domingo, 19 de diciembre de 2010

noches

que ominosas se ciernen sobre el tamaño gris de la ciudad;
noches en que las estrellas son flashes en la mente podrida de los yonquis,
los chavales aprovechan para cometer sus primeros delitos
y nadie tiene la suerte de llevarse diez mil euros en una partida de póquer.
En la ciudad, hay noches de penumbra travestida y formidable espíritu de revancha
en que levitan las hojas de los árboles y los caminos conducen al destierro.

Arrancan y derrapan los vehículos policiales, las ambulancias, los taxis,
todo se funde en un motor gigante, incluidos los pájaros,
incluidos los cuerpos ligeros de equipaje
que abandonan la calma para descansar a voces,
incluidas las almas que arrastran su joroba de oraciones y salmos
por el suelo tiznado de alquitrán.
Todo avanza con el tiempo y el tiempo es como un jugador de rugby
que atropella las ganas de vivir.

El chico suelta el destornillador con expresión de pánico en el rostro
al verse sorprendido por el terso charol de la linterna mágica;
los agentes del orden vociferan consignas infernales,
él acaricia su condición de paria, se admira de soslayo
y mira de reojo el subfusil que apunta a su cabeza:
digamos que sucumbe,
digamos que fracasa a eso de las tres de la mañana.

Peligrosa, la noche se adentra en el coraje de los fuertes
destrozando manteles y bebiéndose el viento por los barrios callados,
vuela con intratable mecanismo de altura, a ras de agua,
y concibe un fantasma para cada sombra.

De noche, en la ciudad, las sirenas investigan la apnea del sueño
y las reyertas nunca son multitudinarias.

domingo, 21 de noviembre de 2010

ya veremos...

Hace un frío reumático en la calle.
El mercurio formula vacuidades y divulga humedad por campos y ateneos.

En la cola del paro, las manos están crudas y los ojos abarcan una estepa glacial.
En casa, la familia languidece.

Los trabajadores salen de la fábrica al paso que se sale de la cárcel,
aceleran sus férreas partículas y se estrellan los unos con los otros
en el grosero vientre de las viejas colonias que forjan la leyenda del suburbio.

El crío admira el esfuerzo titánico con que se pone el pan encima de la mesa,
ovaciona el estruendo radial que emite la cadena productiva,
aprecia el ciclo voluptuoso del fuego y los metales.

Gélidamente, una manzana trota al encuentro del crepúsculo.

A la madre le duele la cabeza y golpea las sombras que murmuran su nombre.
El padre, el obrero soviético, campeón del torno y fresador epónimo,
escucha a Falsalarma tirado en el sofá
("¿Recuerdas cuando dije que jamás me vendería?..."*)
y se lía un canuto de polen al infeccioso ritmo del reggae.

De súbito, la nieve se pronuncia con un hilo de voz

El niño ama la mole de la fábrica,
la esbeltez de su anómala silueta, sus chimeneas turbias,
el continuo trasiego de camiones repartidores de la quinta esencia
que exterioriza la frenética actividad instalada en las naves.
Ama los días de paga, cuando los jóvenes asalariados
se disputan la flor de la miseria abarrotando sórdidos garitos
y el nudo consanguíneo relaja su compacta pesadumbre.

Hace un frío diamante, bajo cero, bajo sospecha y bajo juramento,
un frío a domicilio que envilece los fines de semana.

Una facción subversiva del proletariado elabora estrategias sindicales
asesorada por un experto en marketing
(el nuevo enamorado toma la palabra en la asamblea:
- ¡Compañeros!, no hay salvación fuera del convenio colectivo...).

La vida descerraja momentos inasibles -uno detrás de otro-,
y rescinde contratos de larga duración.
La muerte se pasea por los ojos del perro.

Tumbado en el sofá, el padre de familia languidece:
- ¿Vas a dejar de fumar esa porquería de una puta vez?
- ... Ya veremos...



* Este poema contiene un sample del tema de Falsalarma (con Morodo), "Fieles a lo vivido", del disco de Falsalarma, "Ley de vida"(2008).

martes, 16 de noviembre de 2010

ella no es vertiginosa

Ella no entiende el idioma masculino de los automóviles.
En vano trata de encontrar entre el maremágnum de signos una vena poética
que afirme la miseria de los sagrados viajes a ninguna parte:
la columna es sólida, el templo, confortable.

El Hotel es un punto de retorno, el agujero negro que escupe sinsustancia.
Los viajeros agitan sus folletos artísticos resoplando como caballerizas,
sudan profusamente su conocimiento,
creen ver, pero sólo son vistos.

La discreta muchacha alardea de rumbo,
funciona sus caderas con mayestática humildad, festonea el ambiente,
asalta las conciencias con una solución innovadora.
Cruza la calle a diez metros del paso de cebra
y los toyotas crujen sus sistemas de freno

-desde su burladero alicatado, la clac peatonal
investiga el periplo de la intrusa con relativa felicidad:
sólo la brisa atrapa su genuino flow-.

En la estación del Metro el mundo es socialista y el vagón es el mensaje.
Se hace la luz. Hay una luz que muerde la elipse de los túneles,
otra que purifica el cuello de los ángeles
y, un poco más allá, flamea el resplandor que dinamita las tinieblas.
Ella conoce el truco, y se deja llevar.
La soledad es un producto del destino.

sábado, 30 de octubre de 2010

rojo / blanco

ROJO


Rojo es un poco de color rojo
(los mocasines élficos del Papa).
Rojo es un pozo del color que sea
(la oscuridad, que idolatra la sangre).
Rojo es el corazón que suma y sigue
(ética para el nuevo enamorado).
Rojo que siempre es una llama de oxidados rubíes
(arde la carne al contacto flexible de la luz).
Rojo también la curva de los astros
(también hay una velocidad que no se siente).
Rojo como una isla
(¿sueña la muerte con acantilados?).
Rojo por la mañana con lunares apenas
(si está de fiesta el sol arrojando centellas a su prole).
Rojo por encima de la rodilla
(por debajo una suerte de perfección extrema).
Rojo desnudo en contra de su desnudez
(y a favor de todo lo demás).
Rojo frente al profundo desánimo del rojo
(un ritmo desangelado que no es jazz).
Rojo suicida verificando el miedo a las alturas
(como una cuenta atrás del infinito).
Rojo es el perro que traduce la rabia a nuestro argot
(los animales llevan una vida deshonesta).
Rojo es el labio que arrebata al tiempo los besos prometidos
(no existe el beso azul, por más que lo aseguren las estatuas).
Rojo es Ali machacando la mandíbula de Frazier
(noqueando al espectro de la guerra).
Rojo es Nixon mintiendo en la televisión
(asesorado por un feto).
Rojo por rojo igual a casi negro
(hacedle hueco en vuestras tablas).
Rojo entre rojo igual a casi nada
(dirigid al cociente vuestro santo microscopio).
Rojo es la noche
(cuando la luna llena se deprime).
Rojo un río cualquiera
(siempre que sea un río salvaje).
Rojo fundido en gris por una sola mosca
(con dos ya funde en negro y se evapora).
Rojo el perfume que desprenden los ávidos jardines
(o el aroma hipotético que plantea la hierba).
Rojo fantasma que burla los espejos
(diríase que lucha por zafarse del cuerpo).
Rojo diamante en la quietud del arpa
(folklore para bestias cultivadas).
Rojo partido en dos mitades rojas
(hinchado como el globo primordial).
Rojo chiquito con zapatos de charol
(la piedrecita en el zapato de charol).
Rojo perverso pero rojo en ciernes
(a la virtud se la conoce así).
Rojo como dios manda
(sólo negocios, nada personal).
Rojo que no se puede ser más blanco
(viene ocurriendo).
Rojo es el aire infiltrado en la sombra
(un detective aficionado al vértigo).
Rojo el latido desplazado al azul
(aquí lo más sensato es escuchar).
Rojo privado
(prohibido el paso a los poetas ajenos a La Obra).
Rojo elevado al cubo
(que os dará la potencia de la rosa).
Rojo el silencio del Comité Central
(el que inspira a Mo Yan sus agridulces fábulas).
Rojo de cuando había muchas menos cosas
(¿...en qué universo?).
Rojo para la novia
(y un repique de campanas para empezar el día).
Rojo distinto y ya distinto al fuego
(en el mejor deseo, ¿acaso no se extingue un pequeño fulgor?).
Rojo apacible en un lugar del mundo
(eso sí, que no se sabe dónde).
Rojo es el pájaro de pluma ígnea
(¡Ícaro electo!).
Rojo en los fríos ojos de Max Dembo
(deshojando la prueba de la nalorfina).
Rojo directo es el exilio
(todos viajamos en el mismo barco).
Rojo sin boca para solaz del espíritu
(¡así se habla!).
Rojo según las escrituras
(de los falsos profetas que cultivan un palmo de horizonte).
Rojo en la húmeda lengua que describen las nubes
(que no tiene sentido, pero llueve).
Rojo por fin el verbo como una soledad adolescente.
Rojo hasta aquí en el verso sentido con suficiente dolor.



BLANCO


Cuando el ángel del hambre -que tomo prestado de Herta Müller-
recorría Europa con supersónicas alas
desde la Península Ibérica hasta el ignoto límite estepario,
se produjo en el bosque de los cuentos una persecución entre la nieve:
un niño cazador y un cazador de niños (44).
El niño era consciente de su fragilidad,
el cazador necesitaba comer,
los animales corrían demasiado y encontraban escondites inusuales.
El miedo se mascaba en el ambiente y el niño lo mordía en famélico silencio
(así, el drama necesita del frío, lo crea, lo potencia,
se revuelca en lo gélido como un hierro candente;
hay algo más trágico, especialmente, en el rostro aterido
que absorbe la debacle de la temperatura sin conseguir la salvación del hueso).
Hubo, quizás, un sacrificio, porque dios también estaba en los fogones aquel día.

El frío hace buenas migas con el hambre,
la escarcha alienta un género de sed encapsulada.
Contra el hielo crecido, tampoco es útil la llama intrínseca del odio.

Hacia mil novecientos treinta y tres,
enfrascados los ojos en el indigente torbellino de la paz,
nadie, en ningún sitio, señalaba las nubes que asombraban el cielo.
ni la espuma oceánica era descrita en los cuadernos.
Un ejército de almas extendía sus túnicas sobre el gesto de la noche
-ráfaga de palomas-,
meteoros de estirpe lunar anegaban los campos
y la hueste corvina declaraba en la espesura su armisticio.

Es decir,
aún el ciervo se movía con rapidez en sus tacones de aguja
cuando la muerte obró su discreto milagro.

martes, 12 de octubre de 2010

bright star

Keats ha vuelto a morir -no en solitario- en una calle mínima de Roma.

El familiar repique de campanas -apenas claudicante- bajaba de las torres,
con extraordinaria lentitud, empañando la urna meticulosamente pálida.
Las muchachas romanas cepillaban sin tregua sus acharolados cabellos,
mientras perseguían sombras en carruajes oscuros,
y los poetas dedicaban compasivas miradas a la rosa perfecta.

La muerte desplazaba su arte melancólico por los adoquines de monstruosa piedra
y en cualquier parte el eco de una canción se desplomaba herido de silencio.

¡Qué pulmones reducidos a diminutas alas!,
¡qué intolerable agonía de purpúreas noches y versos incendiarios!
Arropado por voces extranjeras, cerca del mar adusto que separa países.

Cuando falta ingenio para el grato recuerdo
y el espíritu se transforma en energía revelando su verdadera esencia,
cuando los rostros son acuarelas de espanto
y la respiración un anhelo constante que se aferra a la vida.

¡Oh Fanny, tú, mil veces muerta!
Como serena yace tu silueta, mil veces extendida sobre el agua.
Lejana y tan lejana de la habitación última, el sepulcro infectado de seres invisibles,
al otro lado del espejo, donde el aire no duele en la garganta
y el céfiro traslada el solemne latido del paisaje.

En una casa pobre hundida a martillazos en la calle,
en un cuarto menguante de algún segundo piso con vistas al exilio,
rodeado de ángeles hambrientos,
hoy ha vuelto a morir un poeta sin nombre.

sábado, 7 de agosto de 2010

jamaica-nueva york

Jamaica-Nueva York es una línea caliente.
La conexión del reggae y el hip-hop.

Damian Marley y Nasir Jones rapean con brillo
desnudando la mediocridad aplastante de los cuarenta principales.
Interpretan sus poderosos himnos con seguridad profética.
Presentan una música apoyada en el mito, como un retorno a la palabra África.

Nas y Jr. Gong graban su impronta libertaria en un compacto de vinilo.
Van a la raíz. Desde la Avenida Lenox y los suburbios de Kingston,
certeros, teatrales, a Portobello Road
y el resto de lugares decentes del planeta.

Hacen de la fusión un arte, comunican un sueño demasiado profundo,
llevan la belleza de las voces del sur,
cargan con el pesado verbo de los desposeídos.

Ritmos que descoyuntan dólares y precipitan euros al vacío,
sonidos infecciosos que arrasan con la elocuencia vírica de la reconciliación,
auténticas canciones del verano para este dilatado fin de siglo.

Damian Marley y Nasir Jones manejan un idioma universal,
es la lengua sagrada de la palabra África,
y posee una fuerza continental y plena
que surfea sobre el engañoso significado de las verdades absolutas.

Jamaica-Nueva York es una línea caliente.
La conexión del reggae y el hip-hop.

Nas y Jr. Gong hacen un alma que gira a cuarenta y cinco revoluciones por minuto.


                                          'Distant Relatives' Nas & Damian Marley (2010)




domingo, 1 de agosto de 2010

la poesía ha muerto

La poesía ha muerto.

Dicen que ha muerto el arte de caminar el mundo de puntillas
sin sublevar la permanente melancolía del tiempo,
su despótica tristeza.

Dicen que ha muerto el arte de romperse, el arte de caer y revolcarse,
el don curioso, el presagio honorable, la diestra de dios padre
o el color de la tierra del olimpo:

que ha muerto alanceada y torturada
tiroteada en un motel de carretera
apuñalada por el joven bruto
envenenada con tacón de aguja
que ha muerto ahorcada en su corbata sedicente
sublimando su célebre fatiga

(y hasta Nas dice que el hip-hop ha muerto, con una rosa negra entre las manos).

La poesía ha muerto.

Dicen que sonreía recitando el poema y chocaba las copas con el rictus encima,
vestida de domingo, con el justo perfume, el maquillaje justo
y las justas alhajas titilando su pátina de abril,
que rimaba cursiva y flagelada, al margen de las páginas,
y se dejaba llevar por la fortuna oscureciendo su gloriosa cabellera

(y luego, en un suspiro,
que el hedor a eternidad se extendía por los desabrigados horizontes
colapsando bandadas de garzas invernales,
y que la sangre, en su contorno inabarcable,
era un líquido huérfano y era el reflejo azul de un río bravo).

La poesía ha muerto, pero está dormida,
es libre de rodar o de pedir asilo,
libre de sacrificar el copioso rebaño de Calíope
o de enmendar la plana al propio firmamento

(y algunos dicen que su tumba es frágil como una plataforma de rocío,
como una formación de hojas de hierba).

el enemigo público nº 1.522

Necesitaba al mejor y más fiero abogado samoano sobre la faz de la tierra,
al abogado de Robert de Niro,
un monstruoso lince de los casos abiertos y los estrafalarios precedentes,
un vejaminista nato que aterrorizara a las chicas monas de la fiscalía.
No pudo ser.

Imposible dilucidar si el señor juez tenía esa cara de mala hostia
por animadversión hacia el reo o porque le dolía la barriga:
la defensa era una minoría silenciosa.
Por tanto, la sentencia fue lapidaria,
con el peso de una lápida aplastó el pacífico vientre del acusado.

En la enfermería del penal, una cura de emergencia, sudando de verdad,
con las noches en marcha y los pulmones fuera de servicio.

El Inocente nº 1.522, el Enemigo Público nº 1.522, el Tío Raro nº 1.522...

La mayor parte de sus colegas de infortunio se declaraban inocentes,
aunque a él, a simple vista, le parecieran todos culpables sin atenuantes,
carne de alegato machacante y unánime veredicto,
cómplices de las peores atrocidades y dignos de figurar con letras de oro
en el catálogo inicuo de los más buscados de América.

Desde luego, su posición era incómoda.
Temblaba desvalido sorteando los ojos llameantes de los hombres de frente y de perfil.

En la cárcel no hay gente, sólo miradas oblicuas
que fluyen y taladran la piel como agujas hipodérmicas
(la gente está en la calle, orquestando maniobras a favor de sus mágicas familias
y celebrando el juicio sempiterno de la libertad:
no está para canciones de protesta).

Su abogado de oficio, un tipo sobrio, le recomendaba paciencia,
pero no tenía tiempo para apelaciones.
Apenas discurseaba un poco haciendo referencias incomprensibles
antes de desahogarse con alguna de sus enérgicas iniciativas
(en su jerigonza, cualquier minucia procesal de mero trámite).
Cubría el expediente; un chico reservado
que aparentaba estar sufriendo un proceso de superación personal,
es decir, que se veía superado por las circunstancias.

Al cabo de un año, los pájaros seguían afeitando las mañanas con sus trinos
y los profetas médicos continuaban recetando infusiones de esperanza.
A un tiro de piedra, los árboles armados* de la primavera
(en pequeños grupos para no llamar la atención),
escoltaban la curva del arroyo,
donde la hierba soltaba escupitajos de rocío.

Cuando el fiscal se zampaba un solomillo a la pimienta,
el maco trasegaba sus migajas,
cuando empinaba el codo a mayor gloria de la legalidad vigente,
entre rejas se registraban incidentes violentos.
Una rutina pasmosa.

La vida circunscrita a un patio de monipodio.
Recordando a Víctor Jara,
fantaseaba con desalambrar los muros cananeos del establecimiento,
derrumbar las torretas panorámicas y escapar por el campo atardecido.

Necesitaba un cuerpo de marines
y un alma gemela a la del Conde de Montecristo,
una apisonadora de fascistas y también una escoba voladora.
Lo que no fue factible.


*Su glauca capellina y la panoplia entera.




Kitty, Daisy & Lewis, 'Mean Son of a Gun'

el efecto daw jones

Tomad ejemplo de romanticismo:
la hipersensibilidad de los mercados financieros.
Ningún enamorado alcanza ese conspicuo porcentaje de penuria,
ninguna decisión se muestra tan voluble,
ninguna acción se funda en tan forzada miseria conceptual.
Pese a ello, el comercio se estremece
y tiene contracciones como una embarazada, antojos de primeriza
que son fajos calientes de papel moneda,
resmas de pasta gansa condecorada por el narcotráfico.

Mafiosos que celebran fiestas comiendo pasteles con tradicional apetito,
oligarcas pálidos y bien alimentados
cuyas jetas superan con creces la dureza de los muros de Wall Street:
los chicos con las manos de cemento, las chicas con las piernas de cemento,
y todo cimentándose y llegando al éxtasis global.

Los amos del cotarro inundan los salones de lujo de los restaurantes
y son capaces de firmar con lujuriosa eficacia un documento cualquiera
mientras eligen el mejor vino o el entrante más adecuado a su estado de ánimo.

El nuevo enamorado comienza a darse cuenta de que la ruina es pobre
y acecha en los espejos con el semblante benévolo de una buhardilla en París,
amenaza los besos cariacontecidos,
amenaza los parques como una lluvia ácida.

La ruina se presenta con el careto de James Stewart en ‘¡Qué bello es vivir!’,
sin dinero y con un par de criaturas de la mano,
entonces, el inversor la dribla con un ágil movimiento de cadera
y el obrero testarudo apenas tiene tiempo de vomitar su reserva de bilis
antes de caer hechizado rodando por el fango.

El futbolista ha tenido una lesión y las masas se mesan los cabellos,
gritan como una especie enloquecida bordeando el delirio de la misericordia.
En realidad, son una especie protegida por la serenidad del infinito.
La gente suele ser metódica, incluso la que ignora el efecto del balón
y no especula con la posibilidad del gol, esa minoría salvaje.

Decid quién es romántico, el hombre genital de la pistola
o el paria con esquinas en los ojos,
la mujer que se alegra y cubre de carmín sus labios lógicos,
o la que disminuye su presencia hasta desintegrarse mientras camina por la calle.

La gente es demasiado personal, definitivamente.

El nuevo enamorado sale del monte de piedad y gira hacia la casa de apuestas,
los autos lo reconocen y parpadean sus faros colectivos,
el asfalto se adapta plásticamente a su huella diminuta, que se repite dinámica,
y los árboles le ofrecen su rango más urbano,
animales de compañía remolonean por los incendiados callejones,
nacen murciélagos con ramitas de olivo en los colmillos
y las nubes bordan un aterrizaje forzoso:
todo para que el dinero adquiera una dimensión heroica
y el efectivo acto de jugarse el tipo
implique nada menos que la consagración mitológica
de quien lo lleve a cabo sin condenar su inocencia.

Tomad ejemplo de romanticismo en la hipersensibilidad de los mercados financieros
y no dejéis que nadie se os acerque,
ni la corista que rompe su trabajo de amapola en el trapecio,
ni el aprendiz de brujo con su magia reciente.

Que nadie os diga que no es perfecta la música en esta casa de citas.

domingo, 13 de junio de 2010

un líquido imposible

Yo vengo a ser un líquido imposible, un cáliz de mi sangre,
un lavadero en el que abreva el monstruo de los días perdidos,
testigo de una diáspora de genios que fueron hombres francos,
hombres que mantenían controlada a su bestia famélica
y soportaban la común discordia con espíritu ajeno.

Tengo una discreción en cada ceja y no fabrico estatuas
de dioses acabados, ni de héroes con ganas de vivir;
me apoyo en la cancela de la puerta y observo la desgracia
de las nuevas familias enlutadas, su lodazal angosto,
la curva descendente de sus aires de grandeza corrupta.

El vicio me libera, me transcurre, se apodera de mí
con garras ominosas, uñas largas, dientes de leche agria,
me tiene descarriado entre algodones, me canta sus injustos
abucheos, me irrita con el cuento de la felicidad.

Llevo la faz del mundo en los bolsillos y la facha solemne
del concepto grabada en la mollera. Me desconozco un poco
entre las muchas personalidades que adopta mi sentido.
Unto mis rebanadas temporales en el aceite hirviendo
que bulle en las entrañas de los báratros que señalan mi rumbo
y me dejo caer en la mitad del cielo bondadoso
con la descongestión en la mirada que busca el infinito.

Yo vengo a ser un padre, un padre nuestro, un seminario ausente
precipitado a la salud del pueblo, otro poeta muerto,
otro poeta, al cabo y a la postre, otra resurrección,
Lázaro congelado en las hogueras de la cruz y el martillo,
ángel acentuado en cada sílaba, sombra que sabe a cuerpo
y alumbra un espejismo natural de levedad pictórica.

Llevo los números de la vergüenza soldados en la frente,
y los tengo en la punta de la lengua de fuego que me abrasa;
me vuelvo a dividir en mil secretos, en mil constelaciones
absueltas del pecado transparente que funda la memoria.

El vicio me acorrala en un oscuro ángulo de silencio,
trámite que me aguarda consternado, pero me alcanza sólido,
con la potencia nuclear del viento que agita los océanos
y la seguridad acartonada del francotirador.

Quiero un nombre ligero para dárselo a mis hijos hambrientos,
un nombre triste que comience en verso y lentamente vaya
descendiendo a la prosa, despojándose de sus antepasados,
un nombre en pleno rostro, con narices, y con los ojos verdes
dando a luz un futuro perseguido por daños y propósitos.

Tengo que decidirme entre dos almas, andrajosas y dulces,
y no le encuentro sorna al desenlace que propone la fiebre,
encuentro sordidez, remordimiento, palabras a traición,
calientes como rosas inefables, y vértigo instaurado,
un pandemónium de pequeñas fosas donde yacer infame,
inerte, tierra adentro, hecho un payaso deprimido y horrible.

Pues vengo a ser la voz de la experiencia, y acudo a los entierros
vestido de donjuán peripatético (un cáliz de mi sangre,
una copa de nieve inalterada, recién desprevenida).
Y acudo a las radiantes comuniones con el traje raído
y los zapatos huérfanos de estilo, los calcetines rotos,
las mandíbulas tensas, semejantes a cepos clandestinos,
la mancha de sudor bajo la axila creciendo hasta la náusea,
produciendo un hedor insospechado que fulmina pretextos,
y un sombrero invisible, encasquetado a la salud del vulgo,
que puede parecer algo de pelo o un bombín demodé,
según se mire al hombre o al poema, según y cómo sean
de culpables los ojos que lo miran de sus propios defectos.

a veces

A veces resucito, a veces muero.
A veces creo en dios, a veces en el diablo.

Dimito de mi ser con relativa frecuencia
y correteo las plazas abocado al espíritu,
planeo sobre gruesos hemisferios que juegan a los polos,
escarbo porque sí con unas zarpas
-con unas zarpas rosa carnes-vivas-,
afincando al esclavo en la paz de la tierra,
azotando al esclavo que llevo en la memoria.

Siempre que alguien proclama: ¡muera la inteligencia!,
hay un nido de víboras que festeja la creación del espanto.
El miedo nos defiende de los ellos que rebuznan,
de los bárbaros que especulan con la sangre
y nos exponen al oprobio galáctico.

Dan ganas de decir:
¡No estáis solos, modernos animales!,
que haremos instrumentos para salir del fango
y serán como las cuerdas que rodean los cuellos,
como regazos tibios y cadenas formales.

La libertad aburre. Recordamos los mitos.
Nos vence la nostalgia de una aldea grotesca,
con sus formidables garrotazos en el cráneo.

Algunos alicatan cuevas hasta el techo -simuladores humanos-
y se beben un zumo de naranja antes de zamparse la ración grasienta,
fornican en silencio y es lo único que hacen en silencio,
balbucean un idioma y hablan de carrerilla un mísero dialecto.

Otros espabilan para hacerse los tontos y convencer al padre de la novia.

A veces muero solo, a veces en familia.
A veces creo ver la forma de la bestia, su número de teléfono.

Declino invitaciones y me quedo en el ático, escarbando raíces,
desnudando al esclavo que trabaja en mi alma.

presentación

Libre al fin, liberado de mi yugo,
me presento a los ágiles poetas.
Soy Esteban Granado y me conjugo
como el verbo volar de las cometas.

Con mis obras menores apechugo
y también con mis obras incompletas
(las mayores me sacan todo el jugo
de las venas poéticas secretas).

Guardo buena memoria de lo antiguo
para no recaer en el olvido,
pero soy partidario de lo nuevo.

Ante ustedes, poetas, me atestiguo,
libre al fin de mi yugo, desuncido,
y dispuesto a tomarles el relevo.

el impulso cotidiano

Lo que tejiera el día, la noche lo desteje,
y en la ilusión deshecha germina otra mañana,
otra de abrir los ojos y de sentir el agua
que peligrosamente hace girar el mundo.

Un sol de camposanto arrecia en la llanura.
Localiza mi cuerpo dolorido y se ensaña
en la carne cubierta de llagas invisibles
(registra vida en mí, más allá de las sombras).

En propiedad el duelo, me reintegro al paso
religioso del tiempo y araño unos segundos
de nostalgia al continuo reverdecer del siglo.

Lo que fuera del día, la noche lo apacigua,
y en su serena fuente se beben las palabras,
¡qué mansa luz, entonces, deletrea mi nombre!

al borde de la luz

Al borde de la luz, lo veo todo negro,
diáfano que lo viera de tanta poesía.
Incurro en el pasado y allí me desintegro
en miles de recuerdos que duelen todavía.

Incurro en soledad -de lo que no me alegro,
por más que algún silencio despierte mi alegría-
y, en su huérfano vientre, al cielo reintegro
los restos del naufragio del alma que tenía.

¿Al filo de qué verso se funde la materia?
¿Al borde de qué abismo se ve la luz sagrada
cuya fecundidad arraiga en lo profundo?

Irrumpo en la verdad, termino en la miseria.
Lo veo todo negro, y no me desagrada,
por más que sea negra la pena en que me hundo.

martes, 8 de junio de 2010

poética

primer verso


Una fisonomía descarnada,
una sombra más larga que las nubes,
más diáfana que el tiempo.
Algún talento innato:
el fúnebre talento que avasalla
desde el engendro al cuerpo,
origen que es origen y palabra.

Para tener tesoros, alquilarlos
y ceñirlos al trámite:
un sello de papel con sus valores
expresados en forma de mansa eucaristía.
Para tener un ángel de la guarda,
el talento preciso, el sueño insuficiente;
la clase de cordura que recurre
a la putrefacción y no al instinto
sabueso de volcarse en el dolor.

Nacen los héroes.
En la esperanza del llanto conciliado,
en el ansia constante de un sonido pacífico,
también, de aquel sonoro
ferrocarril atlántico que sembrara promesas
y, amasando la piedra y el insecto,
fuese campana de los días libres.

La música es aquello que nos mueve,
aquello que nos hace y nos conduce.
Es la letra del aire,
la canción de las sombras,
el rudo desenlace de la luz.
Tiene un sentido gris
que apenas nos inquieta,
por mucho que se vista de colores alegres
y, con necios aplausos,
en las noches aciagas del verano inclemente,
la jaleen los débiles muchachos.

(Y los creyentes son como atletas del ritmo
y distribuyen píldoras radiantes
.)

La música dispersa, descoyunta
cuellos de cisne, médulas,
torres espléndidas y minaretes.
Está en las amapolas consternadas;
en qué trigales puros,
en qué hierba dejada a su albedrío.
A veces, duerme el sueño de los crápulas,
corre sus aventuras,
o aprende economía
en el cuerpo glacial de una ramera.

Está en el ruiseñor,
orate de la fronda,
sobre su arrullo experto, su líquida presencia,
allende la fragancia de las prímulas,
más allá de la esencia natural.

Sobreactúa, en el fondo;
su expresión adolece de tanta melodía
que optimiza en exceso los paisajes.
Es por eso que debe permanecer oculta
entre las frases desafortunadas,
los jubilosos himnos,
las salves y los credos delirantes.

Aire callado, pues,
efluvios: humo.
Los ápices del sueño. Es el amor.
Lo incorruptible que nos abandona
en la niñez y vuelve, de soslayo,
a contarnos su historia paralela,
a narrar sus anécdotas humanas,
su lánguida herejía,
cuando ya no cabemos en la magia.

Un arca antigua
derramando sus dones,
una sustancia de ligeros vértices
acampada a la vera del camino,
una bruma pictórica
asida al breve pulso de la realidad.

Es de este modo
que se materializa la penumbra
en los pequeños corazones rotos,
y exige su tributo la nostalgia
a la jovialidad interrumpida.

Es en la música que se aligera
el tiempo a cada paso
y explotan las jornadas agobiantes
como perlas encintas de sudor,
que se aprenden los vicios de una vida,
los atajos, los túneles
inmensamente hendidos en la tierra,
el tránsito celeste de una mota de polvo.

Cuerdas vibrantes
arrancándole esquirlas al espacio,
sogas de rancia estirpe
abarcando cañones,
viajes organizados
por qué desfiladeros inefables;
verdugos en la línea de salida.

Cuerdas que ahorcan, miden, circunvalan,
muestran su autoridad a las distancias cósmicas,
se cuelgan de una viga y barbotean
metáforas de tono improcedente.

Una obscena canción sacude la ciudad;
las jóvenes maquillan sus ombligos,
ignorantes del leve tumulto de los valles,
sus risas extenúan
la parquedad ascética del hielo que perdura,
excitan el contacto,
el doloroso nudo
que sólo primavera restituye
con un escalofrío.
La risa que revienta las aceras
y causa estragos en el firmamento,
tan pegadiza ella, tan flamante.

Crecen en el asfalto,
flores de mal agüero
ataviadas con túnicas de piel. Y no son rosas.
Llevan el apellido de la espina,
la coraza ideal,
el espejo que aterra;
arrastran un decrépito color,
una fragancia ínfima
e inspiran devociones arcanas.

Estas flores del mal, que son tan sabias
y ocupan el cenit de los jardines.



segundo verso

¡Oh, la invasión del arpa!
Órganos que fluctúan su emergencia
-¿qué otras flautas sonríen
con esa enferma sobriedad acústica?-,
ceremoniales, sordos,
serenos en presencia de algún dios,
tensos frente a sus ídolos de barro.

Leyes de hierro
que gobiernan la mano del artista
y la fecundidad del arco iris,
la senda de la pluma
y su descanso errático,
el corriente descenso a lo vertiginoso
que realiza el verbo
cuando el ruido rebasa lo tangible
y deviene completo en su caudal impulso.

De repente, una página se escandaliza de
su blanco proceder en un cuento de hadas;
no en otra superficie
imprime el vate su correspondencia,
graba el pérfido sello de su antorcha.

Y la verdad espera, disfrazada de angustia,
el tenue advenimiento de la sangre,
su fatídica hora, el momento solemne
de los vasos que estallan,
de las urnas que escupen sus cenizas
describiendo una trágica secuencia
de imágenes y versos.

Libre la mano de los ecos dóciles
y las voces apenas perceptibles,
guiada con brutal sabiduría
por el fragor mendaz de la batalla,
el cañoneo arisco de los púlpitos,
patios de monipodio,
conducida al cadalso,
al rectángulo negro del abismo.

Ah, la canción de guerra,
castrada sinfonía,
desfilando sus tercos festivales,
destripando el candor civilizado
de los rostros sin nombre.
Épica del horror
y la miseria impuestos al destino.
Impacientes tambores, aguerridas cornetas
y un sinnúmero gris de sepulturas,
unidos en el grito tenebroso
del miedo natural
(noche de arengas, disciplina inglesa,
ya fértil en cadáveres,
como estéril en átomos de infancia).

Cerebros al final de su andadura,
enloquecidos cráneos
de ironía finísima,
miembros desordenados;
una defectuosa lengua muerta
para expresar la fe,
lejos de aquélla que imperiosa exalta
el vuelo de las aves
y adorna las cabriolas de los potros,
no la que tiende, sin esfuerzo alguno,
a la felicidad sencilla que transmiten
las aniñadas góndolas
o las nubes de cara sonrosada;
una lengua furtiva,
bifurcada en su bárbara serpiente,
para dar fe de ausencia y pensamiento
y liberar al mundo de su implacable autismo.

Soflamas hechas en el misterioso
idioma de los seres inhumanos,
sonidos guturales que provocan el pánico:
una piedra en la luna del estanque.

Diríase levitan a la inversa,
dos metros bajo tierra,
mordisqueadas notas de tensión inaudita
que desconocen la inconexa pauta
de los limpios acordes que sostienen en vilo
las sucesivas bóvedas,
mas, ocurre que vuelan en bandadas elásticas
agitando las ondas que le hablan
directamente al nervio corazón.

Nada supera el valor del estigma,
ningún dolor excede su escarmiento,
ninguna herida sangra más despacio;
es cuestión de dormirse en los laureles
e idear una hermética, un discurso
abierto a la fortuna.

Lo breve, desfallece.
Y permanece el ruedo;
predominan el ruedo y el pastiche,
la irrechazable oferta del altar
y la desproporción de las fachadas.

Es en la herida que se aplica el hierro
candente y es la espuela
la que penetra en carne viva y viene
a torturar los huesos,
a desacreditar las mieles del verano
y a vigilar las sienes enemigas,
el bajo vientre aquél de los mayores.

Cuánta revolución en un grano de arena,
en una gota destinada al fiasco,
en los estrepitosos mármoles
de los holgados caserones que se dibujan en las ruinas;
qué poderoso elenco de materias
se apelmaza en un copo
de acrobática nieve;
qué sustancia requiere de una forma
derivada del odio y la costumbre
y cuál halla su molde en las esferas libres
batidas por la curva rigurosa del tiempo.

Se filtra una ilusión,
por entre las rendijas y las grietas mayúsculas
que edifican el templo del ahora;
desciende graves rampas de memoria,
toboganes de olvido,
navega redes cárdenas o trascendentes piélagos,
cabalga, a ratos, presa
de la incapacidad y la vergüenza,
una constelación de sueños rotos.

Se infiltra en las gargantas
y grita en las entrañas: ¡arrancad!;
desarraigad banderas,
haced jirones el santuario donde se fragua la masacre,
derribad los helados paredones
de la patria invisible,
pretended la caricia de las hélices,
el yugo de los besos,
¡la fiebre adolescente que funde los instintos maternales!


Si apenas es un trance;
el reputado ensueño
de quien no ha visto el mar,
su albiceleste onda,
siquiera en las pantallas
que invaden de pobreza el horizonte.

Aterido maná que degenera en salvas de granizo
y, así toca la atmósfera con los dedos urgentes,
define una potencia de la selva,
resuelve una ecuación inacabada.

El género de dudas
que burla los controles de la ciencia
e insiste en su gramática
con la saña invariable del maestro.
La mística violada,
huérfana de cachetes afectuosos,
reducida a cenizas
como una casa nueva
(la pelota en el parque, y las exequias).

Que difundida absorbe catedrales
y vomita cacharros tan inútiles,
defensa que conduce con genuina flor.

Inspiración.



es digna de alabar


Existe una poética loable
que frecuenta las anchas carreteras,
las barras de los bares, el alcohol,
y consigue una plata desvaída,
lunas de caramelo
flotando sobre áridas planicies,
espejos de cartón e ilegibles acrósticos,
que arrebata con ínfulas
de prosa norteamericana, humos de mítica autopista,
venenosas serpientes y plumas de alquitrán;
que describe las rocas con su fornido acento
y es la espiga orgullosa,
la reina personal de la cosecha,
el tronco más inmóvil,
pero vivo.

Contiene sus verdades,
en el rastro moderno del aceite,
la marca de sudor bajo la axila,
el sudor en la frente, que se desliza y mancha,
la próxima parada del tranvía perfecto.

He aquí una épica de acción grasienta,
quizás engominada
hasta el buen paroxismo de los ejecutivos
adictos al mercado;
la gesta persuasiva, el sufrido glamour
de los artistas y las marionetas
al servicio de un miedo inteligente.

Aporta versos dignos,
últimos versos imperecederos,
intriga, por momentos, en su desigualdad,
y sigue, atónita de versos, escayolando cielos plúmbeos
y dando marcha atrás con perspicacia.

Infunde lejanía de road movie,
cansancio de ascensión, trato de cima,
ofrece su avanzada redentora,
su patrulla de lobos y marines,
y conserva el prestigio
intacto de los árboles en llamas.

Con el gran padre blanco y su poema excelso,
su homilía vernal y enredadera,
replicando senderos en las tardes de otoño,
izados hasta el fin de su estatura
los versos condenables,
excluidas las ramas del amor
y sus hojas perennes,
y sus líneas románticas prescritas
en aras de una nimia rebelión.

Que gana en concreción y pierde en trascendencia,
que no traspasa porque sus fronteras
ocupan meridianos antagónicos
y porque tiene sitio
para disimular su centro, agallas para corromperse.

Atentos al dolor,
que es del color de su perfume neutro,
o de color amígdala, amoratada y fresa
y color silla eléctrica
a juego con la cámara de gas.

El dolor del suburbio derribado.

Escalofríos en la cola del paro, en la escasez del pan:
todo lo interminable
alzado en armas contra dios y su miseria omnipotente.
Sin una tradición de emperadores,
mitificando su pequeña historia,
ahítos de carisma,
inventando epopeyas a la medida de los superhombres,
manejando el ridículo con levedad artística.

De su reciente sangre, ¡qué decir!,
¡qué añadir a su huella pavorosa!
Afirmar que su rango prevalece
es ocultar un orbe de profetas,
menospreciar su encanto es un error,
definir su tamaño
resulta, ciertamente, una empresa titánica.

El país en los pétalos de una rosa nupcial,
los cálices en ruta, golpeando el asfalto
con sincero temblor. Glaucos atardeceres
prisioneros del frío,
auroras en estado de excepción,
juergas nocturnas y felicidades
capaces de poblar de maravillas
una vida cualquiera.

Después, el espejismo
que sucede al encuentro con algo extraordinario,
la máxima aproximación a la verdad inaccesible
que pueden permitirse las hebras del cristal;
insomnios y problemas, tardes sin existencia,
apagadas ventanas
configurando pozos de petróleo.



de ignorar


Otras extenuaciones
pertenecen al medio cotidiano
e imitan la ceguera de los besos,
absorben energía e irradian producción:
un credo, una liturgia de pueblos tan absortos.

Seguramente vuelan.

Alas que se despliegan excelentes
con esa fortaleza de músculos completos;
plumas que vaticinan la corrección del aire,
su infame tachadura,
el vívido paréntesis que introduce la brisa
entre las oraciones expiradas
y las subordinadas al sordo pensamiento;
y es casi una corriente taxativa
que lanza meteoros
por troneras, balcones y azoteas,
que masculla tejados
y vulnera los templos con ingenua caricia,
la que galopa por el firmamento,
así, pulcra estampida de pegasos,
arrebatando el cuerpo a las estrellas
(de su vuelo bonito,
brota una plétora de intimidad
que multiplica la salud del mundo).

Alas para nacer junto a los héroes,
celebrar antológicas victorias
y asistir al mecánico despojo de la guerra;
versallesca o festiva,
¡qué digna esclavitud!,
la torva liviandad
que simula cargarse de cadenas
mientras concibe un plan vertiginoso.

Cuenta cada modesto atardecer,
cada jugosa perla de rocío
animada de hielo en su cintura,
cada infinito alarde de la tierra;
como el remoto silbo
que ahoga el ruiseñor en su plumaje,
las impermeables copas
de los árboles, cuentan,
y cuentan con los dedos de su alegre inconsciencia
los jardines nonatos que anidan en los valles...
¿Qué objeto, apenas blando,
no adquiere carta de notoriedad
en un renglón u otro de ese himno?

Hay un eco inmaduro,
esbirro del fervor que prolifera,
un resabio de viejo continente;
y navajas de miedo, empalizadas
que imitan cordilleras,
agujeros que son fosas comunes,
pulsantes cementerios
anclados sobre míseras colinas,
vigilados por negros centinelas de altura
(pero menos aciagos, siquiera deprimidos,
y los ecos agudos pero llanos
y las navajas níveas
y los huecos tal vez como oquedades,
pero menos que lóbregas,
azules de una gama primitiva).

De su vuelo bonito, de las garzas,
retorna, flor-estela,
cómplice del pasado amenazante,
y sin embargo vuela, tan menuda,
tan ciegamente opuesta a su perfil,
arrojando siluetas por el techo,
dardos anónimos de llaga fina,
de febril picadura y mano etérea,
que conmueve y extiende el dominio del águila
-su república frágil-
y almacena volúmenes de invierno,
cepas revueltas, olas de calor,
que deviene lugar fuera de sitio
y musita palabras ilegales
que conjuran en vano a la belleza.

Promiscua intimación,
que ya militariza las entrañas,
ya diezma los sentidos,
en su catarsis uniformadora,
pues todo lo rezuma de misterio
porque todo lo quiere transparente,
y recuerda a los juegos infantiles,
a la primera sangre del primer beso en falso,
que brota manantial para quedarse,
al primer escenario del amor ideal.

Escuela de ficción:
un centenar de fiordos interpreta a cien damas en apuros”.
El agua oscura, el agua un mar de lágrimas,
los elfos vegetando al pie de sus melenas,
pergeñando conquistas enojosas.
Y los reinos cansados de sus clases sociales,
hartos del pleonasmo de sus líderes.

Tiembla el país del arte,
bajo la mesa, las extremidades
se sacuden el peso de los siglos,
los extremos se tocan
y es grave su contacto, perentorio,
un soplo independiente que origina
flaccidez en mandíbulas y miembros.

Comienza el espectáculo verbal.

¡Oh, necedad itinerante, qué peligrosa tu franqueza
impregna las baladas inocentes!



de creer


Por último, la fe,
sugerencia de fuentes torrenciales,
ocultos manuscritos,
bibliotecas presentes y futuras;
drogas que preponderan y vomitan espuma,
que a veces prenden en la carne seca
y ocasionan incendios
que calcinan hectáreas de conciencia;
drogas que degeneran vida propia
y se consumen hasta la sustancia,
que devoran las millas a millares,
desde que surcan procelosos índicos
infestados de algas,
perlados de diamantes arrecifes.

Es una introducción a la indecencia
esa fe que predican los pastores,
algo no repentino, algo estudiado,
preciso y demasiado virtuoso.

Ahora, el verso esperanzado, el verso
que rinde pleitesía
a las cartas antiguas y los propicios rumbos,
siempre desconocidos;
verso fuera del mundo, signo errante,
cometa y arlequín,
esquina con Rimbaud y aquellas flores
de inconfesable aroma,
desagradablemente íntimas, como pecados de familia.

Ahora, el verso navegante, el sueño
profundo, hospitalario,
de los campos solares de Ketama,
el trance maquinal o el estro zurdo
de los muertos divinos, su apaciguado numen.

De pronto, el verso es polen, es el polen marítimo
que tira por la borda ramilletes de orquídeas
y se agarra a los mástiles con deportivo afán.
Es la letra escarlata que inaugura la estrofa,
mariscal de su ejército versátil,
el marinero raso
que ejecuta sin pausa las órdenes del viento.

Ahora, es el progreso de la idea
lo que consigue hegemonía y forma;
quedan atrás los dátiles desnudos,
los animales y los cazadores,
y ciertas estructuras de maldad
desaparecen de la vista tras nebulosos cortinajes.

Son postergados los del arco iris,
en respuesta a su plena ineficacia,
y se ven los demás favorecidos:
colores del montón, colores ciegos,
cualquiera en la paleta del pintor inaudito,
cualquiera de la pesadilla, cualquier inexpugnable atisbo
de la belleza inerte.

Naturaleza cero en el programa,
humanidad allende toda ley,
resentimiento, furia;
por doquier, el amor
insatisfecho de los corazones,
el amor terrorista de las mentes,
con su química inicua
fabricándose celos y desplantes.

En el programa, un solo de ternura
para decir que hay un sentimiento;
en el poema un metro para medir las frentes,
una vara mojada,
un rasero de porte alejandrino.

En el poeta un sesgo proletario,
un resplandor obrero capturado en las fraguas,
un vicio campesino
y un latido hacia el éxito de mayo:
fulgores del oficio.



recapitulación


Aquí, la brújula para el poeta,
una mayéutica cercana a la mejor del universo,
a la voz apacible del maestro artesano,
que es una voz de manos que deshacen
y de brazos que creen en sus manos,
una voz conductora, fecunda de promesas,
surcada de penumbras,
sumida en el letargo del adiós.

Tocan a despedida las campanillas rojas,
los pañuelos se estrellan
contra el fugaz contorno de lo ausente.

¿Qué no dirán los versos extraviados
en pantanales sórdidos o embarazosas ciénagas,
lejos del aura fácil, protectora,
de la elocuencia lírica?

(¿Dirán estaca, cáscara y estómago,
burdel y cuerno, playa y catecismo?,
¿se rascarán las ingles
adoptando posturas deshonestas?,
¿o bien renunciarán a la rima sencilla de la carne
y, en consonancia con su jerarquía,
ascenderán en odas verticales
al paraíso de los pervertidos?)

Las elucubraciones no encuentran acomodo
en esta poesía gobernada
por groseros fantasmas, hadas buenas,
personajes sin fondo
e idílicos mosaicos vegetales.
No es posible frenar este torrente
de potestad y crédito,
este aluvión de gemas precintadas,
esta manga de mar entrometida.

Porque los versos gritan lo que sigila el tiempo,
la parte fehaciente del discurso vital,
lo innombrable, sujeto a la censura previa
de la pobre cultura ensimismada.
Gritan silencio, aúllan su fiereza nocturna,
vociferan, gentiles, sus consignas
prerrevolucionarias
y omiten el acero que tuerce voluntades
y demuele basílicas modernas y palacios.

No son hermosos. Su belleza no impone mandamiento alguno,
ni responde a la sana percepción
que los ecuánimes ejercen sobre sus ávidos instantes,
más bien se corresponde con el néctar urbano
que engrasa el mecanismo sutil de las cloacas,
y con una visión efervescente,
escabrosa, del llano acontecer.

No perfuman las páginas de incienso
como botafumeiros balbucientes,
aturden con el trágico hedor de los cadáveres
y esparcen una ronca pestilencia
que repugna el olfato de los sabios.

Tampoco hablan de dios.
Impíos que se apartan del milagro
que aprecian los corderos, sin renunciar por ello
al ímpetu formal del mesianismo.
Creyentes que transigen con la duda
para reconocerse en la palabra.



la verdad


Un estremecimiento. La columna de humo
escala en el vacío; las volutas dispersas
se descomponen pronto, ahuecadas y rubias;
tiran las chimeneas en una variopinta densidad
de sucedáneo smog y nubecillas raras,
las nubecillas químicas que van adecentando
la maraña suicida de ponzoñosas frases,
y que van corrigiendo, tachando verbos laxos
de acción invertebrada, anotando panfletos
al margen de la ley en impasibles crónicas,
desechando modales demasiado lujosos.

No cabe otra semántica,
otra estructura, otro andamiaje, otra manera de crecer
y transportar la voz.

Afuera, no habrá almas, ni pasaportes válidos,
ni célicas aduanas donde ensayar sobornos
o fingir el dominio de las situaciones.
Habrá solo una tiza para marcar las lápidas,
un empinado umbral de aterradora planta:
prosperarán los cardos de convincente espina
en beneficio de las amapolas,
y el matorral, en auge florentísimo,
medrará entre barbechos y trigales.

Así, repta el poema,
con esa parsimonia de séquito final,
bajo las alambradas populares,
escorado hacia el dogma
e inoculado de vulgares estereotipos, partidario
de los significados relativos
y de la incertidumbre, pero inclinado al grueso
trazo que preconiza la comedia
y no a la extravagante pincelada,
antes al rengo hipódromo de la amena tertulia
que a la fraternidad intelectual.

No suelta prenda, en síntesis.
Se reserva el mensaje,
abdica de su trono y exhibe su poder apocalíptico.

Es una marioneta estropeada.



FIN

personal

Érase una persona de su cuerpo,
una persona física, perdón, de raza humana,
que, sencilla, sincera, atolondrada, pero culpablemente hinchada de su anhelo,
repetía el silencio de los tiempos oscuros.

Un cerebro global la recostaba sobre las nubes líquidas y amorfas;
henchida que bebía los vientos tramontanos
o plasmaba su plácida indolencia en una colección de dinosaurios,
pues forrado de niño y encogido de un vértigo tremendo e infantil
oscilaba su espíritu entre las precauciones y las ganas
de conocer el trauma de su origen.

Lectora de contratos y prospectos,
aficionada al ruido desbordante que glosa los deberes ciudadanos
y a la fraternidad vestida de payaso narigudo,
su personalidad aparecía envuelta en mucho celofán extrovertido,
dando impresión adulta y masculina, siempre aferrada al núcleo de la media.

Mantenía sus propias relaciones,
su círculo de afines con la mano en la espada,
la conexión aguda, marsellesa,
el tipo de contacto que sugieren los peces;
también, alguna relación, impropia de su materialismo,
con las personas serias de corazón abierto en las que todos pueden confiar.

Festejaba excitada su presente,
la negación fecunda del esfuerzo,
la performance inicua que su fatalidad ejecutaba, al menos,
una vez por espejo desteñido,
una vez, como mínimo, por cada espejo roto,
por cada insano manantial de fauces
que se cruzaba en su promiscua y peregrina trayectoria.

Docenas de pecados tiraban de la manta de sus noches anexas,
lucifer que yacía a su costado engendrando sustancias,
desmineralizando el horizonte.

Que deshojaba margaritas con matemática humildad
erguida en su pecado imperdonable y tenía un amor y un automóvil gris.

Una persona que se agigantaba hasta ocupar las naves del polígono,
las bocanadas de salud del parque,
la práctica totalidad de las colmenas injuriosas;
y era súbito el modo y era gráfico el modo en que millones de gargantas
jaleaban el nombre de la bestia unidas en la furia.

Una persona no-fugaz, al mando de sus partes pudendas,
multiplicada por ejércitos encadenados a la paz
de las esquelas y los lirios, agazapada en su albedrío;
un ser inestimable dejado de la mano de los dioses,
condenado a la máxima pureza y a las perplejidades del mesías,
y, sin embargo, netamente ufano de su sabiduría humanizada
(así, la negación rotunda del laberinto y sus reveses,
el esperanto fértil de los sueños, el salmo trepidante que sacude las bóvedas).

Un individuo abstracto que deseaba un orden
-igual que se desea descansar del trabajo
cuando pierden coraje los nervios y la sangre-
y desinteresado, sin ningún interés por la palabra
(más allá del notorio mostrado por las voces del modo imperativo).

Que tremolaba cadenas, no obstante su libérrima conducta,
y yugos del tamaño de su sombra,
también heridas en perfecta infamia,
sarnas de poca monta, discretas confusiones...

Se componía un cuadro vetusto y, a la vez, inmaduro, venéreo y digital,
animal en un sentido metafísico:
cualquier escena sobrecogedora hallaba correlato en su cadencia.

Topaba con la ciencia y con los libros.
Los libros, tan compactos en su enigmática escritura y su remota soledad,
atorados de imágenes, densos como románticos vaivenes,
escritos, traducidos y parlantes,
importunaban su veloz rapiña, entorpecían su destreza errática.

Hacía bien en esquivarlos, los esquivaba con soltura
pasando de puntillas por las estanterías,
sin respirar apenas el polvo acumulado,
inmaculado y sabio, la huella cultivada,
el festín pantagruélico de los hombres con gafas,
la indigestión de letras sazonadas al gusto superviviente de los poetastros.

Los libros eran frágiles en su filosofía,
las ideas de hierro forjadas en la flor de la experiencia
sucumbían a golpe de zumbido,
la reflexión se diluía en ímpetu
y las prolijas descripciones se aproximaban sin dobleces
al espejismo de una herética antigua.

Y se escandalizaba de las páginas
y de las encuadernaciones de los numerosos tomos
de la enciclopedia, de las obras completas y las antologías.

Ningún lenguaje impreso escapaba a su crítica ignorancia.

Un hombre de su tiempo, una persona intacta,
capaz de aligerarse de continuo con esa leve desesperación
que hace presa en las mentes elegidas en el completo instante de la muerte.

domingo, 6 de junio de 2010

el rapto

Cultivo un grado de genuflexión honrosa.

Los sauces pandilleros de la esquina del parque,
que siempre me zarandean y luego hacen chocar sus ramas
como si fueran manos de gigantes alegres,
y que siempre sonríen con malicia poco antes de llorar,
me han recomendado que busque empleo en el Ayuntamiento.
Pero yo no codicio el minuto de gloria del jardinero;
no siento piedad.

Mi pequeña pretensión,
mi enfermiza pretensión es demoler,
cruzar la línea roja de la retórica
para deshilvanar el mensaje,
escriturar los arquetipos acentuales,
apisonar el mítico terreno de la flecha.

Pues vengo a hablar de la literatura -en alzas
que me alzo como vago caudillo-,
que es hablar de los hombres que lo tienen todo en la cabeza.

¡Y cómo lloro la forma de las nubes abúlicas!,
su percusión inane, su impronunciable saga,
estrangulado que rindo mis naves de papel,
mis aviones bombarderos,
hechos de lágrimas y tierra fina,
y depongo las banderas infrahumanas
y corto por sorpresa los mástiles adultos.

Cultivo y no cosecho, porque yo,
que sólo tengo un verso entre los dedos,
no estoy hecho de plantas ni sanos minerales
y me ahogo en mi agua corporal, mi líquido epitafio
y todo lo demás que cubre demasiado.

Un verso contra el ciclo de las palabras únicas
que componen historias magistrales de larga duración.
Un verso efervescente, por lo tanto, que compite
con la veracidad de los grandes relatos,
con las montañas mágicas y los reyes impuros,
los caballeros tristes y las ballenas blancas
los dioses insensatos y su asfixiante verosimilitud.
Un segmento festivo, desorbitado, ajeno, tangencial,
libre de condenarse a la misión del fuego,
reo de su nostálgica eficiencia, su plena certidumbre.

Aquí presento mi coraza de panteras
(rugen como panteras
especiales).

Hiberno aquí, lastimosamente pobre y casi híbrido,
polarizado por un millón de bosques que arden en su cuerda
disecando sonidos apacibles.

Heme allí, sentado en la pereza,
donde burlan los presos el castigo divino,
la forma fluye en balsas de dimensiones tiernas,
los ángeles firman su inicua maravilla
y las rosas guardan el dulce silencio de los ciervos.

¡Duplicado de mí!
Febril y anestesiado como arena de la playa,
sorprendido en mi extensa maniobra evasiva.

Ocurre que no soy espejo de mis horas
y el tiempo es un navío que sacude sus velas incendiarias,
se retracta y golpea con el puño directo.
El tiempo es un obstáculo para mi salto del ángel
-salto oblicuo, caída numerosa-,
una muralla medieval de entonces, cuando las hoces
dispersaban su parca melodía por los surcos
regados que yacían con el sudor del níveo amanecer.

¡Allá los ejercicios moderados de los buenos artistas!
Allá ellos con sus amapolas, sus elevados nimbos y su Atlas.
Allá su enciclopedia de clausura, su románico ambiguo,
sus primeros recuerdos industriales.
Viven de la belleza que suscitan las novias
y el campo robustece con natural orgullo,
hozan en la armonía de los pórticos,
¡ninguno se confiesa permanente!

Yo vengo con la furia de las nodrizas rubicundas y aleves,
con el estetoscopio del doctor,
el sextante inmoral y la brújula arcana
que descomponen al náufrago,
con una pluma rota entre las manos
y una brizna de hierba entre los labios.

Y vengo a demoler los castillos de luna,
a derribar las zanjas,
a ser murciélago atroz.
Vengo a ser una sombra que declina
y se apodera de la luz que acude a la mirada,
un ave en tránsito, impregnada de otoño,
mecida por el viento segador.

los sauces se fuman el reflejo de una estrella
y consideran la quietud del riachuelo
ordenan las palabras de la noche en liras imposibles
hablan con el deseo de una voz histórica


Tened mis precauciones, os doy el estremecimiento
que organiza mi espalda,
el material que luce en mi postura,
la doblez endiablada de mis sueños:
no habrán de concederos un respiro...
...

Mas, ¿cómo derruir, cómo arrasar desde la sima ingrata,
cómo asaltar el mundo desde la prieta fosa del pasado,
si apenas arañar la superficie parece una entelequia,
una utopía verde, una deliberada ensoñación?

Será de forma que las nubes trinen
y bendigan los cielos su contraste.
Habrá una matemática gloriosa para describir las trayectorias
decadentes de los planes destinados al fracaso,
y sonarán sirenas infalibles
por pistas forestales y avenidas redondas
llamando a la desgracia.

Un eco habrá
en medio de esa especie de ingravidez formal,
el eco de la causa,
el origen del humo despeinado,
la metafísica del excremento.

presentiré montañas o lagunas preciosas
diferente seré de los espejos
cúbicos en semejante esparcimiento
iré por las majadas majadero,
disimulando corvas y rutinas
lívido y simultáneo

¡Oh! Y me recibirán a hurtadillas los clérigos,
de puntillas sobre su epifanía,
vivaces entonando cofradías de guerra,
envueltos en sus togas apagadas.

Juez que seré del mundo y de su arte menor
cuando los sauces me describan el método:
la línea recta -senda y pureza en exceso- que delimita el reino,
la línea roja de la sangre brava,
la secreción que raja el firmamento vestida de palabra,
el vibrante rocío de las prímulas.
...

En carpas, festivales y aulas serenas de perfil castaño,
reconocí la cumbre
y me subí a los cárpatos del aire
como si fuera musculoso polen, número atómico,
roca indirecta,
y proyecté catarsis, seísmos en el vientre del futuro,
revoluciones húmedas, bailes en el abismo,
pasos valientes al crepitar del fuego.

En la casa, leí, me hice un hombre
(desde que presumía de tener un verbo
y poseía el don del verbo atribulado),
así que comprendí las monsergas más autoritarias,
los sermones marítimos, las homilías fétidas del cuervo;
y en casa de los padres supe lo que sabían nuestros padres
y quedé horrorizado, marcado en el espíritu
con el intenso estigma de la vinculación.

Hoy recuerdo el agradable escarnio, mi piadoso designio,
desnaturalizado y vuelto del revés, trastornado en poema,
en verso elíptico y tornado angular de piel vertiginosa:
ni me conmueve la imagen fósil de su grandeza,
ni me daña su magno sentimiento,
su sentimentalismo atronador.

Simplemente, ocurrió que leí lo que leían las personas
que tenían un nombre y supe lo que todas ocultaban
en sus pérfidas mentes absueltas de pecado.

Hoy, un gramo de suplicio se encharca en mis retales
y lo recito al borde del orgasmo indefenso,
al filo del impúdico éxtasis,
de carrerilla, al grito diminuto del insecto,
instaurado el deseo en mi garganta.

Así que lo comprendo y me quedo mudo.
Se me anulan los ritmos cerebrales.
Es cuando el rictus ejemplifica el ansia,
toma cuerpo el instante y se congela el vuelo de la flecha.

En concreto: adiós a los recuerdos
(habré de liberarme de ellos para difamar mi obra,
que así parecerá más frágil,
más sostenida en el vacío por los sueños,
menos épica, por cierto,
que así parecerá disminuir en forma
y cotizar al alza entre los materiales,
y tenderá al destierro que bordea las fuentes,
separada del bulto inconfesable,
pero real de la experiencia humana).

¡Ah!, ¡cómo equilibra el hueco de la nada!
Ahora sí que empiezo a doblegar la pluma
y empiezo a erosionar paisajes ominosos.

Siento la contracción de los instintos
cobrándose la pieza de mi alma: caza mayor.
Triunfan las correcciones en todos los sentidos
y la novela se desvanece
dejando una maraña de flojas resonancias;
las palabras abdican de su razonable solio,
se tambalean, átonas,
y las tramas oscilan sus hojas de plomizo desagüe
hasta caer de bruces contra las fosas.

Siento los cementerios como si fuesen áticos
y los gusanos como pájaros sedosos que burlan el océano;
me han dicho los cipreses que los huesos levantan polvaredas,
que algunos huesos son de plástico porque renuncian
a llevar una vida fácil
y que otros se despiertan a las cinco para ir a trabajar.
Los cipreses son sabios;
despojados del énfasis de la nación,
no temen a los hombres,
esos seres locuaces de repugnantes hábitos.

Los cipreses -todos los árboles- son pura acción,
naturaleza pura, y sus admoniciones llevan el sello grave
del futuro espectáculo que habrá de estremecernos
(ellos retozarán en la pestilente ciénaga de mi memoria
y adornarán mi sangre con fascinantes selvas,
en mi debilidad, afirmarán su impulso,
compartiremos fértiles ganancias
y seremos eternos con cada gota de lluvia).

Estudio la majestuosa fauna del pasado,
su gran literatura encuadernada en piel
y su literatura de autopista,
presa en la extrema dimensión urbana,
también las frases hechas del amor
que responden al mismo canon bífido.

Me recito en la penumbra suave de unos ojos artísticos
y acabo balbuceando versos desconocidos a mis ojos,
que manejan pinceles y cinceles como ángeles,
pero tienen un fondo de silencio.

Nada de recordar
a los niños pequeños de los colegios mayores,
ni las norias lejanas, ni el sable de madera,
ni la felicidad del cuerpo en armas,
el primer cigarrillo, el primer ajetreo, el primer golpe,
la primera ocasión de ser humano.

Una oquedad infinita enroscada en el tiempo
o un azulejo suelto en la pared de la cocina,
tanto da;
el camino es camino a pesar de la bruma.
...

Mi extraña pretensión es demoler los vanidosos templos
y edificar entre las ruinas ligeras estructuras voladoras,
¡oh pájaros sin léxico!,
pulcros sistemas sin nombre ni apellido
capaces de vivir en la miseria.

Mi herramienta es el odio, que es amor a los párpados
y es amor al espasmo cotidiano.
Respiro odio en los preámbulos del combate ciego,
aire revolucionario, éter de fractal estirpe,
el numen con el himen y los párpados, nebulosos y osados,
el cum laude de las frases de efecto invernadero.
Me ahogo en la mendaz extravagancia de un venablo sin duende.
Sangro torrijas de papel cebolla y me arropo con tablas de planchar.

¡Estoy tan cerca de morir de espaldas!,
tan cerca de no ver siquiera el puño arcano del puñal mecánico
cercenando los planos espectrales,
que rehúso la buena compañía de los peores libros
y de nuevo me indigno ante la plataforma ufana
que impulsan los autores consagrados al tedio.

Formo parte de un séquito hostil, la caravana púrpura
que franquea las puertas del averno con una rosa en los labios,
y llevo un grueso fármaco en las venas calientes
que salta de latido en corazón.
...

Un poema no es una mujer,
aunque luzca las curvas moderadas y el aroma in fraganti
de las damas católicas,
tampoco es una casa donde mudar de acervo
o meditar sobre lo intenso que debe ser el arte,
ni una biblioteca donde acudir a las citas inteligentes
del internacionalismo literario.

Un poema es un cráter cavado por un crápula,
una erosión cercana al vertedero,
es un piano de cola entre neumáticos,
un peso que te quitas, una evisceración de las mejores,
un escándalo que avanza a toque de corneta puntiaguda,
una presencia jubilosa entre las nubes.

El poema es la sombra que procura ocultarse,
la sombra tímida que rueda por la noche,
el fantasma dantesco del estro digital.

Es la torre de marras -torre inversa y torre de Babel-
es el infierno y cubre demasiado,
es un invierno cogido por los cuernos,
¡un libro de oración!,
como si fuera un libro cogido por los cuernos,
untado de milagros, carcomido de insomnios.

El poema es un himno a todas horas,
la pulsera del prójimo,
el éxodo de un pueblo despreciado,
la suma contumaz.

Pero yo busco un verso con gancho de derecha
y maldigo las plantas aromáticas
y el encanto materno de la bóveda celeste.

No me conmueven las felicidades rubias
asidas a su gama de nostalgias,
ni me ofenden apenas los preclaros talentos
productores de auténticas elipsis,
simplemente, me ausento de su estilo furioso,
que me salgo a fumar de su imaginación invertebrada,
y me fumo los átomos que asedian el contorno de sus obras.

Poetas neosucios, neoobscenos,
de los que escriben polla y fóllame
y se corren de gusto entre arcadas de elite.

Yo les diré por dónde se abandona la gloria,
por dónde se desciende
al fondo en que terminan los hoteles y las chicas del club,
el maxifondo árido de las minas de polen,
la pena principal.

Y les enseñaré a medir el rancio costado del obrero
desde el tajo a la mesa del quirófano,
sólo por desquitarme de su ramo.
...

Incluida la noche, soy ahora el más bruno, el más opaco.
Ningún celoso vate supera la intrincada
simbología de mis párrafos escuetos,
la nimiedad visual de mis escorzos
o mi superlativa hexagonía,
que es un dolor cansino que duele en los riñones
antes de apoderarse de los verbos.

Me sueño destructor de las odas brillantes,
con sus admiraciones y sus látigos de siete colas,
desguazo los pretéritos y me conjugo al fresco
regenero las místicas imágenes a base de gerundios
y me desgarro la camisa en los enlaces propios de los versos;
abundo en la pamema,
me reitero en las contradicciones,
suprimo determinadas líneas,
dibujo tormentas en la malla invisible de las cláusulas.
...

la montaña de lema horizontal
vocifera desde su libertina cumbre
sopla un céfiro honrado
y los pájaros vuelan como puntas de flecha
sensibles a la pauta sanguínea del espacio

los jardines dan buena coliflor
las damas se merecen un descanso

En el jardín que prefieren las princesas,
las dóciles avispas juguetean con el aliento gris del manantial,
concentrada en un palmo de terreno, se pronuncia la hierba,
y los robles endurecen su fama
haciendo abdominales que deforman su tronco florecido;
el ambiente concibe su juventud, vive los días transparentes,
la difusa claridad de las horas,
la intratable frescura de la tierra cubierta de riquezas.

El sol alabardero siempre triunfa a las diez de la mañana,
el momento fecundo que aguardan los románticos
para despotricar de la fortuna.

En el jardín,
el alígero pie de la doncella registra la tensión y palidece,
encallecen sus manos, se aceleran sus hombros
bajo el peso del agua.

El estanque rezuma una soledad glauca
y hasta cierto punto milenaria,
arrullado por el claro zumbido del enjambre;
un efluvio dogmático se abre paso entre la soldadesca
de cardos y ortigales,
y las flores temerosas de dios
se disponen a huir de su vasta hermosura
de rosas incendiarias.

Los bancos cotillean sentados a la sombra,
las estatuas hacen girar sus cuellos para ver el futuro
y en sus recios pedestales puede vislumbrarse el ágil pestañeo
de la roca salvaje.

Una mariposa lenta diluye los sonidos del encaje floral,
los nidos piensan en su prole catastrófica
y las esposas de los pinos trabajadores
-que soportan con estoicismo el síndrome de abstinencia-
perforan las arterias de la madre
en una decadente invitación a la derrota.

En el jardín, todo prolifera.
Prolifera el amor, voluminoso y férreo,
terráqueo hasta la saciedad del desamparo,
el amor compulsivo que dirime razones en sus insanos márgenes,
también, una necesidad de ser amado, de ser correspondido.

Hay una biblia en verso escrita en las cortezas de los árboles,
un espeso catálogo de huesos escrito en los senderos de verano,
toda la poesía;

súbete a la montaña
hasta donde alcance tu vista
toda esa poesía es parte del jardín

...

De medianoche, anduve por el jardín en llamas,
ondas nocturnas que fabricaban hoces de platino
con esfuerzo agrario,
ondas de luz, acaso pertinentes, luces fósiles
extraviadas en medio del conflicto,
emigrantes en un país terrible,
de nuevo los pequeños habitantes y los grandes espíritus,
otra vez la penosa gangrena
que desarrolla el tiempo en las pieles ocultas.

Una serie de animales astutos
correteaba entre madrigueras y desperdicios otoñales,
y un deje torrencial, confiscado a los cúmulos ariscos,
impregnaba remotas hectáreas de secano.

La soledad se oía
como el vestigio del metal que agarra,
de la tiza que agrede, de la rueda que gira y se traslada;
el pálpito del mineral era visible,
con suaves letras de neón,
en el éter fecundo, y el aroma del polvo estrechaba las manos,
dirigía las piernas ofertadas al baile.

No se oía el amor,
por más que el dolor suplicante que aborta los gemidos
la mayor atención reclamara a los tímpanos
y obrara con tal saña el infortunio
que se vieran los nervios
amarrados al potro de su fatiga cósmica.

Describí una parábola
y estuvo mi tropiezo en la primera línea de los ángeles,
que eran gaviotas negras y reptiles;
rodé así por el inhóspito césped,
como quien dice esfera mantenida en suspenso,
saltándome las cercas de los gnomos con grácil impotencia
y fui a salir al metro del olimpo
sin un centavo encima,
sin un clavo.

Estuve en el jardín,
pero no hallé
ninguna idea que sujetara con fuerza mi reflejo.
...

Los corazones venden castañas recién hechas.
Virulentos druidas acechan en las esquinas de madera,
ancianos supervivientes a dos inundaciones,
los veo por el rabillo del ojo,
tensos de tanto amar a las mimosas,
con un ojal de orgullo en la solapa
y un negativo imberbe en cada espejo.

Escribo en mi cuaderno lo siguiente:

mi grotesca intención es demoler
columpiarme en el gótico y desautorizar a los patrones
bordear el rincón del esperpento
feliz de ser quien soy
el homicida
el fracasado jack el hombre abierto

nada que descuidar
será instantáneo
una deflagración un cataclismo
el crack de las aceras
el boom inmobiliario de los peces

y me siento mejor, mucho más ganso,
superdotado sólo para el odio -esa virtud en riesgo-,
diferente a los cárteles de la palabra justa,
al mando de una fobia con los días contados.

Repongo el mueble bar de mi conciencia
y me sirvo unos cócteles de miedo;
me creo religioso durante una fracción de pensamiento,
entro en mi templo con la cabeza gacha
manifestando un padrenuestro antiguo;
no llego a caer de rodillas, la ilusión se deshace
y los trozos de dios se transforman en lágrimas
de un cielo que procede del abismo...
...

¡Atrás!

Porque llevo la grúa y el martillo pilón,
la percuciente glosa, la tuneladora de prosas cobardicas,
el devastador pestañeo del tsunami in-mediático.
Porque llevo en los genes la palabra invisible,
el vocablo inaudito que trasciende géneros y hermenéuticas
y no admite prosodia ni caligrafía que perturben el vuelo de la idea,
la palabra tenaz, ramificada,
la que nunca se escucha a pesar del silencio,
tranquila como suele desplomarse en los divanes,
emanciparse en la cabeza hueca,
surtir de espanto al pecho que no llora.

¡Teneos!,
desgranad vuestros nombres en francés,
vuestra trova meliflua,
lejos de mí.
...

Todo mi verso es huella de una acción,
de una acción tan concreta como freír un huevo
o quebrantar su cáscara con un golpe de suerte
o tomarlo cuidadosamente del estante.

Cualquier algarabía me subleva,
también sensible a la acrobacia cuántica,
al suceso perfecto, que ni ocurre ni deja de ocurrir,
sensible a la conducta teatral que reprimen las bestias,
al polen que reforma los pulmones,
desde luego a la rosa presente en las espinas del pescado,
por supuesto a la espina que aromatiza el bosque encantador.

Toda mi gracia es basura.
Amontonada gracia,
sin precio que marcar en el teclado grasiento,
sin peso en la balanza de los ecuánimes,
alta basura en su montón de estiércol,
detritus impalpable.

¡Oh!, la vuestra es pura gracia,
deliciosa la vuestra,
la gracia del amor y del talento,
del puro amor que vale un Potosí
y del talento innato para los negocios,
la intersección cabal que devenga intereses
por la demora en alcanzar la gloria.
Así que presumís de armonía y donaire,
que presumen de ingenio vuestras punzantes diatribas
y vuestra poesía exhibe sus intocables bíceps con furtiva elegancia.

Yo sé que dependéis de la sonrisa cínica
como del palmetazo quasimodo,
de las fluctuaciones del mercado
tanto como del patriótico mesías que habita vuestra farsa;
y sé que la verdad que os hace libres
sólo funciona porque desconoce la miseria real.

Toda mi gracia es basura, mas apenas se esconde
tras el humo famélico del tabaco cargado de esperanza,
apenas se divorcia de mis manos;
quizás se descomponga,
pero me aguanta el tipo.
...

Un secreto que tengo y cojo la dialéctica del napalm,
el bolígrafo rojo que cauteriza tomos nauseabundos:
una revelación a la que asisto,
un regalo de reyes, los juegos reunidos marca ACME.

Yo paso la factura del modesto albañil
y le añado el valor de mi avaricia,
la astronómica cifra de los muertos que soy,
el innúmero censo que me elige entre pares.

Pues espero un descenso, una pedrada mágica en la sien.

... Lo mío es de un tendón mulitpolar
que me ha salido en medio del cerebro.
Es una enfermedad contra el sistema
(contra el jurado compuesto por reputadas personalidades
del orbe intelectual
),
el accésit que humilla, la escultura piojosa,
las tertulias opiáceas, opacas como rayas de cansancio infinito.

Lo mío es de un total por el contrario;
es una impugnación, un interdicto,
un proyecto de ley en pleno rostro
que instituye el fatídico declive de la forma.

La crítica que instruyo es de rango interior,
arruga los relatos con artera ignorancia,
los desprotagoniza, emborronando imágenes logradas,
y pone al descubierto su tísico andamiaje:
su chapucero afán por lo cotidiano
o el licenciado ardor de su rabieta clásica.

Es poesía,
pero con dos pistolas que disparan en ráfagas modernas
(que disparan en ráfagas moliendas
que disparan en ráfagas...
).

Es poesía armada, no profética,
forrada de metales injuriosos,
la que arrastran mis pies,
con el abatimiento crónico que prohíjan por las sendas del parque,
y mis manos por medio del frotamiento inicuo
que se riza en la piel calenturienta.

Es poesía, amigos,
fermenta a todo tren, ¡y traquetea!,
atropella en los pasos a nivel y se cambia de aguja y de caballo,
hace trasbordo en la estación de Francia una noche de invierno,
sobrecoge las fiestas en la penumbra atroz del sonido directo,
horada las colinas indiscretas con ímpetu vulgar,
gira sobre sí misma, y traquetea.

Su buen balance, extraordinario ingreso,
sentido del humor, corte de pelo, fornida comprensión, liricidad,
hacen de mi poema un ARLEQUISMO,
una temeridad continuada,
como un Murillo calcado de un Picasso extraterrestre.
...

... tú eres inferior porque naciste
con un talón de aquiles al revés
y fuiste envuelto en un sudario bonito de horrorosa blancura
y calentito fuiste a nacer a la sombra
que nació tu madrastra en ese instante de furioso dolor...

Comulgo con el pensamiento verde,
y convivo con él, aquí en la selva, en mi selva temática del cine,
desde donde observo el horizonte de sucesos de la realidad;
por eso lanzo parcas reverencias a los príncipes
y me someto en parte al esplendor de su corona,
pues no he palpado el suelo de mi tumba con dedos ateridos
para postrarme ahora ante la vida...

Se mofaron los sauces, en su tónica:

‘tú eres inferior porque naciste...’,

y yo les preparé una merendola de fruta agusanada
hurtada por las aves tironeras, delincuentes aéreas,
y dancé alrededor de su estatura hercúlea
estimulando mi gradual proceso de putrefacción
al ritmo de la savia inmaculada

los sauces son hermanos
hermanos o soldados
los sauces son mis hermanos

tienen muerte
causan dolor
igual que los soldados de los hombres

aman para quedarse
se afianzan
...

Procuro esta palabra perniciosa, a favor de la sangre,
mi palabra en formato de ariete que se carga los muros de la patria
y desentierra una moral inmunda,
mi tropa de fonemas al rescate del sello editorial,
como quien dicta un verso bolchevique frente a los sacerdotes,
quien dictamina su verdad de acero,
quien da su testimonio enardecido
culpándose de toda una traición.

Avanzo entre las ruinas de los grandes autores
con mi sutil apisonadora cimentando el descrédito del arte,
no pertenezco al eje de los súbditos
que conceden entrevistas a la prensa nocturna,
apenas ironizo con el sagrado amor y sus calamidades,
casi me aburro de mi sin parangón superfelibre;
mi rama no se troncha ni se divide en cachos prefulgentes,
no mancilla la prosa ni resbala en el haiku,
más aguanta lozana la elástica acometida del canto popular,
se resiste al colectivo imán de las antologías,
rechaza sinecuras de probada falacia,
se aparta, se margina, se protege,
se blinda, se vacuna contra el tifus,
florece en un recodo del jardín.

---

viernes, 28 de mayo de 2010

ciprés

CIPRÉS


Sólo el ciprés abunda en la materia y se erige en piloto de los días febriles,
timonel de las ansias, torre de espinas. Por el ciprés ascienden
las hormigas ingenuas con un saco de polen a la espalda,
mínimas procesionarias al margen de la cruel celebración del éxodo.

Sólo el ciprés es fuente de raíz, y hasta la fuente se llegan las acequias,
los surcos elaborados y férreos que dividen el valle en zonas fértiles,
y se acercan las ninfas al círculo elegante de su tronco
acompañadas por príncipes ariscos, cultos pero excéntricos,
herederos cobardes de una nación podrida en su corona.

Merecía el ciprés un cementerio en grande y a lo antiguo,
un camposanto bélico inundado de cruces, mausoleos y aristas
inducidas al mármol de las lápidas nuevas;
merecía un espacio consonante para su nieve abstracta,
un severo sitial para su franca lealtad y su extrema pobreza.
...

El gesto navideño del ciprés recuerda al del león acorralado
que vocifera garras y rugidos y es efigie terrible,
pero añora la mágica fortuna del relámpago homicida;
el gesto es como un ala de cuervo moteando la aurora,
como una propiedad indescriptible, una temperatura,
horno estelar, gélida tumba y caja de huesos tímidos
que son ramas arcanas de una ciencia perpetua.

El ciprés en la cúspide, en el eje,
en la curva monástica que describen los nimbos,
alejado del ruido que ahoga las ciudades a pleno rendimiento,
poseído por un claro dinamismo de inmóviles aspas,
ligero entre las plumas que reflejan distancias invencibles

(ciprés en el hogar: zapatillas de hierba, calcetines de cáñamo,
exhortando a los pájaros humildes y a los cuervos;
que fantasea púas de granito, aromáticas piñas y pinares extensos
cortados en senderos animales, horadados o vírgenes...
Ciprés en el salón de su cuarto de estar, en zapatillas,
calcetines de piedra, bata de estar por casa hasta las tantas;
arbolito casero y padre de familia numerosa. Incrédulo,
porque los cipreses no creen en el dios de la tormenta).
...



ENTREVISTA AL CIPRÉS


¿Duerme?

¿Duerme la sombra? Allá estuve dormido con las nubes dinámicas,
aquí duermo con todos los apóstoles.

¿Tiene nombre un ciprés?

Nombre de soledad; no tengo nombre.

¿Qué edad tiene?

Es en la edad del género que me vacío ahora de penumbra.

... ¿perdón...?

Soy un género humano y poseo la edad solemne de las Eras.

Ah..., y ¿cómo ve el mundo?

Hay un camino entero de pisadas que conduce al arroyo,
en el aire un aroma de cielo que agoniza, almas a ras de tierra,
vegetación, y viudas silenciosas dotadas de una especie de alegría selecta;
el mundo es un pretexto para indagar en la máxima estructura del tiempo,
es un palacio griego donde lo más honesto es observar la viga.
Continúe.

¿Qué clase de sentimientos alberga hacia los hombres?,

Formo parte de un clan que afirma la belleza. No tengo pulso.

... ¿Y hacia los demás árboles, qué piensa de ellos?

Los árboles no existen.

Bien... ¿Desea añadir algo más, tiene algún otro mensaje que ofrecernos?

Sí. El mensaje es el otro, el que se escucha al lado de la fuente.
Dice que no tengáis piedad de vuestro instinto.
...



Sólo el ciprés abunda en la materia y se erige en piloto de los días febriles.
Ciprés armado de literatura, al borde de la mítica madera
de las empalizadas, de los buques corsarios
fondeados en las costas escarpadas de Tortuga,
envueltos en la bruma de los diarios de ficticia camaradería.

El niño siente el peso de los siglos en el vientre: es el miedo;
un miedo al esqueleto, invertebrado, y a los fantasmas
que arrastran sus cadenas oxidadas por atajos sombríos,
un miedo polifacético, vegetal, y victorioso.

Las mujeres y los hombres corretean al declinar del sol;
fingen su poesía de medianos artistas, pero huyen, incómodos,
escapan hacia el leño de la cueva, bailan esbeltos sobre la sopa lúgubre,
enamorados del calor. Se comportan como niños,
niños que siempre se comportan como adultos horribles
y temen a los monstruos y tiemblan de pavor frente a las bestias
que no consiguen abatir en su mecánica masacre

(los insectos son más inteligentes, más ortodoxos.
Se asean en las perlas de rocío y burlan la vigilancia de los buitres.
Tienen un método, y un fin, y no se dejan impresionar por el atrezzo.
Los insectos son más en fila india, o más a flor de piel indestructible,
más ajenos de veras, o más serios).
...

El ciprés prevalece, con su silueta gótica y su perfil ya netamente humano;
es lienzo y escultura, arcilla que remonta su apellido de agua,
punta de flecha destinada a romper corazones de candidez perfecta;
el músico que arranca los aplausos del viento,
la firma que rubrica los libros escritos en silencio,
el número diabólico del hombre de negocios,
el tres catorce dieciséis del arte.
Atenta contra el plan vertiginoso del cielo con su quietud libérrima,
es minuciosa lanza hincada en la conciencia del paisaje,
legendaria techumbre que defiende el gorjeo de los mirlos.

Vedlo desmoronarse sobre los cuerpos en un escorzo gráfico,
notad su vena lírica latiendo en los responsos,
infectando las oraciones con el virus del egoísmo campesino,
miradlo como lo mira el policía, con esa inquisitiva displicencia,
como lo mira el río que trasciende la ribera del sueño.
Apartaos de él. Que su risa perenne no hiera vuestros oídos,
ni penetre desnuda en vuestra entraña.

Amad a otro ciprés, pero no al mío.

sábado, 22 de mayo de 2010

el ansia

primer episodio


Estoy dispuesto a usar cualquier tecnología,
desde el hacha de sílex
hasta el hacha española de Felipe,
la quijada, la honda, el misil de crucero,
y desde el catalejo al telescopio,
para salir ileso de este aprieto,
este sucio negocio familiar
de vivir y engendrar mala semilla.

No en vano vivo al sur del underground,
en un fenomenal estereotipo
de uralita y latón
con vistas panorámicas al reino celestial:
carpinteros en huelga, querubines mendigos
y vírgenes fregando oficinas siniestras.

Mi determinación es apostólica,
mi aplicación, bastarda, curtida en la herejía.
Digo que estoy en racha. Digo que soy capaz
de rodar el menor cortometraje,
la escena de interior más sobrecogedora,
de escribir Biblia y media en la cabeza
de un alfiler dorado y en su brillo.

Desterrado me hallo
en esta claustroforma de lo Calabi-Yau,
reducido a mi mundo subplankiano,
el inframundo del pequeño ser,
cronometrado dédalo
de múltiples y extremas dimensiones,
donde las cosas son lo que parecen
y no parecen ya tan numerosas.
...

En la secuencia madre,
se me desata el nudo del zapato derecho,
también el del izquierdo... ¿simetría,
o tránsito azaroso? Pedidme explicación.
(Hojas secas colapsan
mi supersónico reloj de arena;
la jornada se alarga,
onda de femenino contratiempo.)
El cuerpo pide auxilio, preso en su incertidumbre,
hueco de gravedad,
y aquel soplo que fue
se diluye en un campo de probabilidades,
en un plano que engulle la existencia
y se extiende global por el vacío.

Soy objeto de estricta observación,
carne de máxima seguridad
-¡yo, que moví el peón de Ferdydurke
en la crucial partida del destino!-,
más que nada, por ser extravagante
y por llevar con ánimo sereno
atados-desatados los zapatos...
¡Oh, lánguida ecuación!
...

¿Objeto yo?, que anduve por las ramas,
que me anduve, sinónimo del hombre,
por la selva fungosa,
todo un Lovecraft opiáceo,
un impulso sereno,
con mi angosta fracción de poderío.

Yo, sujeto a la Ley,
carne de horca, de cañón, ¡de buey!
-porque de buey es la tirada padre-
digo que soy sujeto y predicado,
frase completa, fase de la Luna,
clase de cuerpo en órbita inaudita
(he predicado en el desierto, he dicho:
venid a mí, acercaos,
acudid de las prósperas regiones
y de los municipios decadentes,
que tengo una verdad en almoneda).
...

Soy, evidentemente, un ser humano,
aunque de una manera impersonal,
remedo de Sinatra
pasado por el ágora de Lee;
un bewatermyway aleatorio
conservado en glamour.

Un ser humano en parte y en parte Oliver Twist.
Un ser humano aparte, una parodia,
suave remix de melodía y ruido
o la banda sonora del grumo primordial,
el hit más reluctante de la historia.

Mi especie encuentra vías de extinción,
Vías Lácteas, Andrómedas rivales,
meteoritos ebrios de poder destructivo
nacidos para el cráter y la gloria,
y pierde la cabeza por un metro de luz.

¡Menudo carpe diem!

O sea, que suspiro por el arte,
me pirro por la báscula del genio,
aburro a las ovejas con el fardo pesado
de mi lírica floja.



episodio segundo


Es que vine en misión humanitaria,
escoltado de cascos azules y palomas,
en caudaloso séquito,
piadosa comitiva.
Más allá, nada sé, nada me consta;
siento amor, siento frío, me constipo,
me destapo, me arropo, me contemplo,
me arruino en los casinos de Las Vegas
o hago el ridículo en la caja tonta
liberado de sombras y prejuicios.

Como un lugar común -expansionista
en sus planteamientos,
en su mediocridad, tan aplastante-,
como un tipo normal y, sin embargo,
entregado a la industria del estilo,
a la caligrafía de lo ausente.

Así que tengo el aire de los que saben poco,
y llevo una chaqueta desastrada
y creo que soporto una cierta tensión.
...

Sentenciado a cadena alimentaria
por un juez con birrete de McDonald’s.
Depredador convicto que sorprendo
al llano insecto como al Ave Fénix.
Culpable yo por excelencia. Culpa
plena la mía por antonomasia:
de mi geografía sinuosa,
fosas nasales, fósiles intactos,
columnas, médulas de cuerpo entero,
para perderse en ellas,
ríos de impura sangre;
de mi claro defecto de conciencia
que me aparta del género de cosas
que se viene a pensar cuando se piensa;
de mi falsa tragedia,
mi repugnante credibilidad.

Así que tengo el aire en los pulmones
y no sé si lo expiro con suficiente fuerza
(no sé si ya expirando,
asiéndome a la vida con exigente angustia
o aprendiendo a volar,
lleno de pájaros en la cabeza).
En la ciudad de la respiración,
habito en un palacio de hojalata
-¡oh, principesco lumpen!-
agotado del orbe campesino:
un paria residual,
descastado de oficio,
a punto de llegar a fin de mes,
amarillo de fe,
hecho un infame Adán
diametralmente opuesto al Paraíso.
...

Sujeto, pues, al célebre romance,
a la desafección pecaminosa
y a todos los escándalos del verbo.
Buscando un nombre propio,
algo como Jesús de Nazaret,
o como Leonardo, algo sencillo,
para poder pensarme con soltura,
para poder soñarme
alzado en armas contra el movimiento
del honrado destino,
arrasado por místicos ejércitos
con máquinas de guerra espiritual.
¡Ah!, devuelto a la vida,
de nuevo emparentado,
primo segundo, ¡padre!,
padre de una nación de sueños rotos.

Porque soy lo que anuncio, sin subterfugios vanos,
soy lo que dice el rostro,
lo que se dice un rostro pálido y deprimido,
mármol, barro y silencio.
Y no me tengo en demasiada estima
y no soy presa fácil del espejo.
...

Si evito en lo posible el cristalino enjambre,
que prodiga su raudo desenlace
de ojeras y feísimo pudor
sobre mi carpa de color sombrío,
es a causa de cierta vanidad,
que sin contemplaciones, ni miramiento alguno,
acreciento mi envidia
por los seres alígeros de Stoker
y las deformes ánimas de Poe,
que rehuyen el turbio y desigual contacto
del pulcro fehaciente.
El peso de la personalidad
avasalla los hombros de los hombres,
produce siervos, reos de sí mismos,
abruma con su larva disolvente.
...

Sospecho que se lleva en los cenáculos
algún maximalismo inoperante,
por cuanto que me atrevo a sostenerlo
proclamando mi serie natural,
la singular nomenclatura que se refiere a mi linaje,
la terminología que contiene mi esencia.

Sucede que disiento de la rosa,
discrepo del amor, me doy de baja
en la seguridad mental y abjuro
del colosal ascenso a los altares
que practican los ángeles del pueblo.

Estoy vigente, puede que maduro,
acaso de candente actualidad,
y poseo la audacia y el mal gusto precisos
para enmendar la plana del satélite
y predecir el clímax con rigor.
...

Llegó la Primavera deliciosa
y fue victoria estrecha de la hiedra
que trepó por mi voz tarareando
una de grandes éxitos del folk.

Hoy hace Stalingrado en mi desierto
y me vienen arcadas de hip-hop,
la ópera del barrio, interpretada
por Nas y Foxy Brown.

El rap quema en las venas como un chute de speed
que, alternativamente, debilita y consuela,
y es un flash de actitud lo que acontece,
lo que arrecia en aludes que me aluden
y en turbiones que enturbian mi razón.

Soy el frente nuboso, la borrasca,
la tormenta de ideas a la inversa,
soy -¡abrid los paraguas!- la ventisca,
y soy la bestia negra que le planta
cara a la profecía de la luz.
...

¿Objeto yo, que vengo de prestado,
que vivo de prestado y en la deuda
(quiero decir que vivo con la duda),
que duermo con la duda omnipresente,
sumergido en un mar de dudas frescas
y de proezas experimentales?
Objeto... ¿de qué mente luminosa,
de qué enfermiza y trémula ansiedad,
de qué fabulación invertebrada?

Objeto de placer, como la rabia
que se complace en torpes desatinos
y retiene en su seno el desconcierto.

Divino por los siglos de los siglos,
con un toque romántico.
Más dado al esperpento de las nubes
que a la solemnidad de la pobreza.
Injerto que me siento y soy el árbol
talado a medias tintas por el viento.
¡Qué ingenuidad la mía!,
qué intensidad de estigma me conmueve
hasta la saciedad de la palabra.

Obsesionado apenas con el franco
devenir de las eras, puesto a prueba
por científicas hordas de doctores sin causa,
héroe postergado, indigno y débil,
¡Aquiles del pecado!,
¡Ájax de la ignorancia!,
atlas de universal idolatría...



en el principio


Ojo a mi forma de pensar en alto;
sepamos de que voz tengo la culpa.

En el principio, el ruido del amor
era ruido de olas,
sangre rompiendo contra hueso y fibra,
saturados los ojos de su quietud agreste,
su turbulencia agnóstica, su credo.
Dogmas y parabienes
ardían en la pira del cautivo pasado.
Cada vertiginoso impulso suponía,
entonces, en el cálido principio,
una renovación de voluntades,
una esperanza más.
Después, se fueron mitigando solas
las alegrías injustificadas
y fueron sucediendo los fracasos,
primero los soeces, luego los infinitos.
Ahora, todo es ahora y siempre,
en el preciso instante en que la vida fluye
y alcanza los suburbios del futuro.
Es extraño este ciclo,
es rematadamente original
esta precariedad de materiales.

Ahora, las canciones
y las separaciones en un solo organismo,
en un solo despacho de dolor.
¡Matad al mensajero!
-matemos a la vida, en equilibrio
sobre una piedra oscura,
y negociemos luego con la sombra-.

Ahora, todo es definitivo,
desde el pulgar de la melancolía
al meñique castrado del recuerdo,
la noche que no existe,
el falso amanecer
que ya no simpatiza con la fiebre.
...

Sujeto a la corriente de mi Hudson salvaje.
¡Stigman redivivo!,
el pequeño judío con trozos de ignominia
colgando de los labios. Como Ira,
sumido en la colmena del incesto,
verificando el drama familiar
a golpe de versículo cerrado.
Ingenuo yo-de-mí...
Los años muertos
no resucitan ánimos perdidos.

Ángulos imposibles,
en esta nanoforma de lo Calabi-Yau,
polígonos atroces,
vórtices malsonantes,
varices en la urdimbre del espacio;
personas escondidas
entre los pliegues fijos de la realidad:
un notario, un cartero,
una radiante prostituta enferma,
ajenos por completo a mis pasiones,
hologramas vacíos,
personas bélicas, personas físicas,
y toda una panoplia de personalidades,
del espectáculo, de la farándula,
de la crónica negra,
a razón de un millar de Mr. Hyde
por cada Jeckill noble y desarmado.
Aquí, conmigo. Tantos y tan mal avenidos.
Congreso de poetas
aupados en la mística sublime,
¡usurpadores de la exactitud
que viene a cargo de mi letra exacta!

Me quieren describir, y no me dejo.
Escapo por la orilla de la muerte,
discrepo del sentido
y me confundo con las amapolas
y con un triste girasol Van Gogh.
¡Alardeo, no más!
Resucito, siquiera, vago espectro,
esquelética viga, trago amargo,
hueco para las lenguas afiladas
de los aficionados a la copia.

Aquí, donde la nada se aparece
y no parece ya tan divertida.



el tránsito divino


Mi silueta se expande devorando manzanas
de luz azul y mares superiores,
mi sombra promociona al ultravioleta.

Recorro salvas partes de la tierra
(acantilados níveos, valles adversos, húmedas
selvas de vegetal parafernalia)
encaramado al mito;
la jauría detrás, pisando fuerte,
la bóveda mutante por encima,
alrededor, el hábitat.

La potencia del suelo
y mi velocidad escapatoria,
mi cobardía enérgica,
unidas en un pacto saludable,
baja alianza entre el honor y el miedo,
contubernio de buitres y gusanos.
...

Estoy dispuesto a hablar con las paredes
y con los tiros largos de la cresa fortuna.
Quiero hablar por los codos,
decirlo casi todo,
saquear los archivos del estado,
arracimarme, anquilosarme entero,
orgulloso del poso de mis heces,
el peso de la púrpura canina,
la cruz estrafalaria.

Me voy acostumbrando
a pasar por el ojo de la aguja
con cien gramos de nieve en los zapatos
y una sonrisa estúpida en la cara.
Desayuno fronteras
con la espalda mojada por el sudor contrario,
cruzo las líneas rojas
y teorizo acerca de la tercera vía
al modo proletario
del hambre popular que me gobierna.
Hambre de soledad,
hambre carnívora de mucho tiempo
(...dice que no ha comido y tiene hambre,
la pata de la mesa, el crucifijo
dice que no ha comido...
),
de mucho espasmo abdominal
-famosa contractura-
a ras de tierra y más abajo, al fondo,
en el abismo contagioso, adentro.
...

¿Quién no adora becerros
-me pregunto en un rapto de perfidia-
de misericordiosas proporciones?,
neumáticos becerros
cebados en las granjas de la bit generation,
becerros ideales
que sueñan con ovejas descarriadas,
inicuos portadores
del virus del estilo de vida americano.

¿A quién le amarga un dulce, a fin de cuentas?
¿Quién no se ha atiborrado, a grandes voces,
de creencias estériles, premisas
que son lobos con pieles de cordero?
¿Quién no ha creído en Dios alguna vez?
...

Objeto preferente
de la ayuda social
y los programas de reinserción.
¡Dejad que las falanges solidarias
me acerquen el abrigo
y se ocupen por fin de mis imperfecciones!
(avanza la legión caritativa,
la brigada indecente de los limpios de espíritu,
las banderas piratas desplegadas al viento,
arrancando los vítores
de las señoras de mayor edad).

¡Al microscopio han de verme esos canallas!,
han de ver mi arquetipo monstruoso
para que se les quiten las ganas de Calcuta
por una temporada en el infierno.
Que me den mi cartilla, la de razonamiento,
que me llenen el buche de sofismas
-ya los descartaré con mi libre albedrío-,
pero que no me pidan la limosna
desde su limusina preferida,
que no me cambien tanto la liturgia,
sutilmente embriagados
en sus diez mandamientos de farol.

He de ser objetivo en este lance
de mi resurrección.
¿Lázaro?, ¿Lazarillo?
Ahí el dilema, la instrucción absurda
en el manual del electrodoméstico
o la severidad del realismo mágico.
Abrupta encrucijada,
pésimo desfiladero,
una cinta de Ford o las Termópilas;
el caso es que la sangre llegue al río.

Porque soy el trivial antagonista,
el personaje gótico de la novela negra,
el tipo menos duro del reparto,
y me horroriza el frío
que retorna a su origen, crisolado y sincero.

Pues soy la no-persona,
la que percibe y siente de manera distinta
-¿un sentimiento cuántico, tal vez?-.
Mi observación profunda no distorsiona el rumbo errático
de la materia, apenas ensombrece
algún atisbo de realidad.
Lo que ven las personas es más convencional.
Son malos traductores
que añaden la belleza como azúcar
a sus composiciones de lugar.
¡Ah!, su belleza es inexacta, bebe
de lo existente, pero sabe a poco.
Es lícito culparla
incluso de la crisis moral del electrón
-el átomo es también de la familia-,
es legítimo hacerla
reconocer su cósmica osadía:
simplemente, es culpable de ocultar la verdad.



exhortación


Hay personas que sufren, por lo tanto;
su desaliento es parte de la vida
que atesoran los cálices,
es parte del deseo
que trepa por los muros de la cárcel
y luego desemboca
en ominosos actos de clausura,
ligeros accidentes
que son imprevisibles fauces escritas en idiomas muertos.

Personas que devoran los momentos
y se ofrecen ingrávidas
al plúmbeo vendaval de la memoria.
Individuos contantes y sonantes,
propensos a la singularidad,
cayéndose en sus propios agujeros,
librando guerras con tribal encono
contra la nulidad de sus acciones.
¡Esclavos consagrados al esfuerzo!,
reliquia universal, antecedentes:
mujeres en la línea de salida,
hombres de corazón uniformado.

Os digo, gente amable:
no ha de bastaros la violencia del ciego impulso colectivo,
no será suficiente vuestra rabia,
las fábricas, las máquinas,
las válvulas ungidas de poder,
para desarrollar
una sola frecuencia inalterable,
una sola presencia entre las sombras.

Oh, seres de otros mundos,
vuestro desánimo sepulta cielos,
desorganiza flores
y arranca marejadas a la luna.
Habéis perdido el sitio a la diestra del padre,
el puesto ejecutivo,
el salario del miedo,
y no tenéis, poetas,
otra necesidad que la conciencia.
Acumulando ingenio en un rimero absurdo
que picotea nubes
y desafía sordas entidades.
¡Qué manera de ser os paraliza!
...

Tantas personas que lo son de veras
y yo por esta senda catastrófica,
esta vena solar,
este circuito abierto al contratiempo,
midiéndome los pasos con la escuadra
-Sísifo que resuella-,
arrancado del suelo y arrastrado
por el volumen y la sed del agua.

Desde los sumideros de la historia,
os repito, poetas, raza humana,
género ambiguo y género cordial:
vuestra forma es la forma del vacío.



episodio tercero: de los sueños


Releo a Roth -es un decir, llamadlo sueño, no me importa-
y me impregno del ansia y el sudor
de la prosa real:
no lleva poesía en los bolsillos,
la encarcela, no lleva versos sueltos,
ni se abona al estrépito y la furia.

Apelo a Salinger indescifrable
y me salpica el sórdido cortejo,
la sensación cobarde del suicidio
vulnera mi prudencia
con el estilo anónimo del viento,
inapelable lengua.

Ellos sí me describen; venerables cupidos,
hallan la diana con furtivo acierto,
liberando endorfinas y puñales
en la fosa durmiente de mi entraña.
Con una multitud de caracteres,
ellos sí me enarbolan estandarte.
Ellos sí que le echan un vistazo al abismo.

¡Ah!, castillos de arena que construyo,
desmayos de profunda hierbabuena,
hojas de hierba roja, casi color ceniza
-un hechicero Sioux,
quizá, cada partícula de Whitman-.

Es mi naturaleza, mi tolerancia cero
a la insociable técnica del arte.
Nada que me resuelva.
Nada que le confiera primacía
a mi siniestra posición de ataque.
...

Entre los peces plátano
que habitan en las márgenes del Hudson
son corrientes los chistes de judíos
.
Una frase compleja y estilosa,
un extracto de aspecto transparente
asociado a la nórdica rutina
de los glaucos paisajes.
¡Qué mecánica astuta!,
qué manera brutal de celebrarse,
¡salve al brillante jibarizamiento
de la obra completa y sus apéndices!

Me alzo con la víscera del éxito,
la copa y la nariz alicatada.
Así me sobrepongo
a la tara dorsal de mi ascendencia,
el drama secular
que subyuga mi línea sucesoria.
Sin móvil ni automóvil,
¡inmóvil! y con rango de comandante inerte.
Exento del hedor que arroja la fatiga,
del orgasmo podrido de confianza,
de la jornada laboral, del paro,
del Primero de Mayo, del convenio,
del Caribe, de Roma, de París.
Excéntrico y la conmiseración,
en resumen, un serio hijo de puta.
...

El artista no puede
aprehender la esencia de la piedra
si no se inmoviliza en un sentido,
si no sale a la vida en punto muerto.

Y yo, que no pretendo masas críticas,
sino meros planetas,
he olvidado el latido jubiloso
para recuperar una sola palabra.
...

Pero, volviendo a Gombrowicz
-que no me dice ni grotescamente-
y su literatura del exilio,
de vuelta a Fryderyc, el asesino,
a Filifor sintético
y su Antifilifor enajenado,
he de admitir que entiendo sus animadversiones,
su natural reserva,
que las abarco en plácido conjunto,
y, en soberana pléyade,
las adopto y las llamo
por el cumplido nombre de la rosa.

No por nada, reviento antipersona,
que me explayo y prorrumpo,
locuaz, en la medida de la roca,
pero cierro los ojos en cascada
al contacto del mínimo destino.

Mi recto proceder es sacrilegio,
mi acción, la acción del verbo,
mi oficio, de pintor de lunas claras...
¡Acto de amor y acto de servicio!,
rindiendo a pleno ser sin estar muerto.

A pleno sol rindiéndome a la vida,
con las manos en alto -¡es un atraco!-
y temblando al desgaire de cintura
para abajo con tísico vigor.
...

Son vísceras los astros luminosos,
puntos fijos de encuentro con la noche.
Un secreto rubor de continuo talento
alarga su influencia sobre mí.
Y yo, que tengo un alga en el cerebro,
algo desde las sienes turbulentas,
un alien en la mente,
cancelo las visitas al psiquiatra,
me inyecto una vacuna inofensiva
y salgo a la vergüenza de la tierra.

Expongo mi tamaña mansedumbre,
puesta la vista en horizontes amplios
como minúsculas eternidades.
¡Es una indigestión de paraísos!
lo que me traumatiza,
lo que desarticula mi sistema.
(En mi nuevo diagnóstico:
felonías diversas,
docudramas fiscales
y lunáticas damas
esclavas de la cólera de dios.)



miseria (el think tank de la parada del autobús)


Lou Reed está sonando a metadona
mientras vuelan las tejas de la iglesia
arrancadas de cuajo por el viento;
‘Rock and Roll Animal’.
Las cucharas preparan picos pardos,
las cucarachas muestran antenas parabólicas,
y algunos zombis salen de paseo
montando apocalípticos caballos.
Los chicos han abierto sus bares clandestinos,
y siempre son las tres de la mañana
en esta pesadilla a reacción.

Levita la ciudad sobre un campo desierto,
extendiendo sus alas de pegajoso asfalto
-¡qué gráfico poder de mil motores!-,
sus garras entintadas en lujuria.
Las campanas repican con la trémula pauta
de la homogeneidad universal.
Los espejos son túneles del tiempo
que devuelven retazos de nostalgia.
Ya no es más el cristal, es la caverna
y el rechinar oblicuo de los dientes.
...

Conviene hacerse a un lado de la historia
cuando vienen mal dados los silencios:
es lo que tiene el sueño del amor.

Convivo con la ciencia en un arco frenético
de sentimientos dulces,
dardos que son cadenas o florecidas pértigas,
espectros comensales,
invitados carentes del obligado tacto
que investigan mi seco estiramiento
henchidos de recelo policial.

Sepulturero Jones y Ataúd Johnson
cachean a Easy Rawlins en Los Ángeles.
El jazz hace manitas con el soul.
¡Serán escaramuzas de la Forma!,
batallitas de ancianos resentidos,
pero aquí se combate con la espada,
se mata por la espalda y a traición.
Aquí crecen los árboles cadalsos
(teoría de cuerdas sin futuro),
las malas yerbas y los reyes godos,
maduran las acequias,
florecen los guantánamos a bulto,
los antros de severa perdición.

Aquí, donde las tumbas se cotizan
como jodidas plazas de garaje
porque la tierra es toda un camposanto,
donde los cuervos silban
pasodobles y marchas militares,
es costumbre morirse por los cuatro costados,
¡dirán que es una rígida manía!
...

Sin argumentaciones ni coherencias vanas
y sin ningún respeto por lo tradicional;
sin moderneces propias
de colegialas rubias y modernas.
Sin alitas de pollo.
¡Sin muslos en la sopa!, ¡sin los muslos!

¿Qué vais a hacer ahora desmuslados,
oh hábiles poetas?
Tremendas poetisas vaginales,
¿qué vais a hacer ahora?
Yo tengo la respuesta -el micro es mío-,
y la tengo en la punta de la lengua:
podéis iros al cuerno.

La nave va, sin timonel ni acento,
con los pies por delante, si hace falta,
que si hace falta silba su fineza
y las velas se hinchan
y resoplan los picos y las palas
para horadar el agua tenebrosa.
...

Es la Obra, sin tema ni concierto,
la destrucción de la filología
(o su deconstrucción, que dirían los ínclitos),
la bancarrota del significado
y la gran depresión, el crack bursátil
de los enteradillos más capaces.

Es el texto no comment,
el poemario esdrújulo
-no hay por dónde cogerlo-,
que despedaza ensayos
con lacia pirotecnia sustantiva
-degenerado metro-
y pone a cada uno en su lugar.
...

Hablé con un artífice del giro inesperado,
que me midió el spin en un momento
(que ni siquiera down, ni de los cortos:
el quark llamado ZZ-Top).
Soy Bartlevy, le dije, y, por lo tanto,
preferiría no tener que hacerlo.
¡Que me esperen sentados!, que no esperen
piedad de mi anterior benevolencia.
El ansia es genital que me domina,
la soledad es tal que no se adorna,
el alba no se tiene de rodillas.

Y yo descabalgándome en el acto,
deshidratándose mi sentimiento,
titulado Miseria mi capítulo.



enésimo episodio: de la belleza


¡Oh Saga, estirpe, rama poderosa!,
iniciativa, origen,
¡alma fortificada!,
¿no ha de bastar el eco de tu llanto,
no es suficiente sólo con tu espíritu?

Creía que la herencia y era el vuelo,
estaba equivocado y era el Sol.
Aún no había deshecho las maletas
y ya daba la vuelta en el espejo,
un aluvión de espinas.

Así que pertenezco a mi contrario
en toda la extensión de su rechazo,
del cuello a la metáfora
y hasta la médula, gloriosamente.

Recito obscenidades espantosas,
diseño estratagemas conceptuales
que son como estrategias comerciales.
Me vendo por un plato de lentejas.
Acepto el guante blanco
de la mano que tuerce
la elegante carrera de la pluma.
Amo a mis enemigos.
...

Amo la sobriedad de la palmera,
la longitud terrestre del ciprés,
el tallo amanerado de la rosa.
Por inútil que sea,
afronto su dialéctica hermosura,
su naturalidad desenfrenada.

Está en el escorpión -el puro nervio-
y está en mis puños débiles,
¡iracunda genética,
sangre arrebatadora!
...

La belleza es verdad, pero no es bella.
Esto lo dice Keats, el prodigioso,
el de la bella urna
y el pasaje bucólico.

Yo le digo que es cierto al señor juez,
me cuadro ante el sargento analfabeto,
reverencio al obispo calavera,
y me quedo tan ancho y tan invicto.

Será que no está escrito sobre el agua
mi nombre potencial.
Será que terminó la liquidez
de mis cifras redondas,
que comienzo a dar lástima, que infundo
pavor a las muchachas rubicundas.

(Perdura la vasija inexplicable.
En su interior, un gato medio muerto,
una página escrita y otra en blanco
para hacer garabatos o dibujar a dios.)
¡Sacadle buenas fotos al cuenco delicado!
y exponedlas con pies altisonantes,
poetas literales.
Detallad su grandeza y no su vacuidad,
aplaudid el dibujo geométrico,
celebrad el selecto colorido,
la liviandad sensible de las formas,
que yo lo llenaré de ceniza caliente
y lo preservaré de miradas adultas
en un nicho reseco y aterido.



despedida y cierre


Replegado me hallo
en esta portentosa hexagonía,
acariciando el eco de una leve barbarie.

Metafísicamente cabizbajo,
manirroto del fajo europeo,
de los yenes que fluyen como dólares
en un sádico zoom acaudalado.

Una pluma de Vurt, un canuto de polen,
una inyección bumsónica
en la línea lisérgica del bajo.
...

Establecido el ámbito del sueño,
con alambradas hechas a mi altura,
aterrizo en la incógnita
y despejo las dudas acerca de mi voz.

Me voy descomponiendo.
...

Descomponiendo el gesto hasta la náusea,
sacando pecho y revelando facha,
el careto del asno, los modales del Rey,
la medrosa prestancia del fugitivo, el don
de adivinar el pensamiento de las montañas y los bosques.

En concreto, la epítome del verbo,
el compendio, la Suma magistral.
En efecto, la glosa del soneto,
la Oda simultánea.

¡Aplaudid con orejas de soplillo!,
menesterosos líderes mensuales,
acompañad con palmas al artista.
Que estoy dispuesto a dar la martingala
con la radiografía de mi pelvis,
la lata con la fea biopsia de mi hígado.

¡Voy a daros el día, desgraciados!
...

Proclive, como soy,
a la grandiosidad de la pirámide,
escribo para no tocar el cielo,
para tener un FIN.
...

Seguidores