su palabra, por tanto, cúmulo
de verdad poética, era un astro gravitante mordido por la realidad y sus ventajas. Todo lo celestial, el dogma
y ese regusto a caza, a la primera sangre de la libertad. 


pack 2 strong nigga

sábado, 12 de septiembre de 2015

el último blues de la nación


Ella contra el sistema, sus manos delicadas, su rostro,
su piel antisistema en el mejor fotograma de la historia. Sus labios han pintado un retrato en el libro blanco
del realismo socialista. El trabajo permanente no da tregua, luego hay más que hacer,
hay un campo de amapolas o fresas que se ha de cultivar. Cultivarse es leer
después de la jornada mientras el humo asciende en caracolillos tímidos al techo de la habitación
y la hierba se mece ya en el recuerdo de la noche. La cultura es esto, llegar y sentarse
allí donde nadie se había sentado antes, caminar por un cauce peligroso,
cruzarse con el diablo en cada movimiento.

Su voz no era bastante (aun espaciosa y de estatura clara),
era el reflejo mínimo de su espíritu joven. La guitarra salía de su corazón con un quejido gráfico. Nadie en la puerta
de casa, ni sillas ni conversación. Solo el orden de la avenidas, con sus números de serie
y su tamaño. El ruido no era voz, no era canto, sonaba rojo
como una prospección, rojo de tanto latido. Estaban las prostitutas hablando a la ligera con la gente,
hablando por los codos con las sombras, y los coches
paseaban su artrosis, escupían veneno a las timbas desiertas.

Doble o nada. Bueno es saber morir. Las chicas sabían, como sus padres.
El hermano de aquella murió por la mañana, silbó su último blues; venía de un rodaje e hizo un aspaviento:
hubo que matarlo. Dejaron las niñas de saltar a la comba por un rato
-apenas una brizna de su infancia-
y mamá hizo una tarta porque sí. El tintineo de los vasos y más tarde un remanso de paz;
el largometraje que transcurre a su ritmo, crece igual que un rascacielos aupado por la tribu,
describe la sensación intermitente, la fracción de entusiasmo que embarga
a las familias antes de la adversidad, su poema natal envuelto en la risa turbia del domingo.

La guerra es el objeto de la paz. Soldados todos extranjeros, todos muertos por ahora. Signos
y algo de amor caliente puesto sobre la mesa del refugio como un jarrón barato, tendido en medio de la calle
al sol más crudo del invierno; este es el punto desde donde la vida toma sus mejores instantáneas,
trazos que abundan en la realidad e incumplen su designio. Frases para ella,
que aprendió a leer su nombre al melodioso tacto de las nubes. 





miércoles, 9 de septiembre de 2015

tanto amor


Tanto sufrimiento
habrá dejado un surco en el océano. Un océano de sangre.

La vida que fue dura; la ilusión,
la belleza que parecía invencible sentada de puntillas en la barra del bar, en el autobús,
de camino a un lugar en las montañas, en camino.

Y la belleza comenzó -¿cuándo?- a deshacerse en lágrimas,
a corromper su inocencia. Mil dragones silbando su deseo, su tragedia sin ritmo, fuente
de oscuridad y abuso. Esta vida basada en el abuso, disparate de vida,
un genocidio deportivo. El estilo del cazador, su fracaso voluntario;
qué familia de hienas gobernando el invierno, en verano, una familia de buitres.

Tanto dolor ha contaminado la superficie de la tierra,
ha llegado a la luna antes que el hombre. Aunque la verdadera música
encontrara su intersticio y su vientre, la caverna donde toda sombra era la sombra de un corazón en llamas
y todo eco remitía al mismo parecido, la misma sed.

Oh, se transformó la belleza, rodó.
Era un espejo sin fondo donde las cosas volvían de repente a su forma perfecta y los sombreros
crecían como rosas negativas, los ojos aguantaban la mirada
del destino. Allí, se multiplicaba el esfuerzo: un solo brazo levantaba un carro de almas (era posible)
a rebosar de tiempo perdido y cicatrices. Los cuerpos no accedían al bautismo,
su cabello era otro músculo,
otra piel.

La muerte conminó, tradujo al llanto los gritos
de las multitudes; abogó por los niños en otra escena rotunda. De noche
morían y morían ¡cuántos besos! Cuánto aliento concluía su viaje en una mancha púrpura. Árboles
divididos, noches pardas, flores de un solo gris.

Tanto amor, tantas palabras construidas a semejanza
del paraíso, imagen del ángel y su futuro ausente, qué palabras solemnes grabadas en la mesa del hambre.
Una sonrisa que no es, que no lo ha sido siempre, pero suspira,
no desfallece a través de la historia.


Ayo

domingo, 6 de septiembre de 2015

el trabajo (y el mar)


Hay un nuevo nombre en la ciudad, despintado,
deletreado a una letra por calle cerca del jardín romántico. Es un nombre que ha sido crucificado
en alguna faz del mundo. Los chicos pasan fumando y el humo corta una letra,
pasan los días y el sol corta una letra, y pasa. El nombre se mueve,
se muere y resucita una y otra vez, cada vez.

Los niños gritan y es desagradable. La música frecuenta un antro
regular que parece hecho para ella. Todo es más rápido: el fraseo, el regateo
entre tahúres y vírgenes. La batería, impostada, es un tipo pegado al micrófono. Un gas nervioso
que hace reír a los perros abandona el suelo del local para reunirse con dios. Las damas
muestran su generoso escote y sus piernas
metafísicas en pleno apogeo.

Esta promesa impenetrable. El trabajo consiste en golpear el yunque con las manos,
el trabajo consiste en darse cuenta. Los ojos del peor policía del barrio andan fijos de un tiempo a esta parte
en una imagen líquida, trazan runas elegantes y formidables cruces de veneno; es el que desenfunda
sin contemplaciones, el que mata. Por eso los chavales escupen a su espalda
y las chicas mastican LSD fuera del parque. Es porque todo es ácido en este húmedo local, clama la liturgia.
El sacerdote blanco que ha aprendido a jugar básquet en las ruinas del templo
ahora patrocina un equipo de salón.

Ella podría haber nacido aquí mismo entre tinieblas y juergas de vinilo, luces tenues
y volúmenes de rosa, tablas con clavos y alcohol de quemar explicaciones. Podría haber
silbado una canción mientras la nieve saltaba del espacio exterior airosamente. Y su voz
habría retumbado en los garajes, por aquellas estructuras de acero abandonadas, casas a medio hacer, recién
hurtadas al destino de los príncipes.

Su máscara completa incluye un deseo al fin y al cabo, incluye un verso de muchas páginas delante
del ancho bar con su barra de oro, sus lingotes de ginebra. Es un neón en libertad condicional,
dicho así como una blasfemia inocente; la locura de los arquitectos puesta en venta,
valorada por un perito en nubes de vapor.

Es preciso correr, urgente a pesar del nombre que planea sobre el techo de los trenes.
Estrellarlo siquiera contra el primer espejo dará una melodía larga como un sueño de verano,
no encontrará consuelo en ningún alma. Ha salido de casa igual que otras mañanas y va de boca en boca,
flecha de vigoroso aliento, su eco funde la plata y funde el mar.




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